Julián Isaías Rodríguez (Valle de la Pascua, Guárico, 1942), es una figura fundamental de los primeros tramos de la Revolución Bolivariana. Y también es un  político en ejercicio, con opiniones muy candentes sobre la actualidad. Así que luego de una hora y tanto de conversación periodística con el ex vicepresidente de la República, ex vicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente, es fiscal general de la República y actual embajador de Venezuela en Italia, es difícil decidirse sobre por dónde empezar: ¿Qué es más impactante: algo del pasado, como que el comandante Hugo Chávez consideró seriamente eliminar la Guardia Nacional, pero no lo hizo por temor a ser derrocado; o algo del presente, como su opinión de que el país carece de liderazgo? ¿Un detalle de los sucesos de 2002, como que Chávez supo que el golpe era irremediable y se preparó para resistir lo mejor posible; u otra afirmación contundente, como que el Poder Judicial da miedo y que por allí jamás ha pasado la Revolución?

 

En fin, el caso es un verdadero reto para la jerarquización periodística, aunque vale tener la sospecha de que a los lectores les interesarán por igual los temas viejos (que no lo son tanto, pues se refieren a temas que siguen vigentes) y las opiniones de intensa actualidad.

 

A manera de menú, ofrecemos un sumario de algunos de los temas tocados en el diálogo con el periodista Clodovaldo Hernández, en exclusiva para La Iguana.TV

 

  • “Chávez me dijo que le preparara un proyecto de reforma del artículo de la Constitución para eliminar la Guardia Nacional. Yo se lo preparé y se lo entregué. Me dijo que le iba a dar unos retoques, y a los cuatro días me lo hizo llegar. Era la misma idea, con mucho más sentido político de las cosas. A los dos días de haberme enviado esa versión, me llamó y me dijo: ‘No, Isaías, no puedo tomar esa decisión porque me tumban’”.
  • “No se debe abolir el Poder Legislativo, debe haber una gobernanza que permita dentro del contexto de la política, resolver el problema entre poderes”.
  • “Se ha perdido el sentido común del padre de familia. Y, ¡ojo!, no solamente lo ha perdido el Poder Legislativo, yo siento que en algunos momentos lo ha perdido el gobierno”.
  • “Una de las cosas terribles del debate político nacional es la mediocridad. Difícilmente se puede salir de una situación política tan complicada y compleja con debates mediocres. Creo que el debate necesariamente hay que elevarlo,  a todos los niveles: los discursos del presidente, las respuestas del presidente, las respuestas del presidente del Poder Legislativo, el discurso de Diosdado… hay que elevar el debate”.
  • “Creo que nos pasa algo parecido a lo que ocurre en Estados Unidos entre Trump y Clinton: el 67% de los norteamericanos no creen ni en uno ni en otro, pero tienen que votar por uno de los dos. Aquí hay una situación parecida. Es algo similar a lo que ocurrió en 1998, con la diferencia de que no hay Chávez. En ese momento había una sensación de crisis y había que escoger a alguien. Escogieron a Chávez. Ahora no hay a quien escoger, ni en la oposición ni en el gobierno”.
  • “Se dice que aquí hay mucho odio, pero el odio está arriba, como la nata en la leche. Los que odian son los dirigentes. El país no odia, abajo no odia. La gente está esperando que esto se resuelva”.
  • “A mí me parece muy triste la expresión del Poder Ciudadano que existe en este momento. Los tres órganos parecen estar muy alejados del país. Podría ser el poder capaz de abordar la crisis que sufre el país en este momento, sería el poder ideal para eso, pero no lo logra”.
  • “El control de la Fiscalía sobre la OLP no debe ser simplemente de declaraciones, sino un control que implique una posición jurídica de fondo sobre el tema, no una posición política, de decir ‘esto está mal’ o ‘esto está bien’, sino plantear cómo debe resolverse el problema de la inseguridad ciudadana”
  • “En el Tribunal Supremo hay muchísimos magistrados que no tienen la capacidad para estar al frente de sus funciones. Son bastantes, no uno o dos, estoy hablando de bastantes”.
  • “Nicolás ha hecho mucho más de lo que podía hacer. Sin  pretender decir que es Chávez, ni nada de eso, pero sustituir a Chávez en un país como este, que haya durado hasta donde ha durado, significa que ha hecho mucho más de lo que humanamente él mismo creía que podía. Ha aparecido en él otro Nicolás, con el cual complementar al anterior. Sí creo que no se ha rodeado bien. Sí tuviera mejores asesores, la situación de él, del chavismo y del legado del chavismo serían mucho mejores”.
  • (Hablando de su rueda de prensa de abril de 2002) “Sacarme del aire fue un gran error de ellos (los golpistas), pues si no me cortan no convenzo al país. Han podido dejarme hablar y luego decir que yo estaba loco, pero cuando me cortan, la gente se da cuenta de que yo estoy diciendo lo que está pasando y que ellos no quieren que la gente sepa lo que está pasando”.

