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No sé describir muy bien la profunda ladilla que me genera el chistecito de “la dieta de Maduro” y “la dieta de Lorenzo”. Sin embargo, me resulta casi tan desagradable como el “pero tenemos patria” y su antagónico “pero tenemos cambio”, o tan ridícula como la frase “las bombas no tienen nombre”, aunque en este último caso la vaina sea verdad.

 

Según los grandes (en recursos, claro) medios de información del mundo “la dieta de Maduro” es la expresión del pueblo venezolano apelando “a sus últimas reservas de humor”, pero yo, venezolana y jodedora por naturaleza, sé que nosotros somos mucho mejores que eso, y que nuestras risas, especies de bálsamos para los tiempos difíciles, también pueden venir cargadas de profunda reflexión.

 

Por ejemplo, ¿de qué va la “dieta de Maduro”?, ¿estamos los venezolanos bajando de peso?, ¿cómo?, ¿por qué? A todas estas, ¿tenemos tan siquiera una idea remota sobre el verdadero concepto de nutrición? La malnutrición es el estado que aparece como resultado de una dieta desequilibrada donde hay nutrientes que faltan, sobran, o están siendo consumidos en proporciones erróneas, es decir, que la sobrealimentación y la obesidad que esta acarrea también forman parte de la malnutrición.

 

O sea, eso del rico gordo y el pobre flaco es pura paja y mucho más en Venezuela, un país donde en el año 1997, el Estado y los comerciantes, otrora amigos, establecieron cuáles serían los 52 “alimentos” de nuestra canasta básica alimentaria, todos con bajo contenido nutricional y alto contenido calórico, para supuestamente “evitar la desnutrición” de las mayorías, pero teniéndolas mal nutridas.

 

Entonces, ¿por qué tanto nosotros como el gobierno actual insistimos en seguir llevando este veneno a nuestras casas, barato y en bolsa?: “La cesta básica alimentaria vigente es heredada. Nosotros no hemos hecho un rediseño, porque el manejo de los hábitos y patrones de consumo en una población es un tema bastante delicado, que no solamente tiene implicaciones económicas sino también sociales y políticas. Además, la costumbre pesa mucho más. En algún momento en la ciudad de Caracas se intentó disminuir el número de perrocalienteros que ofrecían chatarra a la gente desde las 7 de la mañana. ¿Y qué paso? La misma gente, acostumbrada a un patrón de alimentación, nos dijo “con mis perros no te metas”. Si nosotros tratamos el tema sin educación, sin acompañamiento, sin campañas intensas, pues no lograremos nada. Si nosotros cambiamos la canasta alimentaria de tajo solo conseguiremos reacciones negativas, porque dime tú ¿a quién se le hubiese ocurrido en este país, si no fuese en una situación de fuerte crisis como la que estamos viviendo, decir que la arepa ya no va a ser de harina precocida, sino que vamos a volver a la arepa de maíz trillado? A nadie, si nos han metido en la cabeza que una arepa de maíz trillado nos esclaviza, es arcaica, etc. Acá estamos peleando contra grandes y poderosas técnicas de mercado de empresas monopólicas interesadas en hacernos perder la noción ancestral de la comida, para casarnos con productos que nos puedan dominar, como efectivamente hoy lo están haciendo”, expresa Guadalupe Muñoz, directora de La Escuela Venezolana de Alimentación y Nutrición (EVAN) creada en mayo del año 2011.

 

En efecto, al revisar detalladamente la canasta básica alimentaria venezolana, una se encuentra con “insólitas” especificaciones, por ejemplo la harina debe ser “de maíz y precocida”, el pan “de trigo”, la azúcar “refinada”, la mantequilla es margarina, la leche solo sirve “pasteurizada y en polvo”, las sardinas “enlatadas”, y hasta la mayonesa es considerada esencial en nuestra dieta. Además, nos enseñaron que nuestra nacionalidad está ligada a una marca y eso ha de ser lo que extrañemos al alejarnos del suelo patrio. “Sí, es así, y este mal no ocurre solo en nuestro país, sino en la mayoría de los países latinoamericanos que tienen canastas básicas alimentarias establecidas para atender a la alimentación de los más vulnerables. ¿Cómo?, con alimentos que cumplan con las características que tú has descrito, es decir, bajo contenido nutricional, pero alto contenido calórico, que beneficien a las empresas privadas productoras de alimentos, que sean de fácil aceptación, de bajo costo, y con muchos símiles, es decir, versiones que tengan algún resto de lo realmente tradicional, por ejemplo la arepa de maíz pilao que pasó a trillado y que ahora es ese polvo precocido, un símil que ahora nos habla de estatus, de evolución. Por eso te digo, la alimentación no es solo un asunto económico, es social, y hasta psicológico, nos condicionaron y lograron que ahora sea muy difícil cambiar la canasta básica, aunque sepamos los efectos de estos tipos de alimentos”, nos comenta la nutricionista Guadalupe Muñoz.

