El poeta margariteño, abogado, investigador en los campos de la Ciencias Sociales, la Política y la Historia, constituyente de 1999, autor del Preámbulo de la Constitución vigente,  considera que la Carta Magna es perfectible y que el proceso constituyente se justifica porque es la vía para garantizar la paz entre los venezolanos.

 

En el plano cultural, se pronunció porque la nueva Constitución amplíe el disfrute de los derechos y garantice su ejercicio frente a “un funcionariado que confunde cultura con jolgorio y divertimento”.

 

El intelectual, quien se ha distinguido como una voz crítica dentro del chavismo, expresó que “los corruptos hacen más daño que todos los imperios porque minan desde adentro al proceso revolucionario y crean la metástasis, que luego hace incurable la enfermedad”. Y añadió: “Hay que desatar una guerra declarada contra la deshonestidad. Ese es uno de los factores primarios de un proceso revolucionario”.

 

A continuación, una versión del diálogo sostenido por Pereira (Punta de Piedras, Nueva Esparta, 1940), con el periodista Clodovaldo Hernández:

 

-Una colega suya, no por poeta sino por abogada, la fiscal general Luisa Ortega Díaz, dice que no es necesario ir a una Constituyente porque la Constitución de 1999 es inmejorable. Yo estoy de acuerdo, pero con respecto a una porción pequeñita de la Carta Magna: el preámbulo que usted escribió… ¿Ese preámbulo también se podría mejorar? ¿Usted estaría dispuesto a trabajar en eso?

 

-Todo es perfectible –dice, sonriendo–, no hay nada inconmovible en el mundo, todo es un proceso dialéctico que se va a adaptando a las nuevas realidades, y la Constitución tiene algunas flaquezas que han podido corregirse también con una reforma, de eso no cabe duda, pero estamos viviendo un momento crítico. No en vano, el presidente Maduro ha llamado a este proceso, una Constituyente de paz. El vio, y creo que con bastante certeza, que solo un llamado al poder originario, es decir, a nuestro pueblo, es posible comenzar a formalizar un proceso de paz, que permita la cohabitación de los factores políticos de una manera civilizada. Los venezolanos tenemos una tradición de civilización política de muchos años y, con todo y lo que pueda decirse sobre la Cuarta República, con todos los horrores que se cometieron en esos cuarenta años, se preservaron las instituciones democráticas. Eso es importante si observamos que Colombia lleva casi 200 años en guerra. Después de la muerte del Libertador, Colombia lleva nueve guerras civiles. La oligarquía colombiana ha permeado su poder con la sangre popular, una matanza tras otra desde los tiempos del virreinato de Santa Fe hasta el sol de hoy. Uno revisa la historia colombiana y encuentra los mismos apellidos, los de la oligarquía que ha ensangrentado a su país y que ha obligado a ese pueblo a emigrar en masa, incluyendo los cinco millones de colombianos que están en Venezuela. Debemos mirarnos en ese espejo, entender que las oligarquías ponen a los pueblos a pelear y luego ellos tienen un helicóptero en el patio de su casa y se van a disfrutar sus riquezas en otras partes, fundamentalmente en la Florida, que es su destino ideal.

 

-¿Existe un riesgo real de guerra civil en Venezuela?

 

-El riesgo está presente porque tenemos un sector de la oposición que está enloquecido, practica la violencia como ejercicio político cotidiano. Las redes sociales transmiten llamados a ejercer la violencia contra supuestos enemigos chavistas, además de las agresiones que se cometen contra el lenguaje, con expresiones pedestres, llenas de vulgaridades y de miseria espiritual. Andan a la caza de los chavistas para humillarlos.

 

-En la “Cátedra de Historia Federico Brito Figueroa”, usted dijo que se está imponiendo una cultura de la desesperanza. ¿Cómo se hace eso y cómo se combate?

 

-La cultura de la desesperanza la vemos en los medios, en su catastrofismo permanente, en las noticias que se leen, en lo que se oye por la radio o lo que se ve en la televisión. Todo apunta a la tristeza, a la muerte, al odio, a la desesperación, a la violencia. El ejercicio de la violencia es un ritual consagrado en nuestros medios, especialmente en la televisión. Usted ve cualquier canal de cable o satélite y se asombra al hacer un simple conteo de los minutos por hora que se dedican a la violencia, a la consagración de las bajas pasiones, a la parte más primitiva de los seres humanos.