A continuación, el diálogo completo:

 

-En la reunión de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, recientemente celebrada en el Mausoleo del Libertador, usted hizo un planteamiento muy polémico acerca de la posibilidad jurídica que existe de que el presidente de la República disuelva la Asamblea Nacional. Previamente había publicado un artículo en el que decía que la propuesta de abolir el órgano legislativo era un disparate. Entonces, ¿cuál es el verdadero alcance de la facultad presidencial al respecto?

 

-En primer lugar, soy absolutamente consecuente con mis ideas y principios. Eso que escribí es lo que pienso: no se debe abolir el Poder Legislativo, debe haber una gobernanza que permita dentro del contexto de la política, resolver el problema entre poderes. La política, de acuerdo con la concepción desde 1500 y tantos para acá, es la razón de Estado, pero la razón de Estado con prudencia y con equilibrio. Esa es la idea de la gobernanza: aun en las situaciones más difíciles y controversiales, debe privar sobre cualquier acto que pudiera parecer o ser arbitrario. Hay que tolerarse, no hay otra manera de gobernar. Hay que entender las situaciones y tratar de encontrar soluciones que le proporcionen al país tranquilidad, sosiego, paz, hasta donde se pueda y, en lo posible que le satisfagan sus necesidades vitales. Eso, de alguna forma es la vieja concepción romana de la política. Ellos lo llamaban “pan y circo”, pero no es pan y circo, sino pan y paz.

 

-Usted también planteó en esa intervención en el Mausoleo un tema que resultó igualmente muy polémico en círculos jurídicos y políticos, acerca de la preponderancia que tiene dentro de nuestra estructura de poderes, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. En una democracia participativa y protagónica, en la que se supone que avanzamos más bien hacia lo asambleario, ¿delegar tanto poder en un organismo elegido indirectamente, no es una contradicción?

 

