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El martes 20 de septiembre aparecieron en las redes sociales fotografías de la huilense María Isabel Covaleda con golpes brutales en el rostro. La mujer denunciaba que su exnovio Camilo Sanclemente Vásquez le había pegado hasta dejarla inconsciente porque ella se negó a volver con él. Dijo, además, que a pesar de su declaración, las autoridades lo dejaron libre.

 

Camilo Sanclemente remitió a Semana.com a su abogado, Luis Fernando Becerra, quien aseguró que asumió el caso hace dos días y no ha podido estar «muy al frente del tema». Señaló que está «recogiendo la información» con sus investigadores para pronunciarse. Hizo referencia al «matoneo en redes sociales» y a otras denuncias que han aparecido y que según él hasta ahora son especulaciones.

 

«Me toca actuar con prudencia. No puedo pronunciarme frente a especulaciones. Una vez tenga todos los elementos probatorios, lo anunciaremos».

 

La denuncia pública de Covaleda despertó la indignación de los colombianos. Y provocó que otras mujeres salieran a denunciar que ellas también habían sido víctimas de Sanclemente. Semana.com habló con una de ellas que pidió reserva de su nombre. Este es su testimonio:

 

“Nos conocimos en diciembre del 2012 en un bar. Empezamos a salir inmediatamente. Su papá trabajaba en el mismo lugar que yo, entonces de entrada nos llamó la atención esa coincidencia. Camilo es un hombre muy buen mozo, encantador, que te trata como si fueras la única mujer en el planeta; te pone en un pedestal.

 

Me llevaba flores, me cocinaba, me llenó de mucha atención que quizás yo necesitaba en ese momento porque acababa de separarme. Fue como un respiro de aire fresco, volver a creer en el romance y en el amor. Todo fue muy rápido. Conoció a mis papás, yo a los suyos. Después de un tiempo me empezó a parecer un poco posesivo y ansioso.

 

A principios de febrero del 2013 me pidió oficialmente que fuera su novia. Esa misma noche salimos, nos tomamos unos tragos, llegamos a mi casa y empezamos a discutir. No recuerdo por qué. La discusión se fue poniendo más acalorada hasta que este hombre se volteó y me dio un golpe que me tumbó. Me puso contra la pared. Me cogió el pelo. Me amenazó diciéndome: “Tú no vas a llegar a ningún lado en tu empresa, voy a utilizar el poder de mi papá para que no sigas ahí”. Me insultaba. Me pegó muy duro.

 

Traté de coger el citófono para avisarle al portero y él lo arrancó de la pared. Logré escaparme, abrí la puerta y le toqué al vecino. El vecino abrió y este hombre empezó a decir enloquecido: “Yo no he hecho nada. Aquí no ha pasado nada, yo la amo”. Yo logré meterme a mi apartamento y cerrar la puerta. Llamé a una amiga, ella llegó, llamamos a la Policía y lo obligaron a irse del edificio.

 

Jamás pensé que un hombre fuera a ponerme la mano encima. Nunca lo había vivido. Nunca había estado ni siquiera cerca.

 

Él me llamó incansablemente. Me escribió correos. Esa misma noche me mandó 25 rosas. Repetía: “Yo te amo. Esto no va a volver a pasar. Ya fui con mi papá a Alcohólicos Anónimos”. Todo lo típico. Pero es increíble que cuando le pasa a uno, uno no reacciona.

 

Decidí perdonarlo porque no quería botar otra relación a la caneca. Porque muy ingenuamente pensé que era un error de una noche de tragos, que había sido en parte culpa mía por incitarlo, que el amor era más grande que eso. Muchas razones que quizá suenan tontas y clichés, pero que explican por qué muchas mujeres viven con eso el día a día.

 

Nadie supo lo que había pasado, solo mi amiga. No lo conté por vergüenza. Si yo sé, y todos saben, que soy una mujer berraca e inteligente, ¿cómo iba a justificar que volvía con un tipo que me pegó?

 

Después vinieron otros episodios de violencia innecesaria. Cuando estaba con tragos se enfrentaba con mis amigos, sobre todo con mis amigos gay. Quizá se sentía muy macho frente a otros que según él no lo eran. Una noche me arrastró por el piso de su apartamento, por celos.

 

Cuando cumplimos seis meses fuimos a celebrar a un hotel en el campo. El día transcurrió normal. En la noche yo me tomé dos vinos y me quedé dormida. A Camilo no le gustó porque me había preparado una noche especial con tina, flores, velas y champaña. Él se fue para el pueblo a tomar, llegó borracho, me despertó con golpes de almohada y me tuvo encerrada en el baño, insultándome, hasta las 7 de la mañana.

 

Me gritaba puta, zorra, alcohólica. Me decía: “No vas a llegar a ser nadie en la vida”. Yo estuve callada todo el tiempo, tenía miedo. Él entraba y salía del baño. Destrozó la habitación, me tiraba cosas, se tomó todo el trago del minibar, se golpeaba a sí mismo y al instante me recriminaba porque yo le había pegado.

 

En la mañana logré salir del baño. Cogí la billetera, el morral y salí corriendo del hotel. Él me persiguió pidiéndome perdón, gritándome que me amaba. Yo le respondía que estaba loco, que esto se había salido de control. Hasta que me alcanzó y me mandó un cabezazo y me pegó tres puños. Yo pedí auxilio, un carro paró y me llevó hasta el pueblo.

 

Esa es la situación más horrible que he vivido.

 

Sus papás fueron a buscarlo al hotel, pagaron por todo el desastre que hizo y después la mamá fue a mi casa a recoger algunas cosas que él tenía allí. Ella fue a poner la cara y a ofrecer disculpas.

 

En este caso, hay un tema de negación de su familia. Ellos saben perfectamente cuál es la conducta de Camilo, saben que es un comportamiento crónico y no lo aceptan.

 

Después de eso intentamos volver. Ahora me pregunto por qué seguía ahí y no puedo responder, no tengo una explicación. Yo, una mujer inteligente y bien educada, no entiendo por qué seguía.

 

El último episodio fue después de un matrimonio. Nos fuimos a comer, él se puso violento con la persona que nos estaba atendiendo, yo me molesté y empezamos a discutir en el carro. Él me cogió a puños, me echó encima la comida. Como pude me bajé y al día siguiente le dije que no más, que esto había llegado a su límite.

 

A mí esto me dio muy duro. Perdí mi trabajo. Al principio estaba en un estado de shock que no me permitía rendir. Después entré en una enorme depresión. Me enfermé. Estuve medicada. Ahora estoy en terapia psiquiátrica. Solo desde hace dos meses estoy empezando a sentirme bien. Después de tres años de estar muy mal.

 

La parte más dolorosa de todas fue la culpa: por qué me involucré tan rápido con este personaje, por qué no atendí las señales de alerta, por qué lo perdoné, por qué no lo denuncié. Todas estas cosas me persiguen.

 

Ahora cuando pasa esto, creo que es un momento para sanar. Para perdonar. Para entender que no fue mi culpa. Me dije: “No podemos dejar que esto se quede en la impunidad”. Y empecé a buscar a otras mujeres que estuvieron con él. Una me dijo que sí, que él le pegó varias veces.

 

Tomé la decisión de demandar penalmente a Camilo y empezar mi proceso”.

 

(Semana)

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