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¿Dónde empieza la esquina cualquiera?

 

“Los días siguientes en los que dije: ‘¡Basta!’, pasé por el proceso de tirar toda la ropa del estereotipo de prostituta. Había conseguido trabajo en una fábrica clasificando barquillas de helado, y cuando volvía a mi casa me entraba muchísima angustia porque no se va el dolor de un día para el otro. En esa angustia, en ese llorar, me preguntaba a mí misma: ‘¿Por qué me desperté?’. Por eso comprendo a las prostitutas que todavía no pueden decir: ‘¡Basta!’, porque es tanto el dolor de todo lo que te han hecho que no lo soportas. Sólo fui prostituida durante seis años, pero para mí fue toda una eternidad. Todavía hoy estoy en un proceso de reconstruirme, y fíjate que tengo cincuenta años.

 

”Lo primero que tuve que hacer fue perder la vergüenza de mirarme, lo hacía debajo de la ducha, en largos baños, mirarme desnuda, aunque una prostituta vive desnuda. Así, el primer día, el segundo día, hasta que perdí la vergüenza de ver mi cuerpo, el cuerpo que nunca me perteneció. Luego fue empezar de a poquito a tocarme, yo misma a tocarme, porque en la prostitución no hay caricias, hay manoseo. Y después fue aprender a acariciar, a abrazar, porque ¿cómo iba a hacer algo que nunca tuve? Así que practiqué conmigo, me abrazaba también bajo la ducha. Te lloras la vida”.

 

La historia de Sonia Sánchez tiene de ese destino siniestro que García Márquez asignara a aquella muchacha de catorce años, 42 kilos y senitos de perra en la «Increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada», una niña vendida una y otra vez a todos los hombres para poder pagar el sino de ser parida en un caserío pobre, ajena a su propio cuerpo. Sonia, igual que Eréndida, nació bajo “el viento de la desgracia”. Habitante de la miseria de un pueblito sin pan, en el que la mayoría de niñas y niños sólo iban a la escuela porque daban comida.

 

A los dieciséis años, Sonia salió del Chaco, una provincia de llanos y esteros, fecunda de algodón, de cuyos frutos era recolectora. La tierra de los indios Qom, más conocidos como Tobas, los de la canción de Luna y Ramírez, sin bagres ni miel, reducidos por la Historia a restos de una lengua enmarañada y triste. Heredera de ese pasado, Sonia, —y esta parte es tan cercana que acoquina— como muchas y muchos migrantes, fue a buscar trabajo y “progreso” a la capital. A los pocos meses en la gran ciudad, fue convertida en la ramera de todas y de todos.

 

Cuenta que, en Argentina, 90% de las mujeres que caen en el tráfico sexual lo hacen porque estaban buscando un trabajo. Las violan de dieciséis o diecisiete años y hasta más chiquitas, porque cada vez las quieren más niñas.

 

¿Ése fue el inicio de las violaciones sistemáticas a las que fue sometida? Para Sonia no, porque ninguna persona empieza a ser prostituida en la calle o en un burdel, las violaciones empiezan mucho antes, con la violación de los derechos humanos más básicos: el derecho a la educación, a la alimentación, a la vivienda, a la salud; lo que genera un ciclo dantesco de hambre, tortura, tratos degradantes, esclavitud sexual. La pérdida absoluta de la dignidad. Así que “¿cómo nos construyen prostitutas? Empecemos a mirar desde abajo. A la ramera que vemos todos los días en las calles, por ejemplo, acá en la avenida Libertador, que son prostitutas transexuales, ¿cuándo les violaron sus derechos?, ¿desde cuándo?, ¿desde hace un mes o desde dentro de la panza de su madre? Violaron sus derechos desde mucho antes de que estuvieran en esa esquina cualquiera”, dice.

 

De chulos, prostituyentes y otras manos en el caldo

 

Una vez que esta cadena inicia no es fácil que se revierta, pues si bien el negocio de la prostitución sólo visibiliza a la prostituta, hace falta mucha gente para sostener sus groseras ganancias —la trata de personas deja una cifra aproximada anual de 17% del PIB en América Latina—, y si hay algo que caracteriza a la explotación sexual es la diversidad de sus participantes: nuestros maridos, hermanos, curas confesores, pastores evangélicos, jueces, políticos. Nuestro pana, el buen padre, el buen amigo, el buen vecino, el que vive en nuestras casas. El “consumo” de la prostitución la mantiene en pie. Y no, usted no es un “cliente”. “Es un varón prostituyente que va de prostitutas porque no sabe hacer el amor, que va de prostitutas no para comprar sexo ni un servicio, sino para practicar la violencia como sexo, ni siquiera a través del sexo, que va de prostitutas a violentar a mujeres pobres, a vulnerarlas, para luego traducir esa misma violencia con su compañera, con sus hijas”.

 

En el engranaje participa el chulo, ése que asume la figura del marido de la prostituta, el “cuidador”, el que administra y pone orden, y si “no hay un varón chulo o una mujer chula, está el otro proxeneta: el Estado. Y éste, de igual manera, viola tus derechos económicos, sociales y culturales”.

