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No somos nosotros ni el gobierno quienes viven por encima de sus posibilidades, son los ultrarricos. Generar los megabeneficios de las grandes empresas no es sostenible ni social ni económicamente. El analista político Marc Vandepitte nos explica por qué y esboza cómo invertir la tendencia.

 

«Es una guerra de clases y es mi clase la que está ganando», Warren Buffett.

 

¿Muy poco oxígeno?

 

Es la cantinela de los últimos años: vivimos por encima de nuestras posibilidades, hemos creado agujeros que ahora hay que rellenar, no hay dinero para proyectos sociales, etc, etc. Para que la economía se vuelva a poner en marcha y crear empleo las empresas tienen que recibir más oxígeno, hay que reducir el Estado y la seguridad social. Por consiguiente, es necesario un » tax shift » [reforma fiscal] a beneficio de las empresas. Puede que temporalmente sea una carga pesada pero, según este razonamiento, si mejora la vida económica, a fin de cuentas nos beneficiaremos todos. Esta es la cantinela con la que nos bombardean los políticos y los laboratorios de ideas de derecha.

 

No es más que una enorme mentira, la realidad es lo contrario de lo que defienden. Actualmente a las empresas y, más precisamente, a las grandes empresas, no les falta oxigeno, más bien todo lo contrario, tienen demasiado. Sus beneficios nunca han sido tan altos como ahora. Durante el último cuarto de siglo la tasa de ganancia de las empresas en Estados Unidos pasó del 9 % al 16 %. En ese mismo periodo de tiempo se duplicó su parte de riqueza nacional. La tendencia es similar en Europa y Japón.

 

Una baza surrealista

 

Según The Economist, sin duda el periódico más influyente del mundo y portavoz de la élite económica, los beneficios de los grandes negocios hoy son «anormalmente altos», incluso «demasiado elevados para ser buenos». En una economía sana la mayor parte de los beneficios van a nuevas inversiones, competencia obliga. Pero los actuales «megabeneficios» son tan importantes que las empresas no saben qué hacer con ellos. En 2015 el conjunto de las empresas estadounidenses obtuvieron unos beneficios récord de más de 1.600.000 millones de dólares, mientras que solo invirtieron 500.000 millones de dólares. Por consiguiente, el año pasado solo en Estados Unidos había un «excedente» de capital de más de 1.000.000 millones de dólares. A escala mundial se calcula que este excedente de capital es de 7.000.000 millones de dólares. 

 

Para que se hagan una idea, esta cantidad equivale a los ingresos anuales totales de América del Sur y de África. También equivale a cincuenta veces la ayuda mundial al desarrollo. Este capital durmiente, junto con el dinero negro, es el que se oculta en Panamá y en otros paraísos fiscales. Esta cantidad descomunal nos permitiría crear decenas de millones de empleos, introducir la semana de 30 horas manteniendo el salario, aumentar los subsidios por encima del nivel de pobreza, etc.

 

Proporcionalmente, en el caso de Bélgica el excedente de capital equivaldría a unos 100.000 millones de euros. Una cantidad fabulosa con la que nuestros ultrarricos no saben qué hacer. Es treinta veces el agujero del presupuesto, que se querría recuperar a expensas de la población trabajadora. En España el excedente de capital equivaldría a 260.000 millones de euros, es decir, cuatro veces el plan de austeridad de Rajoy de 2012.

 

Por una parte cada vez se exprime más a las personas corrientes, mientras que en el otro extremo la oligarquía acumula unas fortunas a las que no da ningún uso, ¡es surrealista! ¿No hay dinero para las pensiones, la seguridad social, la enseñanza o la sanidad? La verdad es lo contrario, hay dinero a punta pala, pero se le quita a la población trabajadora y lo acapara la capa de los ultrarricos.

 

Las causas

 

Grosso modo , hay tres razones para este fenómeno de los megabeneficios. En primer lugar, la tasa impositiva de las empresas se revisa sistemáticamente a la baja, a lo que hay que añadir unos regímenes fiscales preferenciales para las empresas más grandes. En 1990 la tasa impositiva en Estados Unidos se elevaba al 35 %, hoy es solo del 20 %. En Europa y Japón el descenso es aún más importante. En todas partes se alzan voces para bajar aún más esta tasa impositiva. Junto a esto tenemos la evasión y fraude fiscal que ahora conocemos vía los Offshore Leaks, Luxleaks, Swissleaks y otros Panama Papers.

