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Hoy finaliza matemáticamente el plazo para “salir del gobierno de Nicolás Maduro” con el que se amarró a sí mismo el diputado Henry Ramos Allup al iniciar su mandato como presidente de la Asamblea Nacional.

 

Típico de la dirigencia opositora de todas las edades (desde los superveteranos como HRA hasta los sub-20), ahora el parlamentario dice que no lo dijo o que lo dijo en un sentido figurado, o (como dicen los jurisperitos de su estilacho) “mutatis mutandis”, pero lo cierto es que en aquellos gloriosos días de enero, cuando el hombre acababa de llegar al cargo y andaba por ahí botando a la basura retratos de Hugo Chávez, sucumbió a la tentación de hacer tan radical juramento a una militancia opositora que, justamente, estaba sedienta de ese tipo de promesas cortoplacistas.

 

Y ahora, transcurridos los seis meses del ultimátum, el gobierno podrá estar muy mal valorado, podrá vivir uno de sus peores momentos de popularidad y todo lo que usted quiera agregarle, pero de ninguna manera luce a punto de caerse ni de ser derrocado. Y el semestre transcurrido ha sido, además, un tiempo en el que ha quedado en evidencia que el Ejecutivo no está solo en el contexto del Poder Público venezolano.

 

Todo indica que al sagaz Ramos Allup se le fueron los humos a la cabeza en esas primeras horas como vengador oficial del antichavismo rabioso. Confundió la euforia que le rodeaba por el clamoroso triunfo del 6D con la debilidad terminal del gobierno. Pero ni el chavismo ha entrado en un declive final ni la recién repotenciada oposición ha logrado entronizarse como alternativa. Lo que ha ocurrido es una especie de doble vacío, una situación en la que dos boxeadores se agarran, se empujan, forcejean, pero ninguno muestra potencia suficiente para noquear al otro.

 

De cualquier modo, como por la boca muere el pez (y los hablachentos también), nada podrá evitar que el diputado sea víctima del chalequeo ahora que expira el plazo y la vida, mutatis mutandi, sigue igual.

 

(Por: Clodovaldo Hernández/ Notiminuto)