-El país de la Constituyente era un país lleno de contradicciones. Es más, en su momento Chávez dijo un gran verdad, cuando le decía a la oligarquía: “entiendan que yo soy, en este momento, una manera de evitar que el país se desborde y pase por encima de ustedes”. Se los dijo muchas veces y de distintas maneras. Y era así porque las contradicciones eran de tal magnitud que un país con poca conciencia política se dio cuenta de que los pilares fundamentales de esa estructura, los dos partidos tradicionales, ya no tenían ninguna confiabilidad ni credibilidad, y buscó una alternativa, cualquiera que fuera. Pudo ser Chávez o pudo ser otro. Afortunadamente fue Chávez. Allí se jugaron alternativas como Irene Sáez o como el gobernador del estado Carabobo (Henrique Salas Römer), que era la expresión más exacta de la oligarquía. Hay que recordar que esos grandes partidos, el socialcristianismo y la socialdemocracia, abandonaron a sus candidatos para aferrarse a quien creía que era su única oportunidad de derrotar a Chávez. Sin embargo, perdieron las elecciones. Eso expresa una contradicción de una magnitud tal que todas las demás contradicciones pueden parecer pequeñas. La propia Asamblea Nacional Constituyente fue una expresión total de esas contradicciones. Allí se encontraba gente que apenas sabía leer y escribir; gente sin ninguna identificación con un proceso revolucionario; muchos militares, incluso algunos de ellos con una concepción absolutamente fascista, aun estando del lado de la Revolución; y algunos de los más brillantes expositores que, siendo de la oposición, tenían un concepto bien claro del país histórico y del país de ese momento, como Jorge Olavarría y Claudio Fermín. Por eso la Constitución tiene contradicciones, sin lugar a dudas. Lo importante es que había una unidad, que servía de columna vertebral para evitar que esas contradicciones fueran precipicios. Esa unidad fue, en primer lugar, el antineoliberalismo, que fue fundamental en la construcción de la Constitución. No hubo anticlericalismo. Por el contrario, muchísimas de las concesiones que se hicieron fueron en función del poder que para ese momento tenía, y sigue teniendo, la iglesia Católica en Venezuela. Nosotros tratamos de buscar un criterio que le diera cierta solidez a esa unidad endeble que estábamos construyendo, porque las constituciones no se construyen para un año o dos, sino para muchos. A esa unidad endeble que salía de ese conjunto de contradicciones había que darle alguna solidez. Esa solidez era el Poder Judicial y dentro de él, la Sala Constitucional. Previmos que en la Constitución surgirían vacíos, situaciones no resueltas, flaquezas, desfiguraciones del derecho, y a eso había que darle orden. Y ese orden tiene que dárselo el Poder Judicial y dentro de ese poder, una sala que es omnipotente, por llamarla de alguna manera, porque tiene la capacidad de regular las decisiones de las otras salas (penal, civil, social, electoral), que están sujetas al criterio de la Sala Constitucional. Tan es así que se estableció un recurso novedoso, el de revisión, mediante el cual se pueden controlar las decisiones aparentemente definitivas de las otras salas. Es que realmente hay vacíos y los hemos visto durante toda la vigencia de la Constitución. Esa fue la razón por la cual la Sala Constitucional apareció. Es más, se discutió si debíamos hacer un Tribunal Constitucional o una Sala Constitucional dentro del Tribunal Supremo de Justicia. Muchos de los que estábamos allí conocíamos el tipo de debate que se produce en los estados donde hay Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo. En esos casos sucede que los dos están en el mismo nivel y a veces no son capaces de equilibrarse. Por esa razón decidimos crear el TSJ con una Sala Constitucional que sería lo que en otros lugares es el Tribunal Constitucional.

 

-Parece una situación anómala que una Sala Constitucional esté constantemente fallando, tomando decisiones sobre una serie de aspectos en los que difieren un poder y otro poder. ¿Hasta cuándo cree que se puede prolongar una situación como esa, bajo la luz del tema de la necesidad de la gobernanza, que usted planteaba al principio?

 

