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En el bulevar de Catia, frente a una perfumería, miles de mujeres y hombres “se matan” por tomar un número que reparten al final de una cola. Muchos de los que están allí tienen un objetivo: comprar productos de la cesta básica para después revender carísimo.

 

Son miles las personas las que se dedican a este comercio que, día a día, parece multiplicarse ante la mirada cómplice de la sociedad y de algunas autoridades. Mafias organizadas que extraen de los supermercados, perfumerías y tiendas productos básicos para luego revenderlos en las calles con precios especulativos.

 

Esta situación encuentra su punto álgido en la parroquia Sucre, populosa zona de la ciudad capital, donde cada día el bachaqueo, lejos de ser un negocio ilegal que se ejerce de manera cautelosa, sigilosa, se convirtió en algo que se vocifera a voz en cuello y a la vista de miles de personas que transitan por una transversal llamada Washington, entre las calles Colombia y México.

 

Es mediodía del miércoles y la calle es un frenesí: “pasta barata, pasta barata”, repite monótonamente un vendedor que lleva dos paquetes de este producto en sus manos. Más arriba ofrecen azúcar, leche, arroz, aceite, harina de maíz precocida, pasta dental, jabón de baño, papel higiénico, y otros codiciados productos que brillan por su ausencia en los supermercados.

 

Nada es “barato”. Nada es accesible. Todos los que circulan por el lugar preguntan el precio, tragan hondo y prosiguen su camino.

 

MODUS OPERANDI

 

Por el medio de la calle Washington, los bachaqueros abrieron un callejón estrecho en donde ejercen su macabro negocio. A cada lado se ubican exhibiendo sus productos, los cuales colocan a ras del piso.

 

Algunos colocan lo empaques de jabón en polvo, azúcar o leche dentro de bolsas negras. Bajan las asas un poco para hacer más visibles los bultos a los posibles consumidores. Dos motos en las cuales se trasladan cuatro efectivos de la Guardia Nacional Boliviariana (GNB) pasan como un celaje verde por la calle Colombia.

 

Tal vez, los efectivos verde oliva regresaban de un ajetreado operativo o se dirigían a atender una emergencia, porque no le pararon ni un comino a los cientos de jóvenes que ofrecían productos a precios especulativos en la calle.

 

Las motos surcaron tan veloces, como el movimiento que hicieron los bachaqueros para ocultar su mercancía por un segundo. Minutos más tarde, volvieron a la calle a ejercer sus funciones de especuladores. Cero estrés, cero acoso.

 

¿Quiénes son las personas que se dedican a este floreciente e ilegal oficio? Se trata de muchachos y muchachas que tienen, en promedio, 24 años de edad. Usan ropa moderna, llevan gorras coloridas.

 

Quienes los surten de mercancía se trasladan en motocicletas. Llegan con bultos de mediano tamaño.

 

Distribuyen el arroz, azúcar o la leche entre unas pocas personas, al parecer todas de un mismo grupo mafioso y se alejan de la zona rápidamente.

 

Hace pocos días, la Policía Municipal de Caracas (PoliCaracas) allanó el edificio Eliver, ubicado en la calle Washington, muy cerca de la zona donde opera el bachaquerismo al que hacemos mención, y decomisó 4,5 toneladas de productos de la cesta básica que las mafias ocultaban en ese inmueble.

 

PALO POR PALO…

 

A la hora del almuerzo un hombre y una mujer llegan al bulevar y ofrecen a los informales sopa. Un enorme tazón cuesta Bs 3 mil 800, mientras que un pote (donde los chinos suelen servir el arroz frito) lo dejan en Bs 2 mil 500. Por un momento se hace una tregua.

 

La mujer que vende sopa, una morena de contextura fuerte, se muestra interesada por un kilo de leche, pero casi se va de bruces cuando uno de sus clientes le suelta de sopetón el precio: “eso vale 15 mil bolívares el kilo, negra”.

 

—¡Qué bolas tienes tú! ¿Quince mil bolos un kilo de leche? Ni que me estuvieras vendiendo la vaca.

 

—Palo por palo no es trampa. Tú también me robas con tu sopa.

 

(CiudadCCS)