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Los líderes opositores se ufanan de tener tremendos aliados internacionales. Dicen que lo mejor del mundo los apoya y que, en cambio, al gobierno revolucionario solo lo respaldan oportunistas y chulos. 

En realidad, la oposición internacional de Venezuela es tan deplorable como la interna. La mayoría de los líderes políticos antichavistas del orbe son personas moralmente muy cuestionables, por decirlo con suavidad diplomática. Algunos son corruptos de siete suelas; otros son criminales que merecerían estar presos hace muchos años. Pero la oposición política y mediática los pinta como si fueran prohombres y apóstoles. Y mucha gente se traga el cuento.

Sin ir muy lejos, tenemos a los respingados ejemplares de la oligarquía colombiana, todos con varios o muchos cadáveres en sus respectivos armarios; todos cómplices o alcahuetes del narcotráfico y del paramilitarismo; todos raigalmente enemigos del pueblo pobre. Los dirigentes opositores venezolanos van a Bogotá a hacerse selfies con esas personas para denunciar al gobierno de Maduro como un narcorrrégimen. Y uno piensa: si ese fuera el caso, ¿no hay un paisito mejor que Colombia o una gentecita mejor que  Uribe, Santos y Pastrana para formular ese tipo de acusaciones? ¿No es como demasiada torpeza –incluso para los cínicos- nombrar la soga precisamente en casas de ahorcados?

Sigamos, porque ejemplos hay centenares. Los opositores se congratulan de su amistad con Michel Temer, a quien pretenden vender como un sujeto muy prestigioso, mientras en el Brasil del pueblo sufrido se sabe que es un despreciable traidor y  corrupto, cuyo gobierno ilegítimo se torna cada día más represivo y asesino. 

Otro de los personajes favoritos de la dirigencia contrarrevolucionaria es Pedro Pablo Kuczynski. Los viajeros líderes criollos, en su perenne gira internacional, lo visitan y le agradecen que haya “desinvitado” a Maduro. Mientras tanto, en su propio país están a punto de declarar el cargo vacante. Si Kuczynski llega a estar en la presidencia para cuando se reúna la VIII Cumbre de las Américas, en abril, será por algún milagro de san Pedro, de san Pablo o más bien del nada santo Donald.

Sigamos rumbo al sur, para encontrar otro sujeto admirado por el escualidismo venezolano: Mauricio Macri. A los pibes de la ex-MUD les encanta posar con el ricachón. Dicen que le tienen envidia al pueblo argentino por gastarse tan flamante presidente. ¿Díganme si estos tipos no se merecen también el cántico futbolero que por aquellos lares le dedican últimamente a su héroe?

Por el norte, la cosa va peor. Se asocian con el gobierno de México (un país asolado por los cárteles, plagado de fosas comunes y de desaparecidos) para declarar que Venezuela es un Estado fallido, que hay mucha violencia y violