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Era febrero o marzo de 2002 cuando recibí un correo en el que me aseguraban que no encontraría dónde esconderme cuando tumbaran al gobierno. El texto había sido escrito en mi propia casa, en la casa donde viven mi madre y mis hermanos. Quien escribió ese correo era un muchacho tachirense, compañero de clase de uno de mis hermanos, que vivía alquilado en la casa de mi madre, en Mérida. Me preguntó que si no me daba vergüenza “estar vendido al gobierno por un bozal de arepas”, que “dónde me iba a esconder cuando estemos arrastrando a todos los chavistas que lo único que merecen es la muerte”.

 

Yo le respondí que cuando ese momento llegara, si llegaba, que tuviera la gentileza de no torturar a mi madre. Que la asesinara rápido, al igual que a mis hermanos, porque si bien ellos formaban parte de ese chavismo que odiaba tanto, habían sido amables y afectivos con él, por lo que a mi juicio no merecían la tortura. En un segundo correo me dijo que no era así, que el no tenía ninguna intención de agredir a mi familia, que los conocía y que sabía que eran gente honesta y trabajadora. Que los respetaba y los quería. Me vi precisado a escribirle de nuevo, esta vez para decirle que cuando uno es partidario de un genocidio, no tiene la posibilidad de controlar sus consecuencias. Uno puede soñar con que serán asesinados solo los varios miles que uno detesta y que se salvarán los que uno quiere, pero el tema es que los que ejecutan la matanza no coinciden en sus afectos y en sus respetos.

 

Recientemente, en un grupo de whatsapp de mi familia, he visto de nuevo esa conducta. En ese grupo los chistecitos contra el chavismo y la propaganda política de derecha han sido la norma, pero recientemente vi con preocupación que pasaron a la propaganda de guerra, al llamado al exterminio. Duele ver que un tío o un primo se sumen a ese espíritu de matanza. Pedí en el grupo que intentáramos mantener ese espacio como un recurso de encuentro, que evitáramos convertirlo en un foro de propaganda y menos en uno de propaganda de guerra. Aunque la mayoría del grupo estuvo de acuerdo, un primo me repitió la misma pregunta del 2002, que “dónde te vas a meter cuando el gobierno caiga porque a los chavistas hay que cazarlos como ratas”. Le propuse que fuera a casa de mi mamá, su tía, y los matara a todos, así cumpliría su cuota en la degollina y que, si no me mataban antes, iría a Mérida, para que él pudiera cumplir por completo con su deseo de muerte. Mi primo escribió que con los chavistas no se podía discutir y abandonó el grupo. Sin embargo, espero que el haberle enrostrado la cercanía y la virulencia de su discurso de asesinato pueda haberle hecho repensar en el alcance de su odio. Ojalá que así sea, que recapacite y que sus anhelos de exterminio se reduzcan. 

 

(epaleccs.info)