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Luego de su fracaso monumental para predecir los resultados del Brexit, el referendo de los acuerdos de paz de Colombia y de las elecciones presidenciales en EE.UU., los encuestadores sufren de lo que podría llamarse, caritativamente, un problema de credibilidad.

 

Y sin embargo, entre un segmento del electorado estadounidense quetodavía estáaturdidoe incluso horrorizado por el triunfo de Donald Trump, hay una encuesta en particular que sigue quitándoles el sueño.

 

Es la que indicaba, a mediados de 2016, que el senador por Vermont Bernie Sanders, quien en ese entonces se peleaba con Hillary Clinton la nominación demócrata a la candidatura presidencial, se impondría con relativa facilidad a Donald Trump en las elecciones generales.

 

El promedio de encuestas del sitio Real Clear Politics mostraba que entre el 6 de mayo y el 5 de junio de 2016, Sanders aventajaba a Trump en una confrontación hipotética 49% a 39%. En esos momentos, las mediciones hablaban de un virtual empate si los candidatos eran Trump y Clinton.

 

Tal vez esa encuesta estaba tan equivocada como las que aseguraban que Hillary Clinton llegaría con facilidad a la Casa Blanca el martes pasado.

 

Pero entre muchos demócratas, en particular los simpatizantes del ala más izquierdista del partido, persiste la angustiosa duda en torno a si el veterano político, socialista declarado, habría podido triunfar en donde Clinton fracasó.

 

El problema de la dinastía

 

El argumento a favor de la candidatura de Sanders no era trivial.

 

En algunos sentidos, el político de 75 años con su discurso antielitista era la imagen reflejo de Donald Trump, y por eso sus simpatizantes aseguraban que él habría podido aprovechar hacia la izquierda la ola de descontento popular que terminó llevando a un derechista a la Casa Blanca.

 

Uno de los grandes elementos del triunfo de Trump consistió en su capacidad de retratar a Hillary Clinton como la representante perfecta de las élites políticas tradicionales, a quienes el presidente electo describió como «corruptas» y antiestadounidenses.

 

Hillary Clinton es la mitad de una dinastía política que llegó, por vía de su marido Bill, a la Casa Blanca por primera vez hace 24 años y desde entonces no ha dejado de estar cerca del poder.

 

Los Clinton acumularon una sustancial fortuna personal, se vieron envueltos en escándalo tras escándalo y terminaron siendo vistos como representantes de una clase política que vivía de espaldas a los intereses del estadounidense promedio.

 

¿El Pepe Mujica estadounidense?

 

Bernie Sanders no puede ser más distinto. Se autodeclara socialista en un país en donde muchos ven esa tendencia política como una aberración.

 

Y con su apariencia austera y fama de frugalidad, atraía a los que se sentían molestos con los excesos cuasi-imperiales que otros atribuían a los Clinton.

 

Sanders fue el Pepe Mujica de la política estadounidense, el hombre que representaba para muchos ciudadanos, especialmente para los jóvenes universitarios, una alternativa refrescante por venir de alguien quien conseguía proyectar una imagen de autenticidad, de estar más allá de las vanidades de la política tradicional.

 

Más allá de su imagen, Sanders contaba con un discurso político especialmente atractivo para el momento.

 

La polémica por la creciente desigualdad económica en la sociedad estadounidense era terreno fértil para un candidato que prometía acciones gubernamentales contra los excesos de Wall Street y en defensa del trabajador.

 

Esto al tiempo que Clinton enfrentaba crecientes críticas por su cercanía con el sector financiero y la clase empresarial que muchos en el electorado habían identificado como el «enemigo».

 

En los días antes y después de las elecciones del 8 de noviembre, los medios entrevistaron a muchos votantes que decían que, pese a todos los escándalos y exabruptos de Trump, votaban por el magnate pues, en sus palabras, «cualquier alternativa es mejor que Hillary Clinton».

 

Lo que lleva a la especulación que angustia a los demócratas: que en las primarias escogieron al candidato equivocado, ignorando al que tenía la personalidad y las políticas apropiadas para un electorado enardecido que terminó escogiendo una opción tan radical como la de Trump.

 

Un candidato con limitaciones

 

Pero también hay argumentos fuertes que indican las dificultades que habría tenido Sanders de haber encabezado las aspiraciones demócratas.

 

Se cree que Clinton capturó cerca del 48% del voto popular, ligeramente más que Trump.

 

Pese a que el resultado no le alcanzó para la victoria que cuenta, la del colegio electoral, sí revela una candidatura que le pareció aceptable a un espectro amplio de este enorme y diverso país.

 

Clinton ganó en el estado de Nevada impulsada por el voto de trabajadores hispanos.

 

En las grandes ciudades del noreste la apoyaba el voto negro y el de profesionales de clase media.

 

En California y Nueva York convenció a «milennials» con postgrados de universidades rutilantes y a hijos de inmigrantes que a duras penas completaban la escuela secundaria.

 

¿Y las minorías?

 

La de Hillary Clinton fue una coalición amplia que realmente fracasó sólo con un grupo de votantes, el de los obreros blancos de escasos recursos.

 

Que por cierto, probaron su fuerte conservadurismo al votar por un candidato como Trump que impulsaba una agenda de derecha ultranacionalista. Lo que deja en entredicho que habrían estado dispuestos a votar por un socialista declarado como Sanders.

 

Incluso asumiendo que el electorado blanco no lo rechazara por su socialismo, ¿habría podido Sanders agrupar a una coalición étnica tan diversa como lo hizo Clinton?

 

Muchos lo dudan. A juzgar por los resultados de las elecciones primarias, el senador socialista conseguía sus victorias frecuentemente en estados con pocas minorías étnicas como Nueva Hampshire, Vermont o Maine.

 

Pero Sanders perdió frente a Clinton en estados más diversos, con mayor representación de hispanos y negros, desde California a Nueva York.

 

Para sus críticos, Bernie Sanders fue un fenómeno de opinión confinado a públicos de universitarios blancos, que nunca despertó tanto entusiasmo entre hispanos o negros.

 

De repetirse esas circunstancias en las elecciones generales, Sanders habría tenido problemas para ganar el voto hispano que ayudó a la victoria de Clinton en estados disputados como Nevada.

 

Y en sitios como Carolina del Norte, tal vez habría perdido por aún mayor margen que Clinton ante Trump por no tener el mismo apoyo que la candidata entre los afroestadounidenses.

 

Pregunta sin respuesta

 

¿Habría compensado eso Sanders con más votos de obreros blancos atraídos por su discurso socialista y anticapitalista en otros estados cruciales que se perdieron para los demócratas como Pensilvania, Ohio o Wisconsin?

 

Es una pregunta que nunca se resolverá de manera concluyente.

 

Sanders dijo este jueves que no descarta volver a aspirar a la presidencia en 2020.

 

Su edad avanzada puede ser un problema. En esas elecciones estaría rozando los 80 años.

 

Pero incluso si el candidato demócrata en 2020 no es Sanders, resulta bien probable que el escogido no olvide una de las lecciones centrales de este 8 de noviembre: el público estadounidense está cansado de las élites y hablar mal de ellas produce grandes resultados electorales.

 

Sanders lo entendió.

 

Hillary Clinton no y está pagando las consecuencias.

 

(BBC)

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