-Yo creo que debe haber un sentido común que no está en su mejor momento. Hay que buscarlo por el propio país, por su futuro, independientemente de quién asuma el poder en el futuro, si se mantiene o no el actual gobierno o si viene otro. Es necesario ese sentido común para ambos, tanto para el gobierno como para la oposición. Siento que algunas, muy pocas por cierto, decisiones de la Sala Constitucional, han sido decisiones en las que se ha buscado artificiosamente la manera de dejar sin efecto las decisiones tomadas por el Poder Legislativo. Siento que ha habido más abuso en el Poder Legislativo que en la Sala Constitucional. En una y otra ha habido abusos, pero siento que ha habido muchos más abusos en el Poder Legislativo. Y es que el Poder Legislativo tiene unas funciones muy concretas. Las normas existen. Los abogados y los que manejamos con tecnicismos esta situación, sabemos lo que la norma dice. Se puede utilizar la norma para otra cosa, darle otro sentido, pero como dice la gente del campo, siempre se le van a ver las patas al caballo, porque se está buscando con la norma lo que la norma no ha perfilado como regla. Buscar otro sentido a un norma, técnicamente se llama desviación de poder. Eso ha ocurrido en varias oportunidades. En la Ley de Amnistía, por ejemplo, se ve muy claro. ¿Cómo es posible que el Poder Legislativo, que tiene en su seno a todas las personas que crearon las situaciones de ingobernabilidad y en las que se materializaron la mayoría de los hechos delictivos de los que ellos llaman “presos políticos”, se autoperdone? La norma de la amnistía existe, pero existe para que se aplique con sentido común. Los romanos tenían un patrón para modelar el comportamiento que debía esperarse en cualquier situación: un buen padre de familia. Todo lo que haría un buen padre de familia, para los romanos estaba bien hecho, de esa manera enfocaban metafóricamente el sentido común. Pues, aquí se han hecho muchas cosas de malos padres de familia, de padres de familia borrachos, de padres de familia drogados, de padres de familia que vienen a su vez de familias destrozadas. Se ha perdido el sentido común del padre de familia. Y, ¡ojo!, no solamente lo ha perdido el Poder Legislativo, yo siento que en algunos momentos lo ha perdido el gobierno, y por ello ha perdido autoridad. Y muy poco lo ha perdido también la Sala Constitucional… No estoy pasándole la mano a la Sala Constitucional, quiero ser lo más claro posible. En la Sala Constitucional, las cosas se estudian, se analizan y se le busca un sentido jurídico a la decisión. En la Asamblea Nacional no. Allí explota un criterio político con una intervención de alguien que quiere ser más radical que otro o que quiere lograr los objetivos más rápido, o que quiere ser presidente de la República o dirigir tal cosa… En fin, allí, la desnudez política está mucho más abierta. En la Sala Constitucional, en cambio, se perfilan criterios y hay gente que estudia, porque saben que son decisiones que, en primer lugar, retratan a la sala, los retratan a ellos y retratan a un tiempo histórico. Saben que eso queda, no es política, de alguna manera es jurisprudencia y sirve para el estudio del Derecho. Algunas de ellas, indudablemente, serán destrozadas en algún momento en un aula de Derecho, pero una buena parte de las decisiones que ha tomado la Sala Constitucional están perfectamente ajustadas al Derecho, sobre todo porque han analizado la desviación de poder mediante la cual la Asamblea Nacional. En resumen, una buena parte de las decisiones de la Sala Constitucional han estado ajustadas a esa referencia del buen padre de familia, no todas, disiento de dos o tres que han sido manejadas más política que jurídicamente. En todo caso, esa es una facultad que tiene la Sala. Si está abusando, lo está haciendo sobre un poder que le otorgó la propia Constitución, que le dijo “tú interpreta, tú decide, tú resuelve”, es decir que está trabajando sobre una competencia que es perfectamente legítima. No así el Poder Legislativo, cuya competencia no le permite interpretar. Tiene una función que está determinada en la Constitución y lo que está allí es lo que le está permitido hacer. Al salir de allí, la Sala Constitucional puede perfectamente decir que la AN está equivocada, que está haciendo algo para lo que no tiene facultad. Insisto: ese equilibrio debe ser para todos, no sólo para el Poder Legislativo. Tal como yo lo veo, el más desesperado es el Poder Legislativo; el más desequilibrado es el gobierno y la más equilibrada es la Sala Constitucional. Cuando el Parlamento dice algunas cosas sobre el Tribunal Supremo, en algunas tiene razón, aunque se equivoca en la manera de abordar el problema.  Evidentemente allí hay muchísimos magistrados que no tienen la capacidad para estar al frente de sus funciones. Son bastantes, no uno o dos, estoy hablando de bastantes. Hay unos que son brillantes y excelentes y que pudieran servir de ejemplo y referencia al mundo por honestidad, por derecho. Pero no es totalmente lo que se expresa de esa forma.

 

-Hablando de desequilibrios y de padres degenerados, usted se metió en pocas horas (luego de venir desde Roma) en el debate político, pues ya Ramos Allup lo insultó. Los Robertos dicen que aquel a quien Ramos Allup no ha insultado, no está en nada. ¿Cómo le pareció ese retorno al debate político nacional?

