rostro0412152.jpg

Es difícil encontrar sujetos peores que los delincuentes violentos, esos que violan, secuestran, extorsionan, roban y asesinan sin  misericordia alguna. Pero sí los hay. Se trata de los criminales ilustrados, los meritócratas genocidas, los tecnócratas asesinos, los sabihondos malandros.

 

En ese exclusivo grupo están los seres humanos que han tenido el privilegio de la buena educación, de una vida profesional estable y exitosa, pero que albergan en sus mentes los mismos instintos destructivos y sangrientos que cualquier jefe de banda o pran de un centro penitenciario.

 

Revisemos, por ejemplo, el caso de Ricardo Hausmann, con quien  la mediática mundial se llena la boca llamándolo profesor de la Universidad de Harvard, un venezolano ilustrado, cargado de méritos académicos, una mente brillante, quien se ha pronunciado a favor de que Venezuela sea invadida por ejércitos extranjeros que impongan un gobierno al gusto de los poderes hegemónicos globales.

 

Desde una conveniente distancia, este hombre da casquillo para una acción armada que obviamente sería muy sangrienta y destructiva, como lo demuestra la historia y la actualidad de los países invadidos con excusas humanitarias que nunca faltan. Es de suponer que si la decisión estuviera en sus manos, desplegaría de inmediato el poderío militar del imperio y sus aliados contra el Estado venezolano y, previsiblemente, también contra el sector del pueblo que saliera en defensa de la soberanía. 

 

No son extraños estos instintos en el flamante profesor Hausmann. Siendo joven formó parte del gabinete de tecnócratas de Carlos Andrés Pérez, un equipo que sabía muchísimo de economía. Tanto sabían los famosos IESA’boys que hicieron el antimilagro político de transformar un fenómeno electoral, como lo había sido Pérez en diciembre de 1988, en un presidente paria antes de cumplir un mes en el gobierno.

 

Los años no lo han apaciguado. Hausmann ha sido uno de los artífices intelectuales de la guerra económica. Esto se ha comprobado con las conversaciones que se hicieron públicas en las que -con la frialdad de un asesino en serie- habló de los virus que se le estaban inoculando a la economía para alcanzar el objetivo político de derrocar al gobierno legítimo de Venezuela. Esos virus le han producido al pueblo todo -opositores incluidos- varios años de incesantes sufrimientos.

 

De lo individual a lo estructural

 

Una persona que haya tenido algún papel protagónico en las políticas que detonaron el Sacudón de febrero y marzo de 1989 debería tener algún mínimo respeto por las fuerzas telúricas de las masas o al menos algo de miedo a que se produzca una situación parecida. No es el caso de Hausmann. Casi treinta años después de aquel genocidio, se ha convertido en el principal promotor de una guerra civil. ¿No debería entonces ser considerado como paciente de algún tipo de psicopatía? Quien haya vivido tan de cerca aquellos sucesos y esté haciéndole propaganda a una invasión militar tiene que ser alguien con un particular gusto por las matanzas. 

 

Cuando se habla de los asesinos por naturaleza que azotan en las calles o ejercen su poder dentro de las cárceles, casi siempre puede encontrarse la excusa de un contexto familiar y social que, en mayor o menor medida, explica el odio por la humanidad. Pero, ¿cómo explicar ese frío gusto por la violencia en gente educada, que ha vivido bien, con ventajas, con privilegios?

 

Siempre me he hecho estas preguntas y ahora, cuando me las hago de nuevo, debo recordar a mi amigo el Excomunista, una especie de padre putativo que me dio la vida. Él recomendaba no personalizar estos asuntos. Me decía que tal vez la perversidad individual tenía alguna influencia en el resultado final de los hechos políticos, económicos o sociales, pero siempre (hasta en casos como el de Adolfo Hitler) era necesario ver la globalidad, lo estructural. En el episodio que nos ocupa, puede que el tal Hausmann sea un depravado (y, dicho sea de paso, un cobarde, porque ni él ni ninguno de sus parientes va a participar en las acciones bélicas que propone con tanto ahínco), pero no se puede perder de vista el hecho de que, a pesar de su brillantez académica, no es más que una pieza en este ajedrez macabro.

 

Lo estructural es que el capitalismo busca imponerse por las buenas o por las malas, con la publicidad y el mercadeo o a punta de fusiles y bombas. Y, claro, cuando se trata de la segunda opción, para que ese tipo de acciones pueda realizarse, tiene que haber sabihondos malandros que den casquillo; tecnócratas asesinos que propongan salidas supuestamente heroicas; meritócratas genocidas que barnicen la estrategia con argumentos de alta gerencia; criminales ilustrados que legitimen la violencia con su «prestigio». Dios nos libre de semejante pranes.

 

Clodovaldo Hernández ([email protected])