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Un país guindando de la brocha.- Recuerdo la primera vez que oí la expresión “quedó guindando de la brocha”. Me pareció genial, muy gráfica: un sujeto estaba pintando una pared alta o un techo y, de pronto, le quitaban la escalera. Sirve para referirse a los casos en los que una persona está realizando una labor de cierto riesgo, pero confiada en algo o en alguien externo que le concede seguridad. Repentinamente, ese alguien se quita o ese algo le es quitado. Tremendo aprieto.

 

Es una figura literaria cargada de ironía, no pueden entenderla esas personas que todo lo captan literalmente, pues, en rigor, físicamente es imposible quedar colgando de una brocha, salvo en las comiquitas. Si te quitan la escalera te das el platanazo y, para colmo, lo más probable es que te caiga la pintura encima.

 

El asunto viene a cuento en estos extraños días de fin de año porque tengo la incómoda sensación de que somos un país colgando de una brocha. Estábamos, muy confiados, pintando nuestra Revolución en las alturas cuando, sin aviso, nos quitaron la escalera. O, más bien, nos han venido quitando una escalera tras otra y, pese a que la experiencia enseña a tomar previsiones, siempre quedamos guindando.

 

La principal escalera que nos quitaron fue el Comandante, claro. Nos habíamos acostumbrado a pensar que sería nuestro gran conductor hasta el 2021 o, como decía la consigna, hasta el dos mil siempre. Y en un abrir y cerrar de ojos se nos fue físicamente. Nos dejó haciendo malabares en una cornisa, asediados por toda suerte de enemigos que quieren precipitar nuestro salto al vacío.

 

En términos más pragmáticos, este año hemos sido despojados de otra importante escalera: la seguridad económica que nos daba el tener el petróleo estabilizado alrededor de los 100 dólares el barril. Ese factor (que en buena medida fue un logro del liderazgo mundial de Chávez) permitía afrontar con optimismo todas las conspiraciones y guerras económicas. Más que una simple escalera, era un sólido andamio que nos dotaba de gran seguridad. Pero en este momento está cayéndose a pedazos y no hay perspectivas de que el desplome de los precios sea un fenómeno de corto plazo.

 

Es algo muy personal (perdonen ustedes el tono intimista), pero lo que realmente me ha dejado la sensación de “colgar de la brocha” ha sido la más reciente meganoticia de 2014: el arreglo en las relaciones de Cuba y Estados Unidos, una especie de bomba diplomática supersecreta que nos ha estallado aquí mismo, frente a nuestras narices, en el mare nostrum.

 

No es que sea mala noticia, pero surgieron muchas interrogantes, primero que nada porque apenas un día antes del sensacional anuncio, la Revolución Venezolana llevó a cabo una gigantesca manifestación antiimperialista, solo comparable con las que encabezaba el gran comandante. Y, menos de 24 horas después, tuvo el presidente Maduro que hablar de la valentía de Obama al asumir la decisión histórica. Como detalle significativo, el jefe del Estado dijo, durante su intervención en la Cumbre del Mercosur, que estaba siguiendo el desarrollo de los acontecimientos por twitter. ¿No es como demasiado indirecto, tomando en cuenta que en los últimos 15 años, Cuba y Venezuela han sido “de un pájaro las dos alas”? Cosas de la alta política internacional que uno no logra entender.

 

Los hechos posteriores a la noticia en sí misma han acentuado el desconcierto de muchos, incluyéndome. Es evidente que el arreglo de Washington con La Habana no implica un “cese el fuego” en la campaña imperial contra Venezuela. Por el contrario, ha quedado claro que ahora atacarán con más saña. Y todavía no hay señales nítidas de cuál será la actitud de la diplomacia grandeliga de Cuba al respecto. 

 

En fin, sobran las razones para sentirse en el aire, sin sustento, fuera de base o, como dice la genial figura literaria, colgando de la brocha.

 

(Por Clodovaldo Hernández / [email protected])