 

-Una de las cosas terribles de ese debate es la mediocridad. Difícilmente se puede salir de una situación política tan complicada y compleja con debates mediocres. Creo que el debate necesariamente hay que elevarlo, a todos los niveles: los discursos del presidente, las respuestas del presidente, las respuestas del presidente del Poder Legislativo, el discurso de Diosdado… hay que elevar el debate. No se trata de pensar que debe ser un debate académico. No estamos en una academia, pero en primer lugar, debe dar conceptos, contenidos, soluciones, respuestas no improvisadas, no provocar al contrario como si se tratara de una pelea en un ring o desafiando a alguien en un barrio. Esa actitud de “ven que te voy a quitar la pajita del hombro” o “pasa esa raya que te estoy esperando, vamos a ver quién es más macho”. Esa no es la solución. Este es un país, afortunadamente pacífico, muy pacífico, muy tolerante, muy comprensivo, que afortunadamente tiene la salida del buen humor para todas las cosas,  y con eso, en algunos momentos desaparecen las angustias. Hasta en esas colas horribles que se están haciendo para comprar comida, la gente hace chistes. Yo recuerdo en la época del paro petrolero, en aquella tensión del 31 de diciembre, frente a una estación de gasolina, con dos o tres mil vehículos en cola, llegaba la gandola, desahogaba mil vehículos y quedaba el resto esperando, sin angustia. Ese país no existe en ninguna otra parte del mundo, nosotros estamos bendecidos por ese país. Allí, en los momentos más críticos, la gente abría el maletero, sacaba una mesa y se ponían a jugar dominó la oposición y el gobierno. El embajador de Colombia de esa época me decía “cuiden ese país, ustedes no saben lo que tienen”. Y ese país tan especial lo hemos descuidado, y aún descuidándolo, el país está allí. Otro país, en una situación como esta, ya hubiera asaltado todo, ya hubiera tomado decisiones de cualquier naturaleza. Esto me permite decir algo que, sobre todo cuando uno está afuera, lo ve con más facilidad: ese país está por encima de todos sus dirigentes, de los del gobierno y los de la oposición. Es un país que espera con esperanza y, aún cuando la esperanza se agotó, inventó otra esperanza. He oteado, he conversado mucho con la gente del pueblo y creo que pasa algo parecido a lo que ocurre en Estados Unidos entre Trump y Clinton: el 67% de los norteamericanos no creen ni en uno ni en otro, pero tienen que votar por uno de los dos. Aquí hay una situación parecida. Es algo similar a lo que ocurrió en 1998, con la diferencia de que no hay Chávez. En ese momento había una sensación de crisis y había que escoger a alguien. Escogieron a Chávez. Ahora no hay a quien escoger, ni en la oposición ni en el gobierno. Eso implica muchas cosas. Implica ver al país en un contexto, mucho más allá de la política, esa política que se usa todos los días, la de engañar, la de manipular. Una de las cosas que he aprendido estando fuera, porque he tenido la oportunidad de leer y estudiar, es la concepción exacta de la política de Maquiavelo. A este pensador se le ha pretendido destruir, diciendo que era una persona que no tenía ética, que era capaz de todo, lleno de ambiciones. Para quienes no hayan leído sobre este personaje, les recomendaría que buscaran dos o tres biografías. Sabrán que Maquiavelo murió pobre, no fue corrupto, estructuró una teoría de la política, que dejó sin efecto todo lo anterior, desde Cicerón hasta el año 1532 aproximadamente. El planteamiento de Cicerón era que el dirigente, el mandatario, el príncipe tenía que ser bueno, generoso, nombre, dicharachero, simpático. Maquiavelo descubre que sí, que el político debe ser así, pero que tiene una realidad en la que debe moverse, en la que hay gente que no es noble, no es generosa, que es ambiciosa y que están al lado de él y resolviendo con él. En esas circunstancias, el político tiene que ajustarse a las realidades: en un momento puede ser generoso, pero en otro momento tiene que ser menos generoso; en un momento debe ser noble, pero en otro debe ajustar y dar un golpe. Entonces, bajo esa óptica es necesario buscar una fórmula para entender a un país que está muy distante de lo que es la política en este momento. Ese país no cree en nadie, es muy triste decirlo. Esta situación es peor que la que se encontró Chávez, porque en ese entonces, la gente creía en alguien, en Chávez, pero en este momento no cree en nadie. Eso es terrible para un país. Afortunadamente tenemos dos elementos a favor: en primer lugar, una población que resiste, como resistieron los cubanos; y en segundo lugar, tenemos un pueblo con conciencia política. Después de Cuba, en mi opinión, es el país con mayor conciencia política. Ese país que se abstuvo en las elecciones de diciembre, demuestra conciencia política; y el país que  no concurre a las convocatorias que hace la oposición, demuestra conciencia política. Y con esto no quiero decir que el país esté de un lado o del otro. Lo que creo es que ese país puede entenderse si no existieran los dirigentes políticos que tenemos. El país, por sí solo, podría entenderse. La gente ha dicho que aquí hay mucho odio, pero el odio está arriba, como la nata en la leche. Los que odian son los dirigentes. El país no odia, abajo no odia. La gente está esperando que esto se resuelva. Yo le he preguntado a mucha gente qué cree que va a pasar y me dicen: “Espérese, doctor, lo que hay es que tener paciencia y prudencia, este país tiene mucha historia y mucha riqueza”. Eso me hace pensar que en el país no hay desespero, hay esperanza. Lo que pasa es que por un lado se quiere mantener el control del poder y por el otro lado hay una desesperación por recuperar ese poder, que se perdió.

