jueves, 11 / 09 / 2025
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¿Con Ortega Díaz hubo ignorancia o vista gorda? (+Clodovaldo)

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Nuestra Constitución de 1999, en sus artículos sobre libertad de expresión, incorporó un par de características que debe tener la información: veracidad y oportunidad. Esto, que vale para el ejercicio del periodismo (tanto el profesional como el llamado “ciudadano”), debería ser también un mandato expreso para la política. Porque si uno analiza los hechos políticos de los últimos tiempos llegará a la conclusión de que la información que los diversos sectores manejan en la confrontación cotidiana carece muchas veces de veracidad y casi siempre de oportunidad.

 

No es la idea profundizar esta vez sobre la veracidad. Digamos que, por desgracia, la falsedad es casi inherente al ejercicio de ciertos políticos. Enfoquémonos entonces en el punto de qué tan oportunamente se informa a la sociedad.

 

Por ejemplo, mucha gente se pregunta por qué el gobierno descubre que un funcionario era tremendo corrupto luego de que ha saltado la famosa talanquera. Esto -lo digo con la autoridad que me da tener lectores comunicativos- no solo se lo preguntan los opositores ni los chavistas críticos, sino también los chavistas de patria o muerte y rodilla en tierra. “¡Coño, hermano, usted que escribe en La Iguana, explíqueme por qué ahora es cuando el gobierno se dio cuenta de que Luisa Ortega tenía una red de extorsión y vivía como la reina de Saba!”, me interpeló, vía coreo electrónico, un siempre consecuente comentarista de mis artículos. El interactivo lector remachó sus palabras parafraseando una de las célebres expresiones refraneras del ex presidente Luis Herrera Campíns: “¡Tarde piaste, pajarito!”

 

Y es que, si analizamos el asunto detenidamente, comprobaremos que la ignorancia o la vista gorda (ambas, pecados graves) respecto a las ejecutorias de la ex fiscal general fueron la tónica compartida por todos en el gobierno, en el Partido Socialista Unido de Venezuela, en el Poder Judicial, en el interior del Ministerio Público y en las otras dos patas del trípode del Poder Ciudadano, incluyendo al ahora sucesor de Ortega, Tarek William Saab. De pana y todo.

 

Si lucubramos (nada más puede hacerse en estos casos) acerca de lo que ocurrió dentro del Ejecutivo, cabe pensar dos hipótesis. En la primera, los organismos de inteligencia y los revolucionarios que laboran en el sistema judicial (en el Poder Judicial y en la misma Fiscalía) hicieron bien su trabajo y alertaron a las altas instancias del gobierno y del partido acerca de las andanzas de la funcionaria y su primer caballero. En tal caso, habría que preguntarse, ¿por qué esas instancias no hicieron algo de manera oportuna?

 

La segunda hipótesis es que ninguno de estos factores informó nada, ya sea por ineptitud o por complicidad. Si esa es la situación, ¿no sería apropiado que rueden algunas cabezas?, dicho esto en un sentido netamente metafórico, claro está.

 

Y viceversa

 

El affaire de la pareja Ortega-Ferrer tiene un enfoque opuesto que también conduce a la reflexión sobre la veracidad y la oportunidad de las informaciones políticas. De qué otro modo puede interpretarse que la ex fiscal haya esperado hasta después de su expulsión del cargo para denunciar públicamente operaciones de corrupción bastante grotescas, por cierto, y que apuntan a la parte más alta de la pirámide del poder político revolucionario. Sin duda que, si le concedemos el beneficio de la duda, habría que concluir que la señora también pió sumamente tarde.

 

Alguien dirá que Ortega no lo denunció en sus tiempos de chavista porque tenía su bozal de arepa. Esa posibilidad no la deja tan bien parada como ella parece creer, y tampoco explica por qué la elegante doctora no sacó a relucir esas denuncias durante el período de tres meses en los que, aún en ejercicio de su cargo, fue la estrella más refulgente de la contrarrevolución y tenía a sus pies todo el aparato mediático mundial.

 

Visto así, el asunto no abona en nada a la confianza en las instituciones. Si nos dedicamos a pensar mal -un hobby muy popular-, tenemos a una ex fiscal que no presentó oportunamente sus denuncias sobre presunta corrupción, que tenía el poder para actuar y no actuó. Y tenemos a un gobierno, un Poder Judicial y otros altos jerarcas que se enteraron de que la señora era una extorsionista y esperaron a que ella se fugara junto a su amado esposo para divulgar públicamente su prontuario.

 

Otro de mis agudos lectores dice que, en vista de que sobre este caso específico no se puede retroceder el tiempo para hacer denuncias oportunas, lo recomendable sería empezar a partir de ahora a “echar pa’ fuera” las acusaciones que se tengan sobre otros importantes funcionarios que tal vez también sean capos de sus propias redes de extorsión (o de lo que sea) y vivan en inexplicables mansiones, mientras de la boca para afuera hablan de Patria y de Revolución.

 

Ya que estamos en tiempos de Constituyente y de poder originario, sería apropiado establecer que la información política también sea obligatoriamente veraz y oportuna. Parece un buen momento para erradicar esa vieja y perjudicial costumbre de “piar tarde” y, en consecuencia, quedar como bobos o como cómplices.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])

 

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