 

Aunque están claramente identificados los responsables “directos” de la trata de personas con fines de explotación sexual: varón prostituyente / chulo / Estado proxeneta, Sonia exhorta a asumir que todas y todos somos cómplices, por tener a los varones prostituyentes en casa y no hacer nada, por decir: “Ésa se buscó la vida fácil, nada más abrir las piernas. Yo prefiero limpiar”.

 

“¿Perdón? Me enerva cuando me lo dicen. Yo contaba en un taller que viví casi cinco meses en una plaza, revolví la basura para comer, y terminé siendo una prostituta. Recuerdo que una señora me dijo: ‘Yo también viví en la calle y no terminé siendo prostituta. Fui, lavé baños y limpié’. Le contesté: ‘Qué bueno lo tuyo, que desde ese lugar de violencia que es no tener un techo, estar cagada de hambre, tener miedo y frío, pudiste elegir mejor. Ahora, ¿es más digno limpiar la mierda de los ricos? No’ ”.

 

Ser prostituta y ser cachifa son dos extremos de un mismo segmento: una condición de clases que lleva a dos mujeres pobres a sobrevivir bajo la misma ley de la desigualdad. “Por eso, cuando yo doy las charlas y los talleres invito a todas las mujeres a mirarnos en un mismo espejo, para poder desdibujar esa frontera que nos separa a las ‘buenas’ y a las ‘malas’, a la prostituta y a la no-prostituta. Mirarnos nosotras como mujeres, desde el mismo espejo, deja muy claro cómo a todas nos atraviesa la misma violencia.

 

”¿Qué haces tú desde el lugar de no-prostituta para que yo esté acá en este lugar de prostituta? ¿A qué le tienes miedo? Si alguna vez puedes responderte estas preguntas te vas a dar cuenta de que como no-prostituta también eres utilizada desde el miedo, desde la vergüenza, porque el mismo varón nos atraviesa a nosotras las mujeres. Mientras a ti te hace no-prostituta en tu barrio, a mí en el otro barrio me hace la prostituta. Hay una coacción económica, social, que nos atraviesa los dos mundos”.

 

Vienen por nosotras: agencias internacionales de “dd. hh.”

 

Para las posiciones más progres, el problema de la prostitución no es la prostitución per se, sino que no haya un trato directo prostituta-“cliente”, y en cambio persistan los negociadores, los agentes, los comisionistas, las abuelas desalmadas: los proxenetas, pues. Es ahí cuando nos venden experiencias prodigiosas sobre prostitutas autónomas.

 

Uno de estos intentos emblemáticos está en Argentina, se trata de una asociación de trayectoria en la que sus integrantes no se consideran prostitutas, sino trabajadoras sexuales autogestionadas. Pero, si la prostitución genera ingresos en el ámbito mundial de más de 7000 millones de dólares, es por lo menos sospechoso que se les “permita” tanta independencia a las mujeres que fueron, en muchos casos, secuestradas y violadas.

 

“Yo he estado en ese espacio. De hecho, me echó la Central de Trabajadores por decir que la prostitución no es un trabajo. Sostengo, en primer lugar, que no hay prostitución autónoma, puedes disfrazarla como quieras, pero autonomía en la prostitución no hay. Segundo, la prostitución no es un trabajo, es la violación de los derechos económicos, sociales y culturales. Tercero, ese discurso que repiten ahora estas mujeres no nació de las prostitutas, o por lo menos no en el caso de Argentina.

 

”En el año 98 entró por primera vez a Argentina un proyecto del Banco Mundial de casi un millón de dólares para trabajar en VIH-Sida, ITS y malaria entre trabajadoras sexuales. Las mujeres que estábamos siendo prostituidas escuchamos por primera vez la identidad fálica de ‘trabajo sexual’. ¿Qué significa eso? Que es una identidad alquilada, impuesta. Como si las prostitutas un día dijeron: ‘Está bien, esto es un trabajo’. No. Y una prostituta es una persona cosificada, es un objeto de uso y abuso con forma de mujer, es un cuerpo constituido y atravesado de violencia psicológica y emocional. Y, por lo tanto, es una persona destruida totalmente, a la que el Banco Mundial viene y le dice: ‘Mira, compañera, esto es un trabajo, con esto le vas a dar de comer a tus hijos, debes estar orgullosa de ser trabajadora porque no le estás haciendo daño a nadie’.

 

“Te dicen: ‘Tienes derechos’. Perfecto. Hablemos de los derechos de una prostituta. A ver, ¿qué derecho tiene una prostituta? Derecho a la jubilación. Bueno, ¿cuál es el criterio para definir el momento de jubilación de una prostituta?, ¿será por la cantidad de penetraciones anales, vaginales y bucales?, ¿será por años de prostituta?, ¿cómo será? Porque, por ejemplo, en Argentina te jubilas, como mujer, a los sesenta años, más veinticinco años de trabajo y aportes. Ahora, cuando eres prostituta ¿cómo va a ser? ¿Por vieja y  prostituta más los aportes de los años de penetraciones? Porque no estamos hablando de una construcción intelectual, estamos diciendo: vagina, boca y ano. Eso es una prostituta.