 

-Hablando de poderes y superpoderes, me gustaría que nos hiciera una evaluación de la situación del Poder Ciudadano en estos momentos, en particular del Ministerio Público, habida cuenta de su trayectoria allí. Hay quienes piensan que usted, en 2002, luego de superar la coyuntura del golpe de Estado, cuando quedaron en evidencia muchos de los que estaban allí dentro, con posiciones políticas muy marcadas, usted, tal vez siguiendo la pauta del presidente Chávez, llegó con un crucifijo en la mano y perdonó a todo el mundo. ¿Cómo estará la correlación de fuerzas en estos momentos en ese poder?

 

-El Poder Ciudadano nace de aquella intervención de Bolívar en el Congreso de Angostura en 1819. Él lo llamó Poder Moral y no fue rechazado, como algunos dicen, sino que los parlamentarios de aquella época resolvieron diferirlo. Dijeron algo así como que esa idea era tan avanzada para ese tiempo, que ellos no eran capaces de digerirla, por lo que era mejor diferirla para que en algún momento alguien recogiera la idea. Y eso fue lo que hizo Chávez, recoger la idea del Poder Moral, al que él llamo Poder Ciudadano, y adaptarla a nuestra realidad actual. A mí me parece muy triste la expresión del Poder Ciudadano que existe en este momento. Los tres órganos parecen estar muy alejados del país. Podría ser el poder capaz de abordar la crisis que sufre el país en este momento, sería el poder ideal para eso, pero no lo logra. Alguna gente con la que he hablado me dicen que menos mal que no le pusieron el nombre de Poder Moral, porque tendrían que llamarlo “poder inmoral”. El órgano para cumplir los derechos humanos, el ombudsman, tiene un discurso cada vez más distante, como si estuviera caminando sobre cáscaras de huevo y no quisiera romper ninguna, y al fin y al cabo se rompen todas, porque las que no rompe él, la rompen los demás contra él. La Contraloría no tiene la textura que tenía la de Clodosbaldo Russián. Él era un dirigente político desde hace mucho tiempo, un hombre completamente apegado a principios morales rígidos y le dio a eso una textura y una contextura tal, que con todas las diferencias políticas, la gente le tenía respeto a la Contraloría. La Fiscalía, aun cuando se ha distinguido de las otras dos en una forma un poquito más positiva, ha perdido el objetivo-país, está como centrada en una personalidad, como si se estuviese regulando el país que yo creo, y no el que existe. Veo, por ejemplo, lados flacos: ¿dónde están los presos de la Fiscalía? Están entre la gente que tienen menos peso político y económico, con algunas evidentes excepciones. De un tiempo a esta parte, el país ha empujado a la Fiscalía a tomar algunas decisiones y ha tomado algunas que vale la pena reconocerle, pero de manera absolutamente aislada. Por ejemplo, el control de la Fiscalía sobre la OLP no debe ser simplemente de declaraciones, sino un control que implique una posición jurídica de fondo sobre el tema, no una posición política, de decir “esto está mal” o “esto está bien”, sino plantear cómo debe resolverse el problema de la inseguridad ciudadana. Voy a dar una primicia que no sé cuánto me pueda costar, pero no me importa: cuando Chávez estuvo en la situación más crítica en este aspecto de la inseguridad, me planteó: “Isaías, dame una solución para este problema”, y le propuse: “páseme