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“En la guerra económica, la contrarrevolución es cada vez más violenta y la Revolución es cada vez más lenta”, sentenció El Estrangulador de Urapal, mientras degustábamos unos cafés costosísimos, no solo por su alto precio, sino porque debimos pagarlos -con mucho pesar- utilizando una paca de escasos billetes cincuenta bolívares.

 

De inmediato saqué la libreta y anoté la genialidad de mi amigo, que resume muy bien lo que está pasando en estos días finales de 2016: mientras los factores que procuran liquidar el proceso revolucionario venezolano están lanzando sus armas de destrucción masiva, con gran velocidad, precisión, en seguidilla y sin asomo de misericordia, el gobierno luce desenfocado, contra las cuerdas, sin estrategia, y, sobre todo, como lo dice el Estrangulador, lento, muy lento.

 

En el campo de batalla, en tanto, el pueblo se siente inerme, indefenso, a merced del ataque coordinado de las grandes fuerzas hegemónicas del capitalismo mundial y local; del afán especulativo insaciable de los revendedores de bienes de primera necesidad; y de una oleada tipo tsunami de la violencia criminal.

 

Esta última semana, la sensación de indefensión era abrumadora. La gente común y corriente experimentó una nueva escalada brutal de los precios; la falta de dinero efectivo; y las fallas en las ventas con dinero plástico, todo enfocado en destruir el poder adquisitivo de los aguinaldos, las utilidades y los bonos de fin de año. Si la contrarrevolución quiso propiciar la tormenta perfecta, hay que reconocer que le faltó poco.

 

Las acciones de guerra de la contrarrevolución han sido en estos días particularmente efectivas, rápidas y simultáneas, características que son muy valoradas por cualquier especialista en ciencias y artes militares. Las del gobierno, en cambio, han sido (al menos así se perciben en la calle) inoficiosas, lentas y aisladas.

 

Las acciones contra la estabilidad de la moneda son criminales, sin duda, pero solo con mucha tozudez podrá negarse el hecho de que esos ataques estaban “cantados” hace ya meses y que no tomar medidas a tiempo ha sido de gran ayuda para los perpetradores de esta arremetida.

 

Lo más grave, sin embargo, no es lo que ocurrió la semana pasada, sino lo que está por ocurrir en el resto de la temporada navideña, en especial en lo que se refiere a los precios en general y al abastecimiento de rubros fundamentales para la mesa decembrina, como la harina de maíz.

 

No hay ninguna razón para pensar que las acciones ofensivas de la contrarrevolución van a dejar de ser veloces, certeras y cada vez más violentas. Queda la esperanza (un sentimiento muy navideño) de que, a partir de ahora, las respuestas de las autoridades comiencen a ser más eficientes, atinadas y oportunas.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])