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Un dato que no debería ser pasado por alto a la hora de evaluar las acusaciones dirigidas contra el vicepresidente Tareck el Aissami, es que, dada la naturaleza de las mismas (vinculadas al narcotráfico), no surgieron de alguna instancia más cercana al tema como la DEA, el FBI y ni siquiera el Pentágono o la propia Casa Blanca. Vinieron del Departamento del Tesoro, un ente ciertamente gubernamental, pero cuya función oficial es la de administrar el tesoro público norteamericano, lo que va desde la creación de moneda junto a la FED hasta la recaudación de impuestos y la impresión de timbres fiscales.

 

Lo que lleva a preguntarse: ¿por qué una oficina con estas características –más parecida a un Banco Central que a un cuerpo de investigación policial o inteligencia– se toma competencia de abrir una averiguación sobre narcotráfico al vicepresidente de otro país?

 

Para empezar por lo más simple: porque ninguno de los gobiernos de Estados Unidos, desde el de George Washington hasta la fecha, jamás se ha tomado en serio aquello de la neutralidad de los bancos centrales y de la moneda, por más que se lo impongan al resto. Dado lo cual, cada vez que lo han considerado necesario, han utilizado instancias como estas para salvaguardar intereses e imponer otros.

 

Por lo demás, contrario a la displicencia con que, por ejemplo, la anterior administración del BCV trató los ataques contra el bolívar, para los Estados Unidos el dólar es una cuestión de soberanía y poder político, de modo que cualquier argumento válido o no en esta dirección, siempre será esgrimido para emprender las acciones defensivas u ofensivas que consideren.

 

La segunda razón, que es un desprendimiento de lo anterior, es que hace rato que dentro de la doctrina norteamericana, las herramientas de coacción económica y financiera, son tan o más válidas que las convencionales a efectos de tratar conflictos que afecten su hegemonía. Y eso no lo dijo Chávez ni Fidel Castro. Lo han dicho voceros y figuras del alto gobierno norteamericano mismo.

 

James Rickards, por ejemplo, un viejo lobo de Wall Street que trabaja para la FED y que pertenece al Comité de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, ha publicado múltiples libros y dicta conferencias a lo largo y ancho del mundo, explayándose en la doctrina de “la guerra financiera como forma de la guerra pero con otros medios”. Un tipo de guerra que, según él “es menos familiar a los estrategas militares y políticos debido a su naturaleza muy especializada y a su reciente arribo al terreno de combate” pero que “involucra actos hostiles en los mercados con acciones, bonos, divisas, materias primas y derivados financieros, entre otros”.

 

Por esa misma línea, Juan Carlos Zárate, exsecretario adjunto del Departamento del Tesoro y viceconsejero de Seguridad Nacional del gobierno de Bush Jr., publicó, hace ya algunos, años un libro donde explica paso a paso la doctrina de la guerra financiera. Zárate la define como “una nueva especie de guerra, como una insurgencia financiera sigilosa, que tiene la intención de constreñir el flujo financiero vital de nuestros enemigos, sin precedentes por su alcance y efectividad. El nuevo juego geoeconómico pudiera ser más eficiente y sutil que las competencias geopolíticas del pasado, aunque no es menos despiadado y destructivo”.

 

En una nota de prensa publicada en la sección internacional del diario venezolano El Universal el 24 de marzo de 2014, a propósito del conflicto desatado en Ucrania por el golpe de Estado y la separación de Crimea para anexarse a Rusia, se reseñan las palabras de Zárate y Chip Poncy, en la Conferencia Anual Contra el Lavado de Dinero y el Crimen Financiero realizada a principios de aquel año. Podríamos comentar la nota. Pero tal vez tiene más sentido que nuestros lectores y lectoras lean su contenido directamente y se hagan una idea de lo que podemos esperar de aquí en adelante a propósito de las acusaciones contra el vicepresidente:    

 

“Uno no puede dar una respuesta militar a todas las crisis, pero hay que hacer algo más que enviar cartas de enfado o hacer una declaración dura”, subrayó Chip Poncy, que fuera el primer director de la Oficina de Política Estratégica para la Financiación del Terrorismo y consejero del Departamento del Tesoro de 2002 a 2013.

 

Zárate y Poncy fueron ponentes de la conferencia anual sobre lavado de dinero y crimen financiero que se celebró en Miami la pasada semana.

 

Ambos expertos ayudaron a crear a partir de 2001 el entramado de EE.UU. para cortar el flujo económico de sus enemigos, una estrategia que creen clave para que Irán regresara a la mesa de negociación y para golpear el núcleo central de Al Qaeda en Afganistán.

 

Ahora está por ver qué efectos tiene en Rusia. “Usar ese poder contra Rusia, que es un país potente, una economía avanzada con vínculos globales con Europa y con todas las partes del mundo, es más difícil. Pero se tiene que hacer algo y ese algo es el uso del poder financiero”, señaló Zárate.

 

Mientras con la administración de George W. Bush (2001-2009) la batalla contra las cuentas y los activos de los enemigos se combinó con el uso del poder militar, luego, con Barack Obama al frente del país, se había convertido casi en la estrategia única.

 

“Irán y Corea del Norte han sentido el efecto de no poder tener acceso a los sistemas globales (de financiación). Hasta los norcoreanos tienen cuentas de banco. Para hacer negocios en este siglo, hay que tener esos vínculos con el sistema global. Si puedes excluirlos de ese sistema, eso es poder, y lo hemos usado en los Estados Unidos”, agregó Zárate, autor del libro Treasury’s War: The Unleashing of a New Era of Financial Warfare.

 

Pese a las mofas del presidente Vladimir Putin a las sanciones económicas contra personas cercanas al Kremlin y bancos rusos, impuestas por Washington y Bruselas, Zárate cree que pueden hacer daño en Moscú. “Pueden pegar muy duro en el largo plazo. Si el sistema bancario de Rusia es visto como ilícito o ilegítimo, eso tiene costos ahora y en el futuro para Rusia”.

 

Dos agencias crediticias han puesto ya sobre aviso a la deuda de Rusia, y la Bolsa de Moscú ha perdido más de diez puntos en marzo. Para todo ello es importante la conexión entre el gobierno y el sector privado. Visa y MasterCard han dejado de servir a dos bancos rusos, entre ellos el poderoso Bank Rossiya. “Los bancos y otras instituciones financieras tienen que calcular que no vale la pena, que es arriesgado hacer negocios con los bancos en Rusia. Ese es el poder del sistema global”, explicó Zárate.

 

Por: Pasqualina Curcio

(15yultimo.com)