 

“Está muy bien pensado cómo las agencias internacionales quieren que nosotras las mujeres, en especial las mujeres pobres, vivamos y lleguemos a morir como prostitutas sindicalizadas”.

 

¿Por qué? Hoy en América Latina y El Caribe entra mucha plata a través de proyectos de agencias que supuestamente defienden los derechos humanos de las prostitutas —a fines del año 2012 entraron 12 millones de dólares—. Así que se generan dos identidades para estos proyectos: trabajadoras sexuales y víctimas. Por una parte, se mantiene el apoyo a las “trabajadoras sexuales” para que no desaparezca la trata, y se siga produciendo un inmenso lucro; y por el otro, “apoyan” a las víctimas, pero por medio de planes precarios, subsidios exiguos y con procesos psicológicos que las mantienen bajo la identidad de víctimas, pero nunca bajo la de sujetas activas de derechos.

 

“Si se sindicaliza la prostitución como trabajo, sacas del delito a dos figuras que son ejes centrales: al proxeneta, y lo pones como marido de la prostituta; y al traficante de personas, y lo pones como “representante” de la prostituta. Imagínate que tú me secuestras y me rescata el Estado o una ONG, se abre una investigación, te agarran y yo supero mi miedo, y digo que fuiste tú quien me traficó. Pero me traficaste con un carnet que dice que yo soy trabajadora sexual, en ese caso tú no vas a ir presa, porque no vas a ser traficante, sino mi representante. Así que “legalmente” parece que me estás buscando un sitio para trabajar o para vivir.

 

”¿Te das cuenta? El objetivo es sindicalizar la explotación sexual en todos nuestros países. Yo le explico eso a la gente cuando doy las charlas, porque hoy las  prostitutas son las hijas de las otras y de los otros, pero vienen por nuestras hijas, vienen por nuestras hermanas. Porque ¿de qué se sostiene un sindicato de prostituta? De más prostitutas”.

 

Desde ahí trabaja Sonia, desde la denuncia, desde el lenguaje que incomoda para subvertir, hasta que comprendamos la dimensión de la explotación sexual. En la venta y tráfico de drogas hay un contrato social que nos exige estar de acuerdo con que las drogas dañan. No es así con el negocio de la prostitución, en el que la más de las veces se ve a un cliente con una necesidad que se satisface por medio del “oficio más antiguo”.

 

Decir “¡Basta!”

 

Pero la verdad es que sí hay daño, uno profundo, que en el caso de Sonia le ha tomado casi treinta años superar para hacerse vocera, educadora y militante contra el tráfico de personas. Para reconstruirse en una fase larga que llama “apropiarse de su cuerpo”.

 

“Ahí empecé a conocer mi cuerpo, a saber cuál es la parte que más me gusta, a aceptarme como soy, a quererme como soy. Lo que hasta hoy llevo es el ‘desear’, no es fácil desear, en la prostitución lo primero que se adormece es el deseo. Desear sin miedo, desear amar, ser amada, deseos propios. Es maravilloso, cuando descubrí eso y empecé a trabajarlo supe que poder desear es estar viva.

 

”Ese proceso es muy largo y por eso comprendo a las mujeres que todavía están siendo prostituidas y que no pueden decir: ‘¡Basta!’. Esa reconstrucción te lleva años.

 

”Me tuve que construir otra Sonia que es la que estás viendo hoy. No podía ser la Sonia de los dieciséis años, porque en ese momento me estaba construyendo. La Sonia cosechadora de algodón, la que comía cada tres días, la que estudió en una escuela que era un galpón en el que se cagaba de frío. No, no quise seguir construyendo esa Sonia, porque fue la Sonia a la que le enseñaron a ser obediente. La Sonia del miedo, la que fue la prostituta, esa quedó atrás también. Por eso es fuerte y dolorosa esta construcción, porque te estás pariendo a ti misma. Yo lo tuve que hacer, parir a una Sonia que no sé quién es. Por ejemplo, cuando voy a una presentación de libro o a dar un taller me preguntan: ‘Sonia, ¿cómo te presentamos?’, y les digo: ‘Yo no sé, si quieres preséntame como Sonia Sánchez porque sé que ése es mi nombre’. Cuando termine de hablar cada persona se llevará una identidad mía, distinta, pero yo no me haré cargo de ninguna de esas identidades. Porque desde que dije: ‘¡Basta!’ entré en un choque emocional profundo, cuando boté toda aquella ropa y me miré al espejo, ahí me pregunté, y hasta ahora me pregunto esto que puede ser tan estúpido para todas las personas: ‘¿Quién soy?’ Todavía me lo sigo preguntando. Lo único que sé es que ninguna mujer nació para prostituta. Así de clarito”.

 

Por: Marco Teruggi

 

(laculturanuestra.com)