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Mientras que la mayor parte del mundo no sabe cómo lidiar con el hacinamiento en las prisiones, Holanda tiene el problema opuesto: poca gente a la cual encerrar. En los últimos años, 19 cárceles han cerrado y el año que viene otras más lo harán. ¿Cómo lo lograron y por qué hay algunos que piensan que eso es un problema?

 

El olor a cebolla frita sube por la escalera de metal, más allá de las puertas de las celdas y a lo largo del pabellón. Abajo, en la cocina, los internos están preparando su cena. Uno de ellos empuña un cuchillo de sierra largo y corta verduras con pericia.

 

“¡He tenido seis años para practicar, de modo que estoy mejorando!”, dice.

 

Es un trabajo ruidoso porque el cuchillo está unido a la mesa de trabajo con una larga cadena de acero.

 

“No pueden llevarse el cuchillo”, aclara Jan Roelof van der Spoel, vicegobernador de esta prisión de alta seguridad en el noreste de los Países Bajos llamada Norgerhaven. “Sin embargo, pueden tomar pequeños cuchillos de cocina prestados si entregan sus pases, así sabemos exactamente qué tiene quién”.

 

Algunos de estos hombres están presos por delitos violentos y la idea de que anden por ahí con cuchillos puede parecer alarmante. Pero aprender a cocinar es una de las varias formas en las que la cárcel le ayuda a los delincuentes para integrarse a la sociedad después de su liberación.

 

“En el servicio holandés nos fijamos en el individuo”, explica Van der Spoel.

 

“Si alguien tiene un problema de drogas, tratamos su adicción; si son agresivos proporcionamos terapia para controlar la ira; si tienen problemas de dinero, les damos asesoramiento para manejar la deuda”.

 

“Tratamos de eliminar lo que los llevó a delinquir. El recluso o la reclusa debe estar dispuesto a cambiar, pero nuestro método ha sido muy eficaz. En los últimos 10 años, nuestro trabajo ha mejorado más y más”.

 

Añade que algunos delincuentes reincidentes son eventualmente condenados a penas de dos años y programas de rehabilitación a medida. Después de eso, menos del 10% vuelven a la prisión.

 

En Inglaterra y Gales, y en Estados Unidos, aproximadamente la mitad de los que cumplen condenas cortas reincide en los siguientes dos años, y la cifra es a menudo más alta para los adultos jóvenes.

 

Norgerhaven, así como Esserheem -otra prisión casi idéntica en el mismo pueblo, Veenhuizen- tiene un montón de espacio abierto.

 

Patios del tamaño de cuatro canchas de fútbol cuentan con árboles de roble, mesas de picnic y redes para jugar voleibol.

 

Van der Spoel dice que el aire fresco reduce los niveles de estrés tanto para los reclusos como para el personal.

Además, a los internos se les permite caminar sin compañía a la biblioteca, a la clínica o al comedor y esa autonomía les ayuda a adaptarse a la vida normal después de su condena.

 

Hace una década, Holanda tenía una de las tasas de encarcelamiento más altas de Europa; ahora, una de las más bajas: 57 personas por cada 100.000 habitantes.

 

Sin embargo, las mejoras en la estrategia de rehabilitación no es la única razón de la fuerte disminución de la población penal holandesa -de 14.468 en 2005 a 8.245 años pasado- una caída del 43%.

 

El pico en 2005 se debió en parte a otra mejora: la de los sistemas de detección en el aeropuerto Schiphol de Ámsterdam, que dio lugar a una explosión del número de mulas de drogas arrestadas por llevar cocaína.

 

Hoy en día, las prioridades de la policía son distintas, según le dijo a la BBC Pauline Schuyt, profesora de Derecho Penal de la sureña ciudad de Leiden.

 

“Cambió su enfoque y ahora se concentra en la lucha contra la trata de personas y el terrorismo“, señala.

 

Además, los jueces holandeses suelen utilizar alternativas a la prisión, como períodos de servicio a la comunidad, multas o el marcado electrónico de los que violan la ley.

 

Angeline van Dijk, directora del servicio de prisiones de los Países Bajos, dice la cárcel es utilizada cada vez más para individuos demasiado peligrosos para que estén en libertad, o para los vulnerables que necesitan la ayuda disponible en el interior.

 

“A veces es mejor para las personas permanecer en sus puestos de trabajo, quedarse con sus familias y pagar el castigo de otra manera”, asegura.

 

“En los Países Bajos, tenemos sentencias de prisión más cortas y una tasa de criminalidad que está disminuyendo, lo que resulta en celdas vacías”.