 

-También habló usted en esa conferencia acerca un proceso desnacionalizador que ya lleva más de un siglo en el país. ¿Procesos como la Revolución Bolivariana han hecho mella a ese intento de desnacionalizar o apenas lo han rozado?

 

-Yo creo que estamos comenzando, es un proceso que se inició con la victoria del comandante Chávez en 1998. Este es un proceso (desnacionalizador) que influyó en las capas medias de nuestra población. Rodolfo Quintero lo denominó, en un libro célebre suyo, La cultura del petróleo. Antes de llegar las transnacionales petroleras, el país estaba, de alguna manera, abierto al mundo. Yo recuerdo incluso que cuando llegue a Caracas a estudiar en el liceo Andrés Bello, y luego en la Universidad Central, acá había cines, como el Palace, que estaba dedicado a la exhibición de películas francesas. También podían verse películas italianas, mexicanas, de otros países latinoamericanos… había una apertura hacia el mundo. Con la cultura del petróleo, se impuso el aparato comunicacional de Estados Unidos hasta el punto de que abordó no solamente el cine, sino también todos los programas de televisión, tanto para adultos como para niños. Es una constante transmisión de antivalores, que comienza con nuestra infancia. Son los antivalores del egoísmo, el individualismo, el ejercicio de la picardía, de la violencia, como forma de dominio sobre los otros. Esa contracultura hay que combatirla de todas las formas posibles. Los medios de comunicación fueron calificados por Bolívar, en su época, como la artillería del pensamiento, imagínense cómo serán ahora. Esos medios conforman la sensibilidad colectiva. Si transmiten antivalores van volviendo a la gente insensible, primero ante la tragedia de los otros, y luego ante la propia vida de los otros. Llega un momento en que la vida de los demás no vale nada, con apretar un gatillo basta, como se ve en las películas…

 

-En el plano cultural, ¿qué deberíamos esperar de este nuevo proceso constituyente?

 

-Como todo es perfectible, los derechos culturales deben ampliarse en la nueva Constitución, pero fundamentalmente, deben establecerse las normas para que sean ejercidos, para que se obligue al funcionariado a tener presupuestos permanentes para el ejercicio de esos derechos. Tenemos, con honrosas excepciones, una infraestructura cultura semiabandonada, cuando no son cascarones vacíos, no están nutridos de vida porque la cultura sigue estando subordinada para la mayoría del funcionariado, o la ven como un jolgorio, como un divertimento. Confunden cultura con un espectáculo de salsa, que es una diversión sana y necesaria para los seres humanos, pero que no transmite valores, no propicia reflexión. Necesitamos espacios para que las artes conformen las sensibilidades que permiten tener valores de solidaridad, fraternidad, necesarios para cambiar un país.

 

-¿Esos cambios se pueden operar a través de la Constitución o es necesario ir a otros instrumentos legales que permitan desarrollar más las normas, como las leyes y los reglamentos?

 

-Las leyes, incluyendo a la propia Constitución, a la que llaman la Magna Ley, no son sino papeles, guías para la acción. Ellas, por sí mismas, no resuelven nada. En los tiempos de la colonia, cada vez que le llegaban informes de las Indias, la Corona española emitía alguna legislación que, de alguna manera, favorecía a los indios contra los desmanes de los conquistadores. Estos recibían acá esas leyes y decían: “se acata, pero no se cumple”.

 

-Usted, como poeta, está muy consciente del poder de la palabra, y en todos estos años hemos hecho mucho énfasis en el aspecto bélico de la palabra. Quizá eso se debió a que el proceso revolucionario lo inició un hombre procedente del mundo militar, o porque volvimos a nuestra historia, que está muy teñida de guerras. ¿No deberíamos ir también a una revisión de nuestro propio lenguaje?

