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La derecha busca votos o cuida negocios cuando finge defender al pueblo.- “Hay cosas que nunca fallan en la política: por ejemplo, cuando veas a la derecha defendiendo a los pobres tendrás dos posibles razones: o está buscando votos o está cuidando un negocio”. Eso me decía mi amigo el ex comunista por allá en los tempranos años 90, cuando Carlos Andrés Pérez repartía bulticos escolares a los niños de las familias azotadas por su paquetazo económico.

 

La enseñanza de mi querido viejo (un padre putativo que me regaló la vida) afloró en mi memoria luego de los últimos acontecimientos fronterizos y, específicamente, al ver a la clase política colombiana (derecha en sus diversos matices) rasgándose las vestiduras por sus compatriotas expulsados de Venezuela. Y también, por supuesto, al ver a la derecha venezolana en esos mismos afanes.

 

La reflexión del ex comunista se aplica en 100%. Unos andan aparentando preocupaciones para ganar votos; otros andan defendiendo sus jugosos negocios.

 

Los que nacieron aquí (es una definición más precisa que llamarlos “venezolanos”) están en lo de siempre: diciendo y haciendo lo contrario de lo que diga y haga el gobierno, una fórmula de tabla rasa que le ha dado muy sombríos resultados, pero que siguen aplicando tercamente.

 

Los de allá tienen motivos más racionales: el contrabando de productos de primera necesidad, de dinero venezolano y, sobre todo, de gasolina es un negocio de proporciones gigantescas para la oligarquía colombiana. Es un negocio político y un negocio económico. El político consiste en que al dejar que la gente de la frontera viva a costillas de los subsidios venezolanos, el gobierno colombiano se libera de numerosos costos sociales. Es como cuando una pareja con muchos hijos se desentiende de algunos de ellos, dejando que los mantenga la abuela o una tía. Pero, más allá de eso, las intrincadas redes de poder político-económico han tenido en el contrabando de bienes subsidiados una de sus “industrias” más florecientes. Detrás del colombiano humilde que trasiega combustible en pimpinas a bordo de mulas, motos, bicicletas o en el mero lomo, engordan sus fortunas los señorones de la frontera, lo barones del paramilitarismo y sus socios o capos de las alturas cachacas.

 

Nada más con el millón de litros de gasolina que sale de Venezuela con destino a Colombia ya se cae un negocio solo comparable con el ilícito de la droga, dicho sea para entender la magnitud. Si a eso se le suma el flujo de dinero que mueven los productos de primera necesidad vendidos en Venezuela a precio regulado o a precio justo y revendidos en Colombia (desde la frontera hasta la propia Bogotá) a niveles “de mercado”, se puede calcular el efecto que el cierre fronterizo causa en la estructura de poder de la nación vecina.

 

Los jerarcas de la clase política colombiana son tan astutos como inescrupulosos, capaces de cualquier cosa. Así que tal vez sopesen los costos y opten por replegarse y buscar una negociación que ponga a salvo parte de su gran negocio. Saben que el efecto de la medida de cierre en Táchira podría multiplicarse en su volumen económico y en su impacto político si el gobierno bolivariano cierra también el otro gran boquete, el del Zulia. Sin embargo, tampoco es descabellado pensar en una reacción violenta, cobijada por las matrices de la canalla mediática internacional y por las fuerzas de la derecha nacida acá que también anda defendiendo sus negocios y, encima, buscando votos.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])