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Venezuela está involucrada en una guerra, cuyos soldados son los comerciantes especuladores, los contrabandistas, los bachaqueros y los dirigentes políticos traidores a su propia nacionalidad. Pero, en rigor, es una guerra contra el complejo industrial-militar-financiero-mediático-cultural del orbe.

 

El complejo industrial-militar-financiero-mediático-cultural es el verdadero gobierno mundial, más allá de que en la Casa Blanca, epicentro político del imperio, esté un afrodescendiente o un supremacista blanco con cara de Trump. Más allá de que en algunos países de la Unión Europea se roten los presidentes, mientras en otros, como Alemania, haya reelección sin límite de veces y siempre gane la misma señora.

 

Comprobar esto es fácil al observar cómo actúan las fuerzas hegemónicas del capitalismo global cuando pretenden aplastar a un país que se niega a servirles de comparsa. En los últimos tiempos, ese terrible honor ha correspondido a Venezuela.

 

En estos casos se pone de manifiesto que efectivamente se trata de un gran complejo, un conglomerado de intereses capaces de actuar cada uno en su campo para triturar a quien sea catalogado como enemigo.

 

Irónicamente fue un presidente de EEUU, Dwight Eisenhower, quien comenzó a hablar del complejo industrial-militar como el verdadero gobierno de ese país. Es significativo que haya sido este personaje, pues Eisenhower era general de máximo rango y naturalmente un republicano conservador, y tales palabras hubieran sido más coherentes en boca de un civil de izquierda o, al menos, alguien del partido Demócrata.

 

La “evolución” que tuvo el capitalismo desde los tiempos de Eisenhower (mediados del siglo XX) ha hecho que la idea original del complejo industrial-militar se amplíe a lo financiero, mediático y cultural, porque el gran capitalismo mundial ya no fabrica casi nada de lo que se vende en el mundo (con la triste excepción de las armas), sino que se dedica a la especulación financiera y al control de los contenidos culturales e informativos que circulan en el planeta entero.

 

Hundir a un país en la ruina económica es una operación combinada del cierre del acceso a los mercados de materias primas, el bloqueo a las compras de bienes de consumo y de capital, el estrangulamiento financiero, las inclementes campañas de descrédito y, en último caso, el uso de la fuerza bruta.

 

En la larga guerra contra Venezuela, uno de los últimos episodios ha sido “la batalla del default”. En ella, todo el aparataje financiero ha conspirado para procurar que el país se vea obligado a declararse en cesación de pagos. En este aparataje participan los grandes bancos del mundo, las calificadoras de riesgo, los organismos internacionales, las instituciones educativas que actúan como difusoras de opiniones supuestamente muy equilibradas y académicas. El papel fundamental lo cumplen las calificadoras de riesgo, que desde hace años le han impuesto malas notas a Venezuela, a pesar de estar al día con sus pagos.

 

En paralelo, la maquinaria mediática global hace el trabajo de convertir la falsedad o una media verdad en algo definitivamente cierto. Venezuela llama a los tenedores de bonos a negociar nuevos plazos y términos, pero la canalla comunicacional dice que el llamado fue para decirles “no les vamos a pagar”. Una de las calificadoras (la Standard and Poor’s, que debió haber sido clausurada por su criminal papel en la crisis global de 2007) se atreve a hablar de “default parcial” y la prensa internacional usa esa movediza denominación para generar una crisis más honda.

 

El complejo funciona como un motor turbo, de manera que se retroalimenta para aumentar la potencia de sus ataques: las perversas “noticias” de la maquinaria mediática son utilizadas por las calificadoras para aumentar el riesgo país, y las nuevas descalificaciones son empleadas por la maquinaria mediática para construir más “noticias”.

 

Por supuesto que ese enorme conglomerado tiene sus expresiones dentro del país, por más aporreada que esté la oposición local. La galopante especulación con los precios, la escasez de productos básicos, el feroz ataque contra el bolívar, la crisis del dinero en billetes, el retraso en las operaciones con puntos de venta y transferencias, muchas de las fallas en los servicios públicos y otra larga lista de calamidades son la expresión de la guerra del complejo industrial-militar-financiero-mediático-cultural en el propio territorio.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])