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La historia realmente está repleta de idealizaciones y mitomanías sobre las revoluciones, de las buenas, de las malas y de las contrarrevolucionarias. La izquierda intelectual, por lo general, ha hecho de sus clasificaciones un negocio y ha alimentado su relato heroico y convencional, uno en el que se viese al espejo como un ser mágico y excepcional, como si la historia fuese lineal y el sistema no fuese evolucionando y reapropiándose, incluso, de las formas y modos «revolucionarios».

 

Decimos esto no como un disco rayado, de ataque a la izquierda, sino como el deber de hablar con honestidad originado en el hecho de que nuevamente ciertos intelectuales pretenden darle un carácter de espontáneo, pseudo revolucionario, a lo que llaman Cumanazo, justamente igual que la narrativa escuálida, cuando el pensamiento convencional, entrenado por décadas y décadas, entra en colapso al enfrentarse a un evento real y oscuro de la coyuntura revolucionaria.

 

De Cumanazos y estallidos

Anclado en el antecedente de El Caracazo, el peine que precisamente pretenden pisar, los saqueos en Cumaná, revisados aquí, ponen en discusión el marco conceptual de estallido, pueblo, revolución por aquello de que si está uno, seguramente está lo otro y lo otro. Ante esto, los hechos son elocuentes en lo local y en el contexto en el que se dan.

 

Decimos esto ya que el país transita el peor momento de la Quinta República, según el propio presidente Maduro, uno en el que el secuestro de la comida, esa interesada restricción de la oferta vía acaparamiento, pudrición, desvío y especulación, realizado por la burguesía y la quinta columna interna pretende coludir también con el saboteo a las líneas de suministros autónomas, como losCLAP, y el teledirigido terrorismo contra los comerciantes especuladores para que las condiciones de vida se deterioren lo máximo posible con la suba de precios y la inestabilidad permanente.

 

No es cualquier contexto, porque, justamente, es el intento de provocar una reacción social ante la imposibilidad de hacerse del poder político, y colude, como se vio en Cumaná, con el modelo paramilitar que interesadamente se ha introducido en el tejido social y acumulado en barrios e invasiones a base de redes de contrabando, narcotráfico, venta informal y ahora su nueva versión: el bachaqueo.

 

Porque justamente si hubiese que caracterizar al grueso de lo que se evidencia en la calle, lo que veríamos obviamente es el de una arrechera social, contenida por decisión propia en gran parte del pueblo chavista y no en otra que actúa también espontáneamente sin que la mediocracia haga negocio con ella, y la irrupción total del aparataje paramilitar que, por cierto, funciona a base de pueblo, sin que las masacres sean su única vía de coerción, sino instalándose a través de la mimetización por completo en la población.

 

El secuestro de las revoluciones y los contextos de la guerra global y local

Hace más de diez años, aunque todavía no se lo quiera ver, el concepto de revolución fue secuestrado y manipulado por la oligarquía global creando el concepto de «revoluciones de colores», donde el sujeto social a movilizar e identificar fuese la sociedad civil y la clase media organizada en base a ONGs y activistas universitarios y sociales, tal como se los describió.

 

Si bien iniciaron en las ex repúblicas soviéticas y lo último que quedaba de Yugoslavia, hablamos de Serbia, lentamente fueron caracterizando a la sociedad civil bajo estos parámetros para construir lo que a principios de esta década se conoció como «las primaveras», donde no sólo coludiera lo técnico profesional de clase media sino también el factor religioso y social anclado en el descontento contra el contexto político y la decadencia de las élites políticas del mundo árabe-musulmán.

 

Repetimos esto, nuevamente, porque muchos intelectuales inocentemente, y no tan inocentemente, han intentado ver en todos estos procesos un estallido o una ruptura social, que no hizo otra cosa que ponerlos del lado de la oligarquía global e incluso legitimar intervenciones militares, directas o indirectas, como la de Siria y Libia donde los que salieron perdiendo fueron justamente los pueblos de los que tanto les gusta hablar sin formar parte orgánicamente de ellos.

 

Y lo hacemos porque si sólo revisamos los recientes informes y estrategias de Open Society de Georges Soros, el principal financista de esta nueva estrategia en la oligarquía global, nos encontramos que sus intereses van desde promover la llegada de refugiados a Europa, Ayotzinapa, Black Live Matter en Estados Unidos, pasando por el Partido Pirata, la campaña contra el Brexit, el movimiento indígena, y terminando en ONGs y organizaciones que «promuevan la democracia» en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, sólo por citar los países latinoamericanos donde tiene fuertes intereses.

 

Precisamente en América Latina es donde este modelo se encuentra en plena sofisticación para intentar darle el interesado carácter popular al golpe, ya no sólo con la variante de manitos blancas sino con movimientos como en el que Brasil irrumpió en 2013 con una supuesta protesta espontánea contra la suba de pasajes, que terminó por ser el inicio de un complejo e imbricado proceso golpista contra Dilma Rousseff.

 

Otra vez ese golpe, que viaja públicamente por abajo pero que rinde frutos por arriba, fue visibilizado y escandalizado por la mediocracia, minuto a minuto, como si Brasil fuese un carro que estuviese desarmándose parte por parte en la cadena global, lo que nos lleva justamente a cuestionarnos de cuajo el interesado carácter de espontaneidad que se le pretende dar a un movimiento organizado en Venezuela bajo el código de «estallido social», similar al de la guarimba, para presionar por la salida del gobierno vía referéndum.

 

Porque si Hollywood se preocupa por propagandizar la última revolución exitosa de la oligarquía en Ucrania y se plantea una similar en Venezuela, es precisamente debido a que la apropiación del término y su manipulación radica en la realidad concreta de que las últimas tres décadas atestiguan un continuo y constante proceso de concentración de riquezas hecho a base de malbaratar las instuticiones dominantes, los Estados-nación, e inventar nuevas mediaciones directas entre dueño y esclavo en un verdadero acto revolucionario o contrarrevolucionario, o como le quieran llamar.

 

Y eso lo han hecho modernizando sus formas de manipulación repitiendo lo mismo que han hecho a lo largo de la historia al apropiarse de las revoluciones burguesas y moldearlas a la imagen y semejanza de sus necesidades históricas para aumentar sus márgenes de ganancias.

 

Quizás por eso vayan por el mayor reservorio moral contrario a sus intereses del planeta: el chavismo. Y quizás por ello la izquierda aún no termine de masticar que el concepto convencional de revolución ha sido secuestrado y no se lo van a devolver, aun si coluden con la oligarquía global para justificar el ataque contra el testarudo deseo del chavismo de hacer su propia historia.

 

(misionverdad.com)