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La consternación de Jacobson es música para los oídos opositores.- Roberta Jacobson ya no está simplemente preocupada. Ahora está consternada por las decisiones que toman los poderes públicos venezolanos. Tal vez sea un simple matiz, pero en el eufemístico y retorcido lenguaje diplomático estadounidense, es casi seguro que “estar consternados” signifique unos pasos más cerca de la intervención abierta que “estar preocupados”.

 

Jacobson, subsecretaria de Estado para el Patio Trasero, nos da lecciones de independencia de poderes públicos, aunque un elemental conocimiento del sistema político de EE.UU. permite saber que en eso no son, para nada, un buen ejemplo (allá todos los poderes dependen del mismo poder: el complejo industrial-militar-financiero-mediático).

 

Al dar las lecciones no solicitadas, obviamente, la funcionaria se pone de parte de uno de los factores en pugna: la Asamblea Nacional dominada por la oposición. Si el TSJ hubiese dado la razón al Parlamento, ella tal vez habría declarado algo como: “Ese un movimiento en la dirección correcta”, que es la manera gringa de decir “qué bueno que están haciendo lo que nosotros les ordenamos que hicieran”.

 

En la práctica, esas opiniones sobre cuestiones que de ninguna manera les incumben pretenden demostrar que EE.UU. es, a fin de cuentas, el superpoder que puede incluso anular las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia de un país supuestamente independiente. También sirven para preparar el terreno de futuras agresiones, para crear el clima que justifique una operación de mayor calado en alguna de las tantas modalidades disponibles: tipo Guatemala, tipo República Dominicana, tipo Panamá, tipo Cuba, tipo Honduras, tipo Paraguay… quién sabe.

 

¿Qué les pasa a los gringos?, podría preguntarse cualquier ingenuo que crea que, de verdad, la autodeterminación es un derecho de los pueblos. En realidad, es un comportamiento netamente imperialista y está profundamente arraigado en el ADN de la dirigencia del poderoso país. La injerencia estadounidense en los asuntos de cualquier lugar del planeta es entendida por la clase política de esa nación como un derecho desde los lejanos tiempos del Destino Manifiesto. Ya a principios del siglo XIX lo advirtió, sin dejar espacio para la duda, el visionario Simón Bolívar.

 

Para los burócratas norteamericanos no es una extralimitación ni nada que se le parezca, sino el rol que les corresponde. Los creyentes estiman que es así porque están cumpliendo un mandato de Dios; los más terrenales se conforman con pensar que tienen esa atribución porque son, ni más ni menos, los amos del universo.

 

Lo grave no es tanto que ellos se lo crean, sino que en cada uno de los países en los que meten indiscretamente sus narices, los gringos tienen voceros que defienden ese supuesto “derecho”. Acá los estamos viendo ahora con especial claridad. La consternación de Jacobson ha sido música para los oídos de los opositores y algunos hasta tienen la actitud de quien esconde un as bajo la manga. Mi amigo el Latero Ilustrado es uno de estos personajes. Ayer me envió un mensaje de texto: “Uds tendrán su TSJ rojo-rojito, pero nosotros tenemos al Tío Sam. Aprieten ese cuello”. Más claro, imposible.

 

(Clodovaldo Hernández/[email protected])