 

Entonces, ¿no hay nada que hacer?, ¿debo conformarme con vivir en “el país de las misses” donde el índice de obesidad ronda el 38,4%, y mata al 20% de la población? En el tercer país que come pasta, pero a base de un trigo que no produce, y donde los refrescos figuran entre los 5 productos MÁS VENDIDOS: “Efectivamente es un tema muy complicado. Históricamente hemos estado acostumbrados a un patrón de alimentación impuesto y se nos ha negado la posibilidad de conocer otras opciones. Tenemos alimentos soberanos de origen vegetal que pudieran ayudarnos a ir cambiando estos patrones, pero ahora también especulan con ellos. Sin embargo, aún existen opciones, pero hay que trabajar el tema formativo. Todos los fines de semana en las principales ciudades del país tenemos puntos con información sobre cómo sustituir alimentos, con recetas innovadoras, con productos soberanos, explicamos cómo rendirlos, cómo hacer un uso óptimo de esos vegetales, hortalizas y tubérculos que compramos, hablamos de las raciones adecuadas para mantenernos nutridos, para superar esta crisis sin enfermarnos. Por ejemplo, no nos matemos en una cola por pan porque la harina refinada no tiene poder de saciedad real ni duradero, además nos están vendido el pan casi al mismo precio que un kilo de yuca y una familia puede alimentarse más y mejor con un kilo de yuca que con 3 canillas raquíticas, empecemos a rendir los guisos con vegetales como el calabacín, la berenjena, el pepino, hagamos ensaladas con vegetales cocidos, alternemos granos con carnes porque sus precios especulativos son muy similares, pero en especial aprovechemos nuestros tubérculos autóctonos que tanto habíamos olvidado o limitado a las sopas: el ñame, el ocumo, el ocumo chino, el apio, la yuca. También busquemos los abastos con mejores precios, por ejemplo, los supermercados de las grandes cadenas tienen los productos de origen vegetal por las nubes, pero hay opciones más populares, y nuestra presión como pueblo también ha logrado reducciones en los precios. Aprovechemos las frutas de temporada para obtener vitaminas y minerales, por ejemplo, la patilla y el melón están de temporada, tenemos que preferir los alimentos de origen vegetal por encima de los productos refinados, gastar lo menos que podamos en chucherías, en refrescos, todavía hoy hay gente que prefiere pagar una mayonesa o una margarina bachaqueada, antes que comprar tubérculos, frutas, o vegetales, busquemos un estado de salud óptimo incluso con una alimentación de resistencia”, nos dice Guadalupe.

 

En efecto, los venezolanos hemos tenido que buscar “alternativas” (ahora llamamos “alternativas” a lo originario) ante la crisis, no nos sirvieron los otros ni los espejos, nos tocó entender en cabeza y cuerpo propios. Quizás lo ideal es que todos estos cambios hubiesen sido una decisión y no la única vía. Pero, en los tiempos donde “lo nuevo no termina de nacer, y lo viejo no termina de morir” no hay muchas opciones: las imposiciones del sistema o las imposiciones de las crisis que se generan cuando intentamos combatirlo. “Es duro debatir este tema, tiene muchas aristas, incluso atreverse a decir que al sustituir o disminuir las cantidades de ciertos alimentos, sobre todo los refinados, la gente baja de peso muy rápido, no es así necesariamente o no se trata en todos los casos de desnutrición. Ahora comemos más sano porque con los costos especulativos ya no tenemos el mismo acceso a chucherías, comida chatarra, refrescos, jugos envasados, etc, por eso hasta por encimita, visualmente, notamos a la gente menos gorda o más flaca, porque ya yo no me como 3 arepas de harina precocida sino unas de yuca, el aporte nutricional de la yuca es más, pero engorda menos. Jamás será lo mismo el arroz refinado que un puré de apio o un pedazo de batata sancochada. Cuando yo cambio mi patrón alimentario a alimentos más saludables, por supuesto que voy a bajar de peso inmediatamente y para mí eso es lo que está sucediendo, y no necesariamente es negativo”. ¿Y para usted?

 

Por: Jessica Dos Santos Jardim

(15yultimo.com)

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