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En este tiempo violento han quedado en evidencia muchas cosas. Una de ellas es el vacío político de nuestra oposición (es nuestra, no se la podemos endosar a nadie). Esa condición queda en evidencia con el hecho de que sus actividades tienen dos puntos de llegada: la violencia o los callejones sin salida.

 

A veces, esos callejones sin salida se presentan literalmente hablando, como cuando la militancia opositora se encierra a sí misma, a sus vecinos y a los transeúntes en sus propios ghetos. En esos lugares predomina la frustración y, aunque suene algo frívolo decirlo, florece el aburrimiento.

 

¿Se imaginan ustedes la cantidad de actividades que podría desplegar el Partido Comunista si hiciera un plantón de dos, cuatro, seis o doce horas? ¿Cuántos capítulos de El capital, de La ideología alemana o de de El 18 Brumario de Luis Bonaparte podrían ser analizados y debatidos en un lapso como ese? ¿Cuántos documentos podrían elevar a la consideración del comité central acerca, por ejemplo, del rol del lumpenproletariado en las acciones subversivas de la derecha?

 

Los partidos, movimientos políticos, sindicatos y otras organizaciones populares que han nacido al cobijo de las ideas de cualquiera de las corrientes comunistas y socialistas adoptaron, en alguna medida, esa sana costumbre de emplear el tiempo colectivo en el estudio. Lastimosamente, otras entidades llamadas de izquierda ya no leen ni debaten nada. El comandante Chávez, quijotesco como era, intentó, con el poder del ejemplo, insuflar ese ánimo de lectura y discusión constante en las filas del MBR-200, del MVR y del PSUV, dicho sea cronológicamente. No podemos decir que lo logró masivamente, pero algo se ha avanzado en estas décadas y por eso algunos intelectuales invitados se sorprenden cuando encuentran, en plena calle, en pleno pueblo, gente que maneja conocimiento y reflexión, y que está presta para el debate con camaradas y con adversarios.

 

En cambio, la derecha, conformada básicamente por clase media, es un erial político. En la dirigencia y en la militancia, la única idea fuerza parece ser destruir la Revolución Bolivariana. No es casual que el gran argumento que se oye en las protestas opositoras sean los ruidos atorrantes de las cacerolas, los pitos y las matracas. No es casual que en esas jornadas de varias horas, las personas que se reúnen se dediquen a jugar cartas, a intercambiar memes y a tomarse selfies.

 

Si eliminamos todas las protestas violentas de este ciclo de más de tres meses y solo revisamos las “pacíficas”, veremos que  ha habido trancazos, plantones, marchas, concentraciones, diversas formas de nudismo, pancartazos, pupitrazos, etcétera, pero una sola vez hubo algo que llamaron “asambleas de ciudadanos” y tales encuentros fueron un fracaso abrumador. ¿Alguien recuerda qué se debatió (si es que hubo debate) en esas asambleas? ¿Alguien se ocupó de registrar los temas tratados, las propuestas hechas (si es que las hubo), o de elevar los planteamientos ante las instancias superiores de liderazgo? Permítaseme que lo dude.

 

En ese tiempo también han sido muy escasas las manifestaciones que concluyen con un mensaje de la dirigencia, si exceptuamos las instrucciones de Guevara a su cuerpo de choque o expresiones como “¡Chamo, yo también quiero quemar esa mierda!”, del niño prodigio de las guarimbas, Juan Requessens.

 

La militancia opositora no delibera, no reflexiona, no elabora posturas políticas y sus líderes tampoco, solo se limitan a aplicar al dedillo las recetas para derrocar un gobierno, hechas en países donde, por cierto, tales recetas son inaplicables, so pena de severísimos castigos legales o no. Por eso, este amplio sector de la sociedad venezolana oscila entre la violencia y los callejones sin salida en los que predominan la frustración y el aburrimiento. Un campo de oscilación, de más está decirlo, sumamente peligroso.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])