el CICPC para que lo dirija la Fiscalía; reestructure  todas las policías; elimine todas las policías estadales, que sirven fundamentalmente a los gobernadores; y elimine la Guardia Nacional”. Chávez me preguntó: “¿y tú crees que eso solucione el problema?”, le respondí que si no lo solucionaba, al menos era una manera de abordarlo y de ver hasta dónde se puede llegar. Me pidió que le preparara un proyecto de reforma del artículo de la Constitución para eliminar la Guardia Nacional. Yo se lo preparé y se lo entregué. Me comentó que le iba a dar unos retoques, y a los cuatro días me lo hizo llegar. Era la misma idea, con mucho más sentido político de las cosas. A los dos días de haberme enviado esa versión, me llamó y me dijo: “No, Isaías, no puedo tomar esa decisión porque me tumban”… El problema de la frontera es de ese tipo, con el cierre y sin el cierre. Evidentemente no estoy diciendo que todos los miembros de la GNB son así, sino que ha habido un descontrol  y que no se ha logrado darle forma a eso. En este momento tenemos dos drogas: la gasolina y las drogas. Si no se logra controlar esas dos cosas, el país se te va de las manos. Ahora se han tomado decisiones importantes, pero esas decisiones no van resolver nada si no se pone el dedo en la llaga verdadera y si eso es difícil, bueno, todo es difícil cuando se está gobernando. Las instituciones pesan demasiado. Yo le tengo mucho respeto al Poder Electoral, creo que es el poder que tiene la mayor significación. Es también nuevo, difícil, construido por las ideas del Libertador, de la Constitución de Bolivia, de 1826. Pero cuando te paseas por el Poder Judicial, sobre todo yo que soy abogado y ejercí durante 30 años, te da miedo. No me refiero al Tribunal Supremo, sino a todo el Poder Judicial.  Por ahí no pasó la Revolución nunca, jamás. Creo que Miquilena impidió que pasara la Revolución pasara por ahí, y después, alguien que sustituyó a Miquilena, siguió impidiéndolo. ¿Qué nos queda? El Poder Ejecutivo…Bueno, yo creo que Nicolás ha hecho mucho más de lo que podía hacer. Sin  pretender decir que es Chávez, ni nada de eso, pero sustituir a Chávez en un país como este, que haya durado hasta donde ha durado, significa que ha hecho mucho más de lo que humanamente él mismo creía que podía. Ha aparecido en él otro Nicolás, con el cual complementar al anterior. Sí creo que no se ha rodeado bien. Sí tuviera mejores asesores, la situación de él, del chavismo y del legado del chavismo serían mucho mejores. En todo caso, todos estamos siempre aprendiendo. El problema no es que seas un teórico, que puedas resolver asuntos en un escritorio, pero sólo se sabrá si eso sirve de algo cuando te montes en el gobierno. Entonces te darás cuenta de que no tienes tanto poder como crees, que el poder lo tiene la iglesia, los industriales, la banca, los imperios, incluso el pueblo. El gobernante solo puede administrar el pequeño poder que tiene para administrar el verdadero poder que está afuera. Si no tienes sentido común, si no tienes un buen padre de familia metido en la cabeza, aquello se te vuelve un desastre.

 

-Volvamos a abril de 2002, cuando usted da aquella rueda de prensa, le hace creer a los medios que va a renunciar, y denuncia el golpe de Estado. ¿Qué pensó que iba a pasarle a usted y al país, en ese momento?

 

