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El golpe parlamentario que desplazó a Dilma Rousseff, de la Presidencia, además de sacar del poder al Partido de los Trabajadores, y suspender los programas sociales y otros beneficios para los más desposeídos, -tal como ocurriría aquí si sacaran a Maduro de Miraflores- buscaba otros objetivos tan importantes y trascendentes como los señalados.

 

Vean, sino:

 

Es una amenaza a los gobiernos, que, como el de Venezuela, se han puesto a la vanguardia de las conquistas económicas, sociales y políticas para los sectores populares, amenazada como está hasta de intervención militar; con un “nuevo” vecino como Brasil, Bolivia estará en dificultades, e igualmente, aquí en Suramérica, sucederá en Ecuador. Pero esa lista puede extenderse.

 

Se perderá la independencia alcanzada por todos estos países, que hasta hace poco fueron sumisos dependientes de Washington. Volverán los años en que la política de EEUU era determinante para la politica exterior de todo el continente.

 

Seguramente, no solo se debilitarán, sino que pueden desaparecer y hacerse inoficiosas, organizaciones como Celac y Unasur, después de tantas décadas pugnando por su formación, ahora, con países como Argentina y Brasil alineados en contra se convertirán en caballos de Troya.

 

Y por vía contraria, una estructura que estaba destinada a desaparecer, como la OEA, será revitalizada con las posiciones que junto a EEUU y Canadá, tendrán Brasil y Argentina, apoyados en los gobiernos de la alianza del Pacífico.

 

Por eso son tan importantes estos 180 días que empiezan a correr para el juicio a Dilma. La capacidad de movilización de los brasileros, de su Central Sindical, del Movimiento de los Sin Tierras, de organismos de clase media, de intelectuales, etc, será decisiva para estimular reacciones por la recuperación la democracia en Brasil y en otros países. Solo un movimiento que les haga imposible gobernar, con el pueblo en la calle, aunque las agencias de noticias y servicios televisivos transnacionales lo oculten, hará posible que tal como lo prometió Dilma, pueda recuperar el poder, derrotar a este golpismo de nuevo tipo que promueven desde el Norte, y salvar la democracia en ese país, y diríamos, sin exageración, en todo el continente.

 

No será tarea fácil, son muy poderosos los intereses que ahora apoyan la llamada “institucionalidad” brasilera que armó el golpe. La Fuerza Armada de ese país seguramente será convencida de “•respeto”• a la Constitución y puede ser utilizada para reprimir esas protestas populares.

 

Bastaría ver lo que ocurre en Venezuela frente a esos acontecimientos. ¿Recuerdan como, tanto la derecha como sus aliados, los supuestos “izquierdistas”, mostraban a Lula como el ejemplo a seguir por el gobierno de Chávez? ¿Y cual es su posición de ahora? La misma que tienen Washington, la OEA, varios gobiernos de la región y de la derecha mundial, que callan, o apoyan a las instituciones (Congreso y Supremo Tribunal) promotores del golpe.

 

A Venezuela, comenzando por su gobierno, le corresponde jugar un papel de vanguardia, en este proceso que se inicia de 180 días. Es significativo que el PSUV haya sido el primer partido en América Latina que condenó el golpe. Debemos tomarlo como una señal.

 

Por Eleazar Díaz Rangel

(ÚN)