 

Segunda razón: la moderación salarial. En los últimos quince años los ingresos medios de los hogares estadounidenses ha bajado un 7 %. En Europa la parte de los salarios en el PNB pasaba en ese mismo periodo del 62 % al 58 %. Salarios y beneficios son vasos comunicantes: cuanto más bajos son los salarios, más elevados son los beneficios y a la inversa.

 

La tercera causa es la formación de monopolios. Actualmente 147 superempresas controlan el 40 % de la economía mundial y 737 «integradores sistema» controlan hasta el 80 % de ella. Los integradores sistema son megaempresas que controlan el conjunto de la cadena de producción. Tienen una marca dominante, controlan la investigación y desarrollo, imponen los precios a las demás. Entorno a ellas organizan a una serie de empresas de subcontratación completamente subordinadas a sus intereses. Muchas ramas sectoriales evolucionan cada vez más hacia un mercado tipo «winner-takes-all» (el ganador se lo lleva todo), que permite a las empresas en cuestión cosechar megabeneficios. Estos beneficios les permiten comprar las subcontratas o a la competencia, lo que aumenta aún más el grado de concentración y el círculo se cierra.

 

La solución

 

El semanario ultraliberal The Economist apenas se preocupa por los dueños de los capitales, que ganan fortunas a costa de los trabajadores. Pero en este momento la cultura de la depredación ha ido tan lejos, según el semanario, que la oligarquía económica y política corre peligro de perder su legitimidad. Se deduce, por ejemplo, de los buenos resultados obtenidos por Donald Trump y Bernie Sanders en las primarias presidenciales de Estados Unidos. Pero también en varios países europeos la cantidad de los votos de protesta llega a un nivel alarmante. Además, estos megabeneficios pueden llevarnos a una larga recesión. Unos capitales durmientes son poco beneficiosos para el crecimiento económico. El enfoque monetario vía unas tasas de interés bajas y unas inyecciones masivas de liquidez en los mercados financieros apenas han producido efecto y ya ha llegado a su límite. Se impone un enfoque diferente.

 

Algunas personas proponen simplemente hacer trabajar más la máquina de imprimir billetes y dar a cada ciudadano varios millones de euros o de dólares. Así se acabaría con la espiral descendente de la deflación y la demanda económica se relanzaría con fuerza. Esto va totalmente en contra de la actual política de austeridad que nos imponen todas las élites políticas. El problema que plantea este tipo de remedio es que es desfavorable a los mercados financieros y que debe ser administrado por el Banco Central, que trabaja precisamente para las élites financieras.

 

Para atacar la enfermedad de frente se necesitan al menos cuatro elementos:

 

1. Para reanimar el inmenso capital durmiente hoy en día hay que gravar a los millonarios. Los ingresos de esta tasa permitirán lanzar un Plan Marshall económico y social que dinamizará la economía y aliviará problemas sociales.

 

2. Para evitar que en el futuro se creen megabeneficios se deben aumentar las tasas impositivas del capital y de forma draconiana. Según los cálculos, la tasa impositiva ideal para los ingresos muy grandes es de aproximadamente el 80 %. Hay que prohibir inmediatamente regímenes de favor como los «rulings» o los intereses nocionales. Habría que luchar seriamente contra la evasión y fraude fiscales. Para ello es indispensable un catastro de las fortunas.

 

3. Otra manera de prevenir los beneficios excesivos es aumentar la masa salarial. Para poder volver a unos beneficios «normales», la masa salarial actual debe aumentar al menos un 5 %. En el futuro la masa salarial deberá crecer proporcionalmente tanto a la duración de la vida como al aumento de la productividad.

 

4. Finalmente, solo acabando con la omnipotencia de estas megaempresas e «integradores sistema» es posible una solución estructural y duradera. Se quiera o no, con ello se toca el corazón mismo de nuestro sistema de acumulación.

 

Primavera social

 

Las actuales oligarquías políticas occidentales no están dispuestas a considerar siquiera semejantes propuestas. Esporádicamente protestan aquí o allá contra la cultura de la depredación del 1 % de los más ricos, pero en general solo es simbólico. En realidad, bailan al son de la alta sociedad. Si no lo hacen, es a ellas a quienes se chantajea, como ocurrió en Grecia el año pasado.

 

Habrá que instaurar otras relaciones de fuerza construidas desde abajo. En este sentido vemos signos prometedores: los movimientos en torno a Bernie Sanders, Podemos, Nuit Debout, … En tanto que principales organizaciones de la población trabajadora, los sindicatos desempeñarán un papel insustituible en la elaboración de estas relaciones de fuerza. Por consiguiente, no es casual si hoy son el blanco de los ataques.

 

(Rebelión / The Economist)