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En noviembre del año pasado, como parte del plan de seguridad que implementa el Metro de Caracas en todas sus instalaciones, se efectuó un operativo especial para recuperar los espacios de la estación Petare y sus adyacencias, que habían sido tomados por la economía informal.

 

Los resultados fueron óptimos, pues en esa oportunidad personal de Protección y Seguridad de Metro, acompañado por efectivos de la Policía Nacional (PNB) y la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), se apostaron en el lugar, logrando despejar más de dos mil 500 metros cuadrados que estaban cubiertos por tarantines.

 

Se desalojaron espacios en la entrada que da a la avenida Principal de La Urbina, justo por el acceso del Metrocable, y también se les dio su carta de cesantía a los cientos de trabajadores informales que estaban ubicados en las proximidades de La Redoma y la avenida Francisco de Miranda.

 

Es cierto que los tarantines que se retiraron en aquella oportunidad no han sido instalados de nuevo. No obstante, los informales han vuelto por sus fueros y ahora venden de manera itinerante o con la mercancía en las manos, desplazándose de un lugar a otro.

 

Cigarrillos a montón

 

Solo los vendedores ambulantes de Petare, municipio Sucre, saben de dónde sale tanto cigarrillo para la venta. En la entrada que da al Cabletrén Bolivariano hay, como mínimo, 10 personas que se dedican a la venta de esta mercancía. En La Redoma y a lo largo de la avenida Principal de La Urbina son tantos que se hacen incontables.

 

Cada cigarro tiene un valor de cien bolívares. Al fumador le prestan un yesquero, enciende su vicio y prosigue su marcha. El vendedor realiza esta rutina incansablemente durante casi todo el día.

 

Pedro Rojas, uno de los vendedores ubicados en la entrada del Cabletrén, asegura que sus cigarros no son de contrabando. Agrega que los Chesterfield que oferta a 100 bolos cada uno los compra sin muchos trámites a una señora colombiana que los expende al mayor.

 

Cuenta que la gente que transita por la zona le está comprando cada vez menos cigarrillos, no porque se enteraron de que son ilegales y que entran al país desde la Guajira colombiana, sino porque su precio ha subido desproporcionadamente en los últimos días.

 

Bachaqueros cambiaron su estilo

 

Tras la aplicación del plan de reordenamiento y recuperación de la estación Petare, los bachaqueros que actuaban en la zona se retiraron unos días, pero al cabo de un tiempo volvieron con más fuerza.

 

En los alrededores de la estación del Metro, justo cerca del terminal de pasajeros de La Urbina, está ubicada una tanqueta blanca de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Varios funcionarios montan guardia dentro y fuera de la unidad blanca, que luce imponente en medio de varios tarantines.

 

Una cuadra más abajo, hay un grupo de hombres de mal aspecto que cuentan fajos de dinero en efectivo en plena calle. No ofrecen nada, al contrario, esta vez son ellos los que compran.

 

Un mujer llega a la zona con dos paquetes de un kilogramo de leche cada uno. Son de la marca Casa.

 

Enseguida, unos seis hombres que llevan manojos de billetes en sus manos se lanzan sobre ella y le ofrecen dinero por los dos paquetes de leche. Una disputa, una lucha y es el mejor postor el que se queda con el cotizado producto.

 

«Esa es la nueva modalidad. Ellos (los bachaqueros) compran aquí mismo y luego revenden los productos en otro lugar tres veces más caro del precio al que lo compraron», comentó una mujer.

 

Venden dulces a boca de estación

 

Sus bandejas son pequeñas, ocupan poco espacio sobre los bordes de las escaleras, pero no dejan de causar incomodidades a los usuarios que salen y entran de la estación Petare.

 

Son mujeres y venden golfeados a Bs mil, conservas de coco a Bs 500 y buñuelos de yuca con bastante azúcar a Bs 600.

 

Una de ellas, con marcado acento dominicano, cuenta a su amiga cómo un día sostuvo un altercado con una funcionaria del Metro que tuvo la osadía de hacerle un llamado de atención, le pidió que se retirara de su punto de venta.

 

«¿Qué le pasa? Si quiere le doy un golfeado para que se endulce la vida. Yo aquí no le hago mal a nadie -le dije-, pero no comió coba y me decomisó la bandeja. Después me enteré de que la mercancía se la comieron en el módulo», soltó la joven mujer.

 

Hay que limpiar la zona

 

Cerca de una venta de cidís quemados en La Redoma de Petare la música suena a todo volumen a las diez de la mañana de este lunes. Allí también venden películas que ya salieron de cartelera a Bs 100.

 

Un hombre que lleva una camisa amarilla de la selección de Colombia –que en su dorsal está identificada con el nombre de Cuadrado (Juan Guillermo), un centrocampista de la selección neogranadina– se divierte lanzando pasitos al ritmo de la champeta que se deja escuchar a través del parlante.

 

Como está tan divertido haciendo su trabajo, el informal no se ha percatado de que a su lado reposa un colchón king size que alguien botó de manera inconsciente al pie de la calzada. Más allá hay envases de jugos, empaques de pasta y arroz, latas de sardinas y un sinnúmero de cajas de cartón.

 

Quienes abordan los buses hacia Guatire, al frente de la estación, contribuyen con el desaseo de la zona al lanzar los empaques de chucherías que compran a los vendedores ambulantes. Los barredores de la Alcaldía de Sucre brillan por su ausencia.

 

Señor usuario, el Metro no es un baño público

 

Sucedió un domingo hace dos semanas en la Línea 3, estación Plaza Venezuela. Sin ningún prurito una dama joven, que viajaba en dirección La Rinconada, tuvo la osadía de poner a su pequeño hijo de unos dos años a orinar sobre el riel. Quienes mirábamos la imprudencia, dimos paso a las siguientes preguntas: ¿por qué lo hace?, ¿Y si el niño se le cae al riel?, y los más espantados se llevaban las manos a la cabeza con la interrogante: «y si eso es lo que le enseñan a los hijos, ¿cómo serán en su casa?».

 

Ella no viajaba sola, le acompañaba otra dama, seguramente familiar, y cinco niños más grandes, quienes visiblemente apenados por la terrible falta trataban de disimular el hecho girando la vista al contrario de los comentarios.

 

La madre que entendía que se le increpaba, asumió la situación con una lógica propia. A medio escuchar balbuceó: «Él no se puede aguantar», mientras corría desesperada a otro vagón para evitar ser acorralada por las expresiones de indignación que había provocado.

 

El usuario Metro se había educado hasta hace poco al respeto del sistema y en especial a entender que este no posee baños, por lo cual las necesidades fisiológicas deben realizarse fuera del subterráneo.

 

Lo antes narrado, no es práctica solo de una madre desesperada por atender la necesidad humana de su hijo, sino que se ha hecho común en algunos adultos, que quizás bajo el estado de embriaguez recurren a esa práctica.

 

Una muestra de ello, seguro usted que está leyendo lo ha percibido a través de un olor nauseabundo que lo persigue en una estación mientras espera su turno para viajar. Y aunque no haya visto al infractor, su experiencia le dice que «seguro aquí alguien se orinó», para decirlo de una manera decente.

 

Pero en qué radican hábitos contrarios como este, seguramente en la falta de identidad con el sistema, el mismo que a diario nos sirve de mucho, que tiene seguridad, es rápido, cómodo y económico.

 

Los operadores no pueden hacerlo todo, pues tendrían que ser muchos, la tarea es nuestra ¡Cuidemos el Metro!

 

(Ciudad CCS)