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Desconocido fuera de Estados Unidos, el vicepresidente electo, Mike Pence, ha figurado en el centro del debate de los derechos civiles de la sociedad estadounidense.

 

El gobernador de Indiana, de 57 años, es un político ultraconservador, muy religioso, que el año pasado firmó una ley que permitía que los negocios —comercios y restaurantes, entre otros— vetaran como clientes a parejas gays apelando a la libertad religiosa. Las protestas lo doblegaron y Pence tuvo que rectificar.

 

Donald Trump, un neoyorquino casado tres veces y propenso a los comentarios soeces, tomó a un antagónico como Pence para que le sirviera de aval conservador ante el votante republicano tradicional y también como puente con su propio partido, al que jamás ha estado unido, menos aún en el final de la campaña. Es significativa la amistad de Pence con Paul Ryan, el líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, que personifica la ortodoxia de la formación y que, hasta ayer, estaba abiertamente enemistado con Trump.

 

El próximo número dos del Gobierno estadounidense nació y creció en la ciudad de Columbus, en Indiana y, a diferencia del presidente electo, tiene una amplia trayectoria política detrás. Antes de convertirse en gobernador, en 2013, sirvió durante una década en la Cámara de Representantes y ejerció de defensor “de un Gobierno limitado, de la disciplina fiscal, de una defensa nacional fuerte y unos valores morales tradicionales”, según las palabras textuales de la biografía que se encuentra en la página web del Ejecutivo estatal.

 

Pence está casado, tiene tres hijos y estudios de Derecho. Católico convertido al evangelismo, durante su juventud se planteó el sacerdocio. “Soy un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”, dijo una vez el gobernador, alineado en el ala derecha del partido. Al comienzo de las primarias republicanas, Pence apoyaba al senador texano Ted Cruz, otro conservador radical. Cuando este se apeó de la carrera, pasó a respaldar a Trump.

 

(Agencias)

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