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Los dichos y los hechos de la camada de líderes derechistas latinoamericanos y del nuevo presidente de Estados Unidos están causando reacciones encontradas entre los militantes de la contrarrevolución en Venezuela. Una parte de los opositores cree que los presidentes neoliberales de Argentina, Brasil y Perú, así como su nuevo jefe imperial, están contribuyendo a aumentar el apoyo del electorado venezolano a la derecha, mientras otros consideran que, por el contrario, están comprometiendo las posibilidades de las fuerzas reaccionarias de retornar al poder.

 

Veamos la primera postura. Muchos antichavistas han caído en una etapa de repudio a sus líderes nacionales, a quienes comparan negativamente con los figurones de la derecha de otras naciones. Con esas mismas palabras o con otras, dicen que ojalá tuviéramos acá un Macri, un Temer, un Kuczynski o un Trump.

 

Es un rollo interno de la derecha y de sus alas ultra, pero uno puede meter su cuchara en el asunto, ya que lo ventilan públicamente, en especial a través de esos lugares ideales para la observación antropológica que son las redes sociales. Además, parece un buen momento para decirles a esos articulistas -y a quienes piensen como ellos- que no desconfíen tanto de sus muchachos, que muchos de esos dirigentes criollos (mejor dicho, nacidos acá) son idénticamente iguales a los ídolos extranjeros, al menos en eso de su incondicional entrega a los intereses imperiales. Lo que pasa es que están esperando su oportunidad para demostrarlo.

 

Mejor aún, podríamos decirles que los señores de otras latitudes son tan mediocres como los locales, con la diferencia de que aquellos han tenido mejor suerte o han llegado en un momento más apropiado, aprovechando eso que los viejos teóricos comunistas llamaban “el reflujo de las fuerzas populares”.

 

Claro que hoy en día luce difícil, por ejemplo, arrebatarle a Kuczynski la medalla de oro en materia de actitudes rastreras y entreguistas. Pero acá, entre los líderes de la MUD y sus alrededores, hay varios muy capaces de gestos aún más serviles que ese de enorgullecerse de ser un perro dormitando en la alfombra de su dueño.

 

Analicemos ahora la segunda postura, la de aquellos que creen que la pandilla de ricachones convertidos en presidentes de sus países (en este caso, incluyendo a Trump) le está haciendo más daño a la opción de la derecha local que las torpezas de sus propios líderes, lo cual es bastante decir.

 

Sostienen estos antichavistas que Macri, Temer, Kuczinsky y Trump no han resultado ser precisamente los mejores propagandistas del retorno del neoliberalismo o de lo buena que puede ser la ultraderecha en el poder. Las razones para considerarlos como ejemplos perversos son variadas: Trump es un xenófobo que, en su supremacismo, no distingue entre latinoamericanos de derecha o de izquierda: quiere echarlos a todos de la tierra prometida; Temer, Macri y Kuczinsky, en tanto, son plutócratas que gobiernan para llenar aún más sus bolsillos repletos y los de su círculo de aliados. Todos, tanto el yanqui como los pitiyanquis, son corruptos de siete suelas, con grandes expedientes en casos viejos (quiebras fraudulentas, negociados y coimas con gobiernos y corporaciones) y nuevos (como el de Odebrecht, para solo mencionar uno).

 

Los analistas de esta tendencia advierten que con una banda criminal de ese calado actuando con el mayor desparpajo en el hemisferio, va a resultar difícil convencer a la gente común y corriente de apoyar los liderazgos de personajes parecidos en la escena nacional, por más que la tendencia global sea a retroceder en las revoluciones. Piensan que con semejantes ejemplos, más temprano que tarde la izquierda y eso que ellos llaman despectivamente “el populismo” van a estar de vuelta en los palacios de gobierno. ¡Qué dilemas los de esta gente!

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])