 

Pero aunque los delitos registrados muestran una reducción de 25% en los últimos ocho años, algunos argumentan que eso es el resultado de la clausura de las estaciones de policía, debido a recortes presupuestarios, lo que hace más difícil denunciar crímenes.

 

Otros críticos, como Madeleine Van Toorenburg -ex directora de una cárcel y ahora portavoz de justicia criminal del partido de oposición Llamada Demócrata Cristiana- alegan que la escasez de los presos se debe a bajas tasas de detección.

 

“La policía está abrumada y no puede manejar su carga de trabajo”, asegura. “¿Y cuál es la respuesta del gobierno? Cerrar las prisiones. Para nosotros, eso es sorprendente”.

 

Lo que está claro es que muchos de los funcionarios que trabajan con Angeline van Dijk no están contentos con la falta de gente para encerrar.

 

Frans Carbo, el representante de los funcionarios de prisiones de la unión FNV, dice que sus miembros están “enojados y un poco deprimidos”. Los jóvenes ya no quieren trabajar en el servicio de prisiones, añade “porque no hay futuro, nunca se sabe cuando van a cerrar tu prisión“.

 

Una de las cárceles vacías es hoy un hotel de lujo al sur de Ámsterdam. Sus cuatro suites más caras se llaman El abogado, El juez, El gobernador y El carcelero.

 

Pero otras, convertidas en centros de recepción de asilo, le han dado empleo a algunos ex guardias de la prisión.

 

El deseo de proteger el empleo de los que trabajan para el servicio de prisiones generó una solución sorprendente: la importación de los internos extranjeros procedentes de Noruega y Bélgica.

 

“En un momento nuestro secretario de Estado se reunió con el ministro noruego de la Justicia y le dijo que tenía algunas celdas de sobra, así que podía alquilar una de nuestras prisiones”, cuenta Jan Roelof van der Spoel.

 

Así que en septiembre pasado Noruega comenzó a enviar a algunos de sus condenados al sur de cumplir sus penas en la prisión de Van der Spoel, Norgerhaven.

 

El gobernador de la prisión es ahora un noruego, Karl Hillesland, pero los guardias que vigilan los 234 reclusos son holandeses.

 

Con sus modales suaves y su bigote espeso, Hillesland, quien solía vender libros, no parece un carcelero.

 

Su uniforme verde es muy formal, lo que contrasta con la ropa relajada de su colega holandés, pero, de hecho, Noruega tiene un régimen penitenciario más liberal que los Países Bajos, según dice.

 

A presos noruegos les permiten, por ejemplo, dar entrevistas a los medios y ver los DVDs que quieran porque el principio subyacente es la “normalización”.

 

Eso significa que la vida en prisión debe replicar la vida en el exterior lo más posible para ayudar a los ex delincuentes a reintegrarse en la sociedad.

 

“Pero en general”, dice Hillesland, “compartimos los mismos valores básicos acerca de cómo manejar una prisión”.

 

Al cruzar las puertas y portones de seguridad me pregunto qué pasará con Norgerhaven una vez que los noruegos se hayan ido en pocos años.

 

Los guardias saben que una de las cárceles de Veenhuizen -Norgerhaven o Esserheem- aparecerán en la lista de las que cerrarán el próximo año. Pero, ¿podría el número de presos en los Países Bajos aumentar otra vez?

 

Un paseo por el pueblo es un recordatorio de que, en el pasado distante, los Países Bajos encerraron un gran número de ciudadanos.

 

Se encuentra ubicado en la remota y poco poblada provincia de Drenthe, una tierra de turberas, pantanos y brezos conocida como “la Siberia holandesa”, y un lugar a donde los mendigos, los vagabundos, los huérfanos sin dinero y otros “indeseables” fueron exiliados de las ciudades en el siglo XIX.

 

Un general del ejército fundó una colonia de reforma en Veenhuizen que, a su juicio, podía erradicar la pobreza. Con el tiempo la institución se transformó en una colonia penal cerrada hasta la década de 1980.

 

De acuerdo con un demógrafo, un millón de los 17 millones de ciudadanos vivos en Holanda hoy en día son descendientes de los exiliados a Veenhuizen.

 

“Eso es una gran parte de la población”, dice la autora Suzanna Jansen, cuyo abuelo fue enviado allí por mendigar.

 

“Y ser criado en la pobreza, en un entorno difícil, es algo que le puede pasar a cualquiera de nosotros, algo que todos deberíamos de recordar cuando pensamos en los que están detrás de las rejas en la actualidad”.

 

(BBC)