-La historia es larga. Bastante tiempo antes, Chávez estaba convencido de que iban a intentar un golpe de Estado y que nada podía ya impedirlo o detenerlo. Sólo podía maniobrar para salir lo menos golpeados posible. Me dijo una cosa que me conmovió mucho: “Isaías, tú estás metido en esto porque yo te convencí. Tú estabas tranquilo con tu escritorio, con tu Derecho, y yo fui el culpable de que tú te metieras en estas cosas. Y como el golpe es irremediable y no sé qué consecuencias va a tener, quiero decirte que es injusto que afecte a dos personas: a ti y a mi papá. Así que si tú renuncias a la Fiscalía, yo lo comprendo, porque esta no era tu vida, yo te la cambié. Si quieres renunciar, buscamos la manera de que tú salgas”. Le dije: “No, presidente, yo estoy metido en esto antes que usted y no estoy aquí porque usted me sedujo, sino porque creo que es una oportunidad para Venezuela, para la historia del país y para la lucha política. Yo aquí me quedo, no crea que yo no sabía los riesgos que corría. Yo no me voy”. Bueno, esa conversación con Chávez jugó un papel determinante a la hora el golpe. Se me vino clarita. Me pregunté si yo estaba allí por casualidad o por causalidad. En ese momento, Yeneiza (Delgado, su directora de Relaciones Institucionales) me dijo que los periodistas me querían entrevistar porque tenían información de que iba a renunciar. Le dije que iba a pensar si los recibía o no. Un rato después decidí recibirlos y Yeneiza me dijo: “No sé qué es lo que va a decir, ni quiero que me lo diga, pero le voy a dar dos consejos de periodista: no deje que lo graben para que no lo editen; y comience hablando, antes de que le hagan preguntas”. Tome en cuenta los dos consejos, que fueron muy buenos, y exigí que me sacaran al aire, en vivo. Para ellos, yo iba a renunciar y no sé si incluso creían que iba a sumarme al golpe, pues ya había renunciado, sin sumarse al golpe, el presidente de Tribunal Supremo. Cuando llegué a dar las declaraciones, confieso que no sabía para dónde iba. Sólo quería desmentir que Chávez hubiese renunciado, porque me constaba. Yo había enviado fiscales, la fiscal militar había hablado con él, Aristóbulo me había dicho que no había renunciado, otros parlamentarios y ministros me dijeron lo mismo. Yo había oído las declaraciones de Lucas (Rincón, general en jefe, a cargo del Comando Estratégico Operacional) y sabía que él no era un traidor. A Lucas lo conozco desde Maracay y sé que por alguna razón había dicho aquello. Sentía como si estuviera armando un puzle, un rompecabezas, y faltase una pieza. Había algo que no entendía, que me decía que lo que estaba pasando no era lo que parecía. Además, conozco a Chávez y sé de su gran capacidad para decidir. Él no era un hombre de renuncias y si hubiese renunciado lo hubiese hecho con condiciones. Además, cuando leían la supuesta renuncia, nunca mostraban la firma. Ese conjunto de cosas, más la conversación que había tenido con Chávez, me estaban dando vueltas en la cabeza. Sentí que esa que yo tenía era la última posibilidad y la última de decirle al país lo que estaba pasando. No me pasó por la cabeza que me fueran a matar, que aquello fuera a dar un alerta y produjera lo que produjo. Para mí se trataba de ser consecuente conmigo mismo, con la causa con la que estaba comprometido. No pensé que me fuera a implicar un riesgo de ninguna naturaleza. La entrevista duró 1 hora 5 minutos y a mí me sacaron del aire a los 3 minutos 17 segundos. Fue un gran error de ellos, pues si no me cortan, no convenzo al país. Han podido dejarme hablar y luego decir que yo estaba loco, pero cuando me cortan, la gente se da cuenta de que yo estoy diciendo lo que está pasando y que ellos no quieren que la gente sepa lo que está pasando. El corte, más lo que dije fueron suficientes para convencer a la gente de que estaba diciendo la verdad. Además, lo dije con una gran serenidad, sin ninguna angustia interior. Recuerdo que (el general Francisco) Belisario Landis me dijo: “Isaías, tú no sabes qué favor nos hiciste a los militares porque nosotros no sabíamos si Chávez había renunciado o no, sobre todo después de que habló Lucas. Cuando tú lo dijiste nos convencimos de que no había renunciado, pensamos, si este lo está diciendo es porque lo cree y tiene elementos de convicción”. Belisario me dijo que fue a partir de entonces que se hizo una revolución de celulares y se consolidó el grupo militar que estaba al lado de Chávez. También impulso a la gente que salió a defender su democracia, como esa señora que salió diciendo “yo voté por Chávez y quiero que mi voto valga y él termine su mandato”.

 

(Por Clodovaldo Hernández / [email protected])

 

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