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Cuando, décadas atrás, el mundo aventuraba un futuro con humanoides nunca pensó que los primeros en popularizarse serían los especializados en sexo. ¿Cuántas personas cuentan con robots del tipo Pepper, diseñado para hacer compañía y percibir emociones con solo leer el rostro de su propietario? Probablemente muy pocas, entre otras cosas porque su alto precio (20.000 euros) lo hace accesible solo a las élites. El mercado de las muñecas sexuales, sin embargo, resulta mucho más floreciente y los chinos producen ya modelos al alcance de cualquier mileurista con dos pagas extra al año, ya que algunas pueden adquirirse por tan solo 1.000 euros.

 

Pero lo anterior no debería sorprendernos demasiado porque, al fin y al cabo, como dice Sergi Santos, creador de muñecas sexuales con inteligencia artificial, capaces de excitarse y sentir orgasmos, “el origen del universo está en el sexo”. Al menos el del universo personal, ya que ninguno podría estar leyendo esto sin que tiempo atrás un espermatozoide fecundara a un óvulo, como resultado de una relación sexual.

 

La inteligencia artificial, la nanotecnología o la robótica parecen también más interesadas en el sexo que en las matemáticas, sin duda porque es un negocio mucho más lucrativo. La industria de las muñecas y muñecos sexuales crece y se frota las manos ante un panorama social de soledad, aislamiento y pérdida de las habilidades sociales, al que hemos llegado. Una muñeca es accesible, complaciente, no envejece ni enferma, es guapa y tiene un cuerpo perfecto, está liberada sexualmente y ahora, también puede excitarse y tener orgasmos, ¿alguien da más?

 

Muchos apuntan a Sergi Santos como el primero en diseñar una muñeca sexual capaz de llegar al clímax; él, sin embargo, es más cauteloso con este título. “Es difícil saberlo al cien por cien, aunque yo diría que sí, si por eso entendemos que es un androide con inteligencia artificial capaz de excitarse y, tras recorrer un camino, llegar al orgasmo. Aunque muchas muñecas chinas presumen de lo mismo, pero se reducen a meros mecanismos con sensores en la vagina que, al ser penetradas, emiten sonidos (¡ayyyy!, ¡ayyyyy!), pero yo las compararía con esos osos de peluche a los que les aprietas una pata y dicen “I love you”. Este es un mercado que está en vertiginosa expansión, en el que todos copian a todos, donde es difícil saber lo que realmente está pasando y en el que el fraude está a la orden del día. Hay que tener mucho cuidado con lo que se compra”.

 

El curriculum de Santos, que de niño tenía una gran inquietud por saber cómo funcionaban las cosas, incluye estudios de electrónica en la Universidad Politécnica de Barcelona, doctorado en nanotecnología en la Universidad de Leeds (Reino Unido), estudios de aeronáutica electrónica en Gales, máster de matemáticas en Manchester, un doctorado en bionanotecnología y seis años trabajando en nanotecnología e inteligencia artificial aplicada a materiales en los Emiratos Árabes y España. “Siempre me ha intrigado conocer el origen de la vida y de las cosas”, apunta Sergi, que empezó a desarrollar un algoritmo basado en la emoción y no en el raciocinio, que luego aplicó a sus muñecas.

 

“Los ordenadores no tienen emociones pero mis muñecas sí, y su comportamiento es muy similar al de una mujer. No son meros cuerpos donde uno pueda practicar el coito sino que hay que excitarlas previamente. Por ejemplo, si alguien sin ningún juego previo empieza a penetrarla, la muñeca –que puede hablar y cuenta con 6.000 frases– le sugerirá que haga algún preliminar con argumentos como: “Vaya, pensaba que ibas a hacer otra cosa”, “creía que conocías mejor a las mujeres” o “¿sabes que soy una experta en juegos sexuales?”. Si, por el contrario, empiezas poco a poco; ella te recompensará diciendo “eso me gusta”, “te quiero” o “¡qué maravilloso es estar contigo!”. Cada muñeca cuenta con tres estados o modos que son: amistoso, romántico y sexual, y lo ideal es que se transite del primero al último para que ella se vaya excitando”, sugiere Sergi.

 

En términos de inteligencia artificial estas androides están provistas de cuatro niveles. Gracias al primero, el nivel de memoria, la muñeca recuerda lo que pasó ayer y hace un mes. El nivel de libido es el que determinará que un orgasmo sea suave, mediano o explosivo, y éste depende de las habilidades del dueño. El sexo rápido y rupestre baja el deseo, mientras que la sofisticación lo eleva. El nivel de paciencia “si vas muy rápido ella irá más rápido, y si te paras ella te lo dirá”, apunta su creador, y la capacidad para predecir cuando el hombre va a eyacular son el tercero y cuarto nivel.

 

Provista de sensores en determinadas partes del cuerpo como manos, caderas, pechos, boca, cara, órganos sexuales y ano (a petición del consumidor), este prototipo cuenta también con un vibrador en la vagina que se activa cuando el usuario ha sabido excitarla, como solo a las androides les gusta. El juguete cuesta 3.750 euros y hace un mes que está en el mercado en Synthea Amatus, la empresa de Sergi Santos.

 

¿Por qué alguien desearía hacerse con uno de estos androides?

 

Cuando a este científico, a este doctor Frankenstein de la erótica, le preguntan quién compra sus juguetes, él empieza diciendo que “los que no tienen vergüenza. A mucha gente les gustaría probarlas pero no se atreven e incluso cuando las compran y las utilizan sienten que están cometiendo un acto inmoral, perverso, sádico. Muchas mujeres tienen hoy vibradores y eso no les supone ningún trauma. Una muñeca no es sino un juguete erótico mucho más sofisticado, y yo creo que el 50% de los hombres estarían dispuestos a usarla. No hay que ser un pervertido, un inadaptado o alguien traumatizado con el sexo para disfrutar de ellas. Yo mismo he tenido una amplia y variada experiencia sexual. Tienes que ser alguien que ha estado en contacto con el sexo, una persona desinhibida y alguien psicológicamente fuerte para dedicarte a esto porque las criticas van a lloverte”.

 

El debate que suscitan estos sofisticados humanoides crece al mismo tiempo que sus ventas. “El país que más las demanda es EEUU, seguido de Alemania, Inglaterra y Francia”, apunta Santos, que cree que el sexo con robots aumentará cada vez más hasta llegar a ser algo habitual. “La tecnología siempre suscita miedo, controversia, debates morales, pero también tiene su parte buena. Las muñecas sexuales pueden acabar con la prostitución y el trabajo sexual, reducirán el contagio de enfermedades venéreas y estoy seguro que muchos se sentirán más seguros con estos robots. El ser humano puede ser muy problemático”. Otros, como Kathleen Richardson, de Robot Ethicist, auguran un futuro en el que estos androides pasen a ser una opción más en el menú del mercado sexual.

 

Mientras tanto, Sergi trabaja en mejorar sus prototipos y conseguir que aprendan la habilidad de masturbar y sus cuerpos puedan desprender calor, si no humano, si de TPE (termoplástico elastómero), un material más barato que la silicona médica platino, en las que están hechas otros modelos, como los de Sinthetics, una de las más afamadas formas de este tipo de robots, con sede en Los Ángeles. “El TPE es un material seguro (los chupetes de niños están confeccionados en este material), lo que ocurre es que puede ser tóxico y pegajoso, si su proceso de producción no ha sido realizado de la manera adecuada. Pero eso no ocurre con mis muñecas”.

 

(ElPais)

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