clodovaldo2407162.jpg

Los insultos y las amenazas del presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, se han convertido en una de las características de la cotidianidad política. El veterano dirigente contrarrevolucionario no deja pasar ni un día sin escarnecer a algún alto funcionario o a algún sector del pueblo.

 

¿Hay que tomarse en serio las amenazas de Ramos Allup, especialmente las que suele pronunciar en torno a las medidas represivas que tomará la derecha si retoma el poder?

 

Al respecto parece haber dos tendencias: la de quienes opinan que no, que ese señor padece de una forma peculiar de locura senil que incluye entre sus síntomas una coprolalia compulsiva, que es la manía de proferir insultos, groserías y expresiones socialmente repudiables. La otra corriente plantea que es necesario comprender la gravedad del asunto, pues el diputado no padece enfermedad alguna, salvo la desesperación por volver al poder, trastorno que comparte con el resto de la oposición vieja y nueva.

 

Los partidarios de la primera manera de ver las cosas dicen que el sujeto lo que busca es llamar la atención, igual que cualquier otro chiflado de la política o la farándula. Así como los hay exhibicionistas, teatrales, llorones, promiscuos, amantes del peligro, etcétera, al diputado adeco le ha dado por decir palabrotas y lanzar maldiciones a diestra y siniestra. Recomiendan no prestarle atención y aprovechar algún descuido para embutirlo en una camisa de fuerza y llevarlo a un psiquiátrico. Si se les pregunta, las personas que tienen esta opinión dirán que hay que darle el trato que se les da a un loro vulgar: tratar de alborotarlo lo menos posible, ignorarlo cuando comienza con sus retahílas de chabacanerías y sobreponerse a las ganas de entrarle a toallazos.

 

Argumentan que sus expresiones no son más que fanfarronerías, y la mejor muestra de ello es su vaticinio de que en seis meses lograrían expulsar al presidente Maduro de su cargo.

 

En cambio, los impulsores del segundo enfoque consideran que las expresiones altisonantes de Ramos Allup no son más que el pensamiento de la contrarrevolución al desnudo, desprovisto de cualquier sutileza o diplomacia. Por lo tanto, son algo espeluznante.

 

Apenas unos días después de la juramentación de la nueva Asamblea Nacional, en enero, entrevisté para La Iguana.TV a la analista Maryclen Stelling, y le solicité su opinión acerca de la actitud de perdonavidas que ya mostraba Ramos Allup. Es de hacer notar que por entonces, el recién electo diputado apenas estaba empezando en estas lides de injuriador pendenciero. Pero ya Stelling fue capaz de decir que había asumido el rol de ejecutante de la venganza de los antichavistas por tantos años de humillaciones derivadas de las potentes chapas que les ponía el comandante Chávez (escuálidos, majunches, pitiyanquis, apátridas, etc.).

 

El formato de liderazgo de Ramos Allup en esta nueva etapa de su carrera política pasó a ser el de la lengua incontrolable. Cuando ordenó sacar del Palacio Legislativo los retratos de Chávez y la versión reconstruida en 3D de la cara del Libertador, sus palabras y gestos fueron el anticipo de lo que se proponía. Han pasado ya más de seis meses y la violencia declarativa del directivo de la AN no ha disminuido, por el contrario, alcanza unos niveles que ya hacen evocar esas riñas de bar pasadas las tres de la madrugada, con picos de botella en ristre, con el agravante de que este señor, hasta donde se sabe, no está borracho.

 

Tal vez es por esa agudización de la virulencia que en los últimos tiempos parece haber ganado terreno la tendencia a tomarse en serio los denuestos y los intentos de intimidación de Ramos Allup. Da la impresión de que cada vez son menos los que aceptan despachar sus ultimátum y maldiciones con interpretaciones humorísticas.

 

Esta semana, el alcalde de Caracas, Jorge Rodríguez –quien, como se sabe, es psiquiatra- y el ministro de Cultura, Freddy Ñáñez, hicieron un análisis muy esclarecedor de la conducta del hombre que, gústele a quien le guste, es el presidente del Poder Legislativo venezolano, y llegaron a la conclusión de que sus constantes invectivas no son inocentes ni un síntoma de alguna dolencia neurológica relacionada con la edad avanzada. Ambos funcionarios concluyeron que se trata de una bien pensada estrategia para deshumanizar al adversario político; para justificar la agresión física contra personas que actualmente ocupan cargos importantes, y para legitimar las acciones arbitrarias que piensan perpetrar en el futuro. Rodríguez y Ñáñez compararon el desenfreno verbal del parlamentario con las instigaciones al odio y al exterminio cometidas por dirigentes políticos y medios de comunicación de Ruanda, en los años 90, situación que condujo a ese país a sufrir un genocidio. Y eso –innecesario es decirlo- no tiene nada de chiste.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])