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Suele decirse que los niños y los locos se caracterizan por decir la verdad desnuda y que por eso la sociedad manda a los niños a la escuela (para que aprendan a vestirla) y a los locos al manicomio (para que solo se oigan entre ellos).

 

Y la cosa se pone peor cuando se trata de un niño perturbado mentalmente: suelta sus verdades sin contención y permite saber lo que realmente están pensando los adultos (presuntamente) cuerdos.

 

Hecho este planteamiento, pongamos como ejemplo a ese querubín orate que se llama Juan Requesens.

 

 

Desde su llegada a la Asamblea Nacional, este niño ex gordito se ha distinguido por su falta de contención verbal. Cabe suponer que era de esos que hacían pasar penas al papá y a la mamá al revelar intimidades en medio de una piñata. Todos hemos conocido niños así o, quizá, hasta fuimos uno de esos.

 

Una de sus acciones inaugurales como diputado (su primer trabajo pagado) fue ponerse en un apartamento en Los Palos Grandes y proclamarlo por ahí, públicamente, igual que el otro mozo, Freddy Guevara, se mostraba orgulloso con su Audi “prestado” por un  generoso empresario.

 

No hablemos de cómo el diputado dejó de ser gordo. Está en su derecho, pero que quede claro que no fue ni por la dieta de Maduro ni por la de Mendoza. En todo caso, se hizo también una reingeniería de imagen para competir en un mundo en el que es una raya tener tremenda panza siendo tan carajito.

 

Competir por el puesto del más echao pa’lante no es algo fácil en el sector más violento de la oposición, pero Requesens tiene, justamente, la gran ventaja de ser un chamo demente, es decir, con doble justificación para tener conectada la lengua en directo con el cerebro reptil.

 

Así, vimos al parlamentario declarando que deseaba “quemar esa mierda”, refiriéndose a la base aérea Generalísimo Francisco de Miranda, un enclave estratégico para la defensa de la capital venezolana, sede de la comandancia general de la Aviación Bolivariana. Nada menos.

 

Pero ese deseo de niño pirómano era apenas una muestra de lo que tiene en la cabeza. Pocos días después de esa célebre afirmación, se fue al Norte y, hablando públicamente en una universidad, dijo la verdad, al mejor estilo de los pequeños y los locos: que las manifestaciones de la oposición tienen que ser cada vez más violentas para que puedan generar tal situación de ingobernabilidad que haga posible la intervención de fuerzas extranjeras. Así mismo fue, pues… como si un muchachito sincero hubiera dicho en medio de una reunión de padres y representantes: “Es que mi papá, cuando se emborracha, le cae a golpes a mi mamá y a mi hermana”.

 

La gente reacciona contra el mocoso lenguaraz, pero él no es sino el tipo que, sin contención (por inmaduro, por desquiciado o por las dos cosas), dice lo que otros se cuidan mucho de guardar, pero que también piensan, que también saben, por lo cual están trabajando día y noche: propiciar la violencia, el caos, la inestabilidad social, para que vengan los gringos a poner orden, y los instalen a ellos en Miraflores.

 

Así, ni más ni menos, hay que ver ese acto de clara traición a la patria del ex gordito malcriado: un exceso de sinceridad que desnuda la verdad de todo un sector político. No es un gesto individual de él, sino la meta de todos los dirigentes opositores, con la única excepción de aquellos que sean capaces de marcar distancia de esos desaguisados (¿los habrá?).

 

Juancito piensa igual a todos los demás, tiene los mismos planes sangrientos y antipopulares. Lo único que lo distingue es que –por niño o por loco– es el más bocón.

 

[Ah, por cierto, aunque los niños son muy sinceros, también les gusta mentir. Son “embusterosos”, como se decía en otros tiempos. Y Juancito no es la excepción. Cuando vio que  los otros lechuguinos consentidos le estaban sacando ventaja en eso de ser el más arrechito, se metió en una alcantarilla en la autopista Francisco Fajardo y salió de ella denunciando que lo había empujado un Guardia Nacional al que, cosa rarísima en estos tiempos, nadie grabó en video. Menos mal que su amiguito Pizarro lo ayudó a salir del hueco.]

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])