 

-Estoy seguro de que la palabra puede convertirse en acto. Las palabras de la poesía son hechos, pero también las palabras de la infamia, son hechos. Cuando el lenguaje se utiliza un tanto más allá de lo que impone la tolerancia y el respeto al derecho ajeno, las palabras pueden convertirse en provocación, agresión o defensa. En la situación venezolana, las respuestas a los ataques han generado, en reciprocidad, otros ataques. Eso ha caldeado las situaciones que, acumuladas, van conformando una perspectiva si no bélica, al menos de no respeto al otro. La convivencia política entraña el respeto al adversario. Se pueden decir muchas cosas con un lenguaje respetuoso, sin claudicar principios ni buenas maneras, para plantearlo al estilo del Manual de Carreño. Quien pierde el poder y los privilegios –dice, refiriéndose a la clase política de la Cuarta República– considera que es víctima de una injusticia. No toma en cuenta que el 80% del país ha sido víctima de injusticias seculares a través de toda nuestra historia y han soportado estoicamente situaciones vergonzosas de exclusión, de humillación, de desamparo. Basta ver las cifras oficiales cuando Chávez toma posesión en su primer gobierno, en 1999. Eran dramáticos los índices de pobreza y eso es una forma de violencia. ¿Qué mayor violencia que sumir a nuestros niños en el absoluto desamparo? Uno estaba tomándose un café en un sitio al aire libre y llegaban niños limpiabotas a cada momento, por no hablar de la mendicidad… Ahorita estamos atravesando unos tiempos muy duros, sabemos que hay una guerra desatada. No en vano de los automercados desaparece todo, pero no los refrescos, la comida basura, las chucherías, que no hacen sino envenenar a nuestros niños. Si a eso le agregamos nuestros propios errores, tenemos el panorama completo: errores por omisión y errores por acción. Más por omisión que por acción. En la administración pública se han colado falsos revolucionarios, gente con una franela roja, pero cuya conducta está bien distante de serlo. La deshonestidad no tiene nada que ver con una revolución. Los corruptos hacen más daño que todos los imperios porque minan desde adentro al proceso revolucionario y crean la metástasis, que luego hace incurable la enfermedad.  Hay que desatar una guerra declarada contra la deshonestidad. Ese es uno de los factores primarios de un proceso revolucionario.

 

-La intelectualidad de la derecha venezolana tiene ya casi dos décadas despreciando a los intelectuales que están con la Revolución, diciendo que son mediocres y tarifados… pero ¿qué obra ha hecho esa intelectualidad de derecha en estos años?

 

-Mira –responde en tono irónico–, no sé qué habrá hecho porque yo he estado en mi yate durante todo este tiempo, he paseado por muchas costas, estuve en Florida una grata temporada, con gratas compañías y gratas bebidas. El yate tuve que venderlo en Florida porque me dijeron que era muy pequeño para lo que yo tengo, para lo que he acumulado en todo este tiempo del proceso, sobre todo por los derechos de autor, que han sido fabulosos. Eso me ha permitido tener todas las propiedades que tengo y disfrutar… esa es la envidia que les da a los intelectuales de la derecha, que ellos no pueden gozar de los mismos esplendores de los que gozamos nosotros.

 

-En el plano de la discusión teórica, ¿ha habido algún planteamiento de la intelectualidad de la derecha con el cual se pueda discutir?

 

-Sí, pero ellos los tienen guardados en unas cajas fuertes secretas, se niegan a sacarlos, no sé por qué.

 

-¿Será que les da un poco de vergüenza, que no son planteamientos muy presentables?

 

-Es muy posible, aunque a lo mejor es algo tan brillante que, por egoísmo, lo tienen reservado.

 

-Algunas figuras de esa intelectualidad han llegado al extremo de justificar las acciones violentas, la humillación de adversario, el uso de excrementos, escupir a la gente… ¿Cómo se llega a eso?

 

-Eso comenzó siendo una degradación del lenguaje para convertirse en una degradación del alma porque se necesita, verdaderamente, ser un desalmado, para decir esas cosas.

 

-¿El poeta Pereira vuelve a la Asamblea Nacional Constituyente?

 

-No –responde tajante, casi sin dejar que termine la pregunta–. Por un lado, nunca segundas partes fueron buenas, y por el otro lado, tengo la certeza de que hay compañeros que van a cumplir en esta nueva realidad un papel mejor del que yo pudiera desempeñar, no solamente por la edad, que es una cuestión espiritual que se manifiesta en la carne, lamentablemente. Creo que otros lo pueden hacer mejor, y ya yo, desde el punto de vista biológico y de la salud no estoy tan bien como estaba hace 18 años.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])

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