Los clichés hablan de un país que sólo exportaba petróleo, misses, peloteros y telenovelas. Sobre el último ítem de la lista, hoy abundan las dudas y el recuerdo por un pasado que, haya sido o no mejor, nadie evoca sin nostalgia.

 

Dicen que en la guerra entre Bosnia y Herzegovina, el único momento en que cesaba el fuego era cuando transmitían la telenovela venezolana Kassandra. En Serbia pasaba algo similar.

 

«La depresión económica, el hambre, las próximas elecciones, todo se olvida a las 21 horas (…), cuando se emite Kassandra, en un Belgrado de calles desiertas con sus viviendas a media luz por las que se expande el suave castellano de Venezuela», relata un periódico serbio citado en un artículo de Vanity Fair. Ese dramático tiene el récord guiness por haber sido transmitida en más países, 180 en total.

A mediados del siglo pasado, con la llegada de la televisión y el fin de la dictadura, la telenovela venezolana se lanzó al ruedo con un batallón de infortunadas protagonistas, galanes de nombres rimbombantes, antagonistas que terminaban encarceladas o paralíticas, y tramas tan intrincadas como predecibles que, tiempo después, volvieron adictos a millones de espectadores en el mundo. Pero, ¿qué ocurrió con la fábrica de ‘culebrones’?

 

La época dorada

«Cuando transmitieron ‘Cristal’, en España salió una encuesta que decía que Carlos Mata (el protagonista de la telenovela) tenía más popularidad que el Rey», cuenta a RT el periodista Carlos Cova, columnista de la Revista Épale Caracas. 

 

‘Cristal’ fue una telenovela venezolana producida en 1986, una década considerada por Cova como la «época dorada» del culebrón. Según él, el rutilante éxito tuvo poco que ver con la calidad de los dramáticos de factura nacional: «No eran ni bien producidas, ni bien actuadas, pero tenían una espontaneidad y una ‘rusticidad’ que no tenían las mexicanas, las cubanas o las argentinas».

«Además, creo que el acento llano y el tono sabroso del venezolano fue un descubrimiento para el mundo. Fíjate que la proyección de Venezuela fue más a través del culebrón que del cine». Así, cuentan las revistas de chismes, en países como Israel se popularizaron expresiones como ‘mijita’, ‘chamo’ y ‘chévere’ porque las telenovelas se transmitían con subtítulos. Una vanguardia cultural sui generis que, claro, fue casi siempre menospreciada por la intelectualidad.

 

Culebrón en crisis

El escritor Salvador Fleján difiere de Cova. Primero, dice, la época de oro de la telenovela fue en la década de los 70 del siglo pasado: «y todo comenzó con Venevisión cuando lanzó una que se llamaba ‘La Loba’, que fue la continuación de una historia que tuvo hasta más éxito que la primera parte». Lo segundo es que hacer dramáticos en Venezuela resultaba más caro que producirlos afuera.

 

«Llegó a ser más barato montar una productora en EE.UU. que en Venezuela porque aquí había un star system y las estrellas cobraban. ¡Lupita Ferrer pedía una fortuna así fuera por un papel secundario!». La crisis económica que se desató en el país petrolero después del Viernes Negro, en 1983, empezó a encarecer las producciones y, cómo no, a mellar la supremacía de los culebrones venezolanos. «La última puntada fue la competencia», agrega Fleján.

«La competencia mexicana y la colombiana -insiste el autor de Tardes Felices- le dieron el puntillazo final a la telenovela venezolana a finales de los 90». Lo tercero es que ese ocaso era previsible, más allá de los vaivenes de la economía, por la llegada de la televisión por cable y el derrumbe de la hegemonía de los canales nacionales de señal abierta, que fungían como los principales productores de dramáticos en el país.

 

Millennials con cable

¿Qué es una telenovela? El dramaturgo venezolano José Ignacio Carbujas (1937-1995) la definía como «una historia dividida en fragmentos o capítulos que se transmiten todos los días y que provoca en el televidente la necesidad de continuar viéndola para conocer su desenlace». La reflexión sobre el género nunca ha sido demasiado abundante en el país porque, como decía el mismo escritor de La Señora de Cárdenas y La Dueña, se lo consideraba «abominable» o, al menos, «indigno».

Pero si algo vio Cabrujas a mediados de los noventa era que su ocaso estaba en cierne. «Yo creo que esta historia de amor sentimental y cursilona, Latinoamérica la ha empezado a abandonar, hay un hambre de modernidad en el continente. Yo lo veo, Latinoamérica a fin de cuentas ha empezado a disfrutar otras instancias, ha habido un desarrollo, este continente no es el mismo de cuando yo tenía quince años. Entonces la gente quiere más. Los muchachos de dieciocho y veinte años quisieran una televisión distinta, quisieran verse ellos, quisieran una televisión más inquietante, con programas más polémicos, más versátiles, menos modulares (…) la gente de veinte años piensa que la telenovela es una vaina de la abuelita de ellos, y tan pronto se muera la abuelita, desaparecerá», diría en una entrevista con Nelson Hippolytte.

 

Fleján, que fue hace pocos años director creativo de uno de los canales de señal abierta en el país, confirma el augurio: «Mira, la telenovela moldeó un carácter y una manera de ver y de sentir el amor, la muerte, la amistad, pero a mi generación. A los millennials no. ¿Y por qué? Bueno, porque primero tuvieron cable, antena parabólica y ahora cuentan con internet. Su educación sentimental ha sido con las series, no con televisión nacional. Eso es cosa del pasado».

 

Telenovelas «tapa amarilla»

Cova es tajante: el género desapareció. Para él no valen las que han salido en los últimos años, que considera «tapa amarilla», como popularmente se le dice en el país a algo de calidad dudosa. «Los canales intentan rentabilizar el género y hacen tres o cuatro novelas al año con mínima producción, un elenco de medio pelo y un libreto versionado por enésima vez. De los 90 para acá no hay una telenovela».

 

«Creo -añade- que tras haber tenido tanto éxito alguna vez, lo natural era bajar. Pero otra cosa que pienso es que el público venezolano ha sido muy desleal: están enganchados con telenovelas las mexicanas, argentinas o colombianas, y no extrañan demasiado las de factura nacional».

 

Fleján es menos apocalíptico y rescata los intentos de algunos canales por mantener la producción de dramáticos. Sin embargo, admite que reavivar las glorias pasadas es difícil y el porvenir es incierto: «El futuro está congelado porque con esta economía no es viable, no es rentable. Los actores, más bien, andan haciendo teatro».

 

Eso sí, que nadie lo dude, aún está viva la nostalgia por esas horas frente a la pantalla con las óperas de jabón de Delia Fiallo, Ibsen Martínez y Cabrujas: «Yo fui un consumidor muy precoz de ese producto y no lo abandoné ni siquiera cuando estudiaba Letras en la Universidad, que empecé a ver Kassandra», comenta Fleján.

 

Cova también recuerda con cariño Las Amazonas, el último culebrón que vio con rigor, y dice, todavía con un atisbo de esperanza: «En el fondo, estoy seguro que si hoy se hiciera una buena telenovela, sería un éxito». Como Cabrujas, con ese género ambos defienden su «derecho a ser plebeyos».

 

(RT)

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