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La forma como el poder hegemónico capitalista de Estados Unidos, Europa y los gobiernos lacayos latinoamericanos han enfrentado el proceso constituyente venezolano podría indicar algo más allá que el simple empeño en meterse en asuntos internos de otras naciones. Parece ser la indicación de que la opción que tienen los pueblos de convocarse a sí mismos como depositarios del poder político originario es vista como un virus peligrosísimo, que debe ser exterminado. El constituyentismo venezolano se yergue como una amenaza a la que es necesario aislar y destruir.

 

Así, hemos visto que las declaraciones de los gobiernos alineados con Washington repiten la misma fórmula: no reconocer a la Asamblea Nacional Constituyente nacida de las elecciones de este domingo. Se trata de una posición fabricada en serie, lo cual no es sorprendente, pues así actúan las cancillerías de estos países ante las líneas emitidas en la capital imperial. Sin embargo, es claro que esas naciones, en este caso, no solamente actúan por órdenes de EEUU, sino también por el propio instinto de conservación de sus clases dominantes.

 

Todo apunta a que la apelación al poder constituyente (como forma que tienen los pueblos de darse sus propias normas legales, de revisar sus pactos de convivencia) ha pasado a ser una de las amenazas que la derecha continental y de la vieja Europa tiene contempladas en su lista.

 

Esa lista tiene que renovarse cada cierto tiempo, y debe generar miedo para que los poderes hegemónicos se legitimen a sí mismos y tengan la autorización para aplastar a los movimientos y países disidentes. En este caso se trata de las naciones que pretendan ir por el camino de la democracia, más allá de los restringidos cánones de su forma representativa y liberal.

 

En la Segunda Guerra Mundial, el enemigo encarnó en Hitler. Una vez derrotado, se hizo presente el adversario verdadero del capitalismo: el comunismo, que también había derrotado a Hitler y, más pronto de lo previsto, se hizo con el poderío atómico. Con el miedo al demonio comunista, EEUU y la derecha mundial se sostuvieron durante décadas de represión y persecución política, a veces bajo el formato de gobiernos militares, y otras con el disfraz de democracia. Cuando se derrumbó la Unión Soviética, el imperialismo estadounidense hubo de inventarse un enemigo para meterle miedo a su pueblo y justificar los enloquecidos gastos de guerra. Apareció el terrorismo, siempre vestido de árabe.

 

En el escenario latinoamericano, EEUU desde 1959 se ha utilizado a Cuba como el enemigo oficial, pero en los últimos 18 años ha extendido esa categoría a la Venezuela Bolivariana, siempre con el fantasma del comunismo como principal argumento.

 

En este intenso año 2017, la coalición hegemónica capitalista se ha lanzado contra el proyecto constituyente venezolano porque sabe que la Asamblea Nacional Constituyente tendrá la facultad de establecer normas que harán más difícil el despojo de los recursos naturales del país. Esa es una razón muy concreta, pero todo parece indicar que también se oponen al acto constituyente en sí porque toda forma de poder directo para el pueblo es una amenaza al poder de las élites. Y el constituyentismo venezolano podría convertirse en una alternativa política capaz de contagiar a otros países latinoamericanos e, incluso, al propio pueblo estadounidense, que sigue eligiendo a su presidente en comicios indirectos y en procesos ominosamente dominados por los poderes corporativos.

 

Las oligarquías nacionales de los países que le hacen la comparsa a EEUU tienen razones más que pesadas para declararse en guerra contra la Constituyente venezolana, aunque, en apariencia, no sea asunto de su incumbencia. Lo hacen porque temen que en sus propios ámbitos afloren movimientos encaminados a generar una revisión profunda de las normas legales fundamentales. Los grupos que ostentan actualmente el poder político en naciones como Colombia, Perú, Argentina, Brasil, Chile, Panamá y Costa Rica saben perfectamente que si la idea de convocar al poder soberano originario floreciera en sus pueblos, más temprano que tarde ellos perderían sus grotescos privilegios y se verían forzados a ceder ante el impulso de las fuerzas populares.

 

Visto así, el constituyentismo es una amenaza incluso más seria que el socialismo, pues no se trata ya de sumar al país a una ideología predeterminada, sino de abrir procesos de reinvención nacional, en los que cada Estado resolverá libremente hacia dónde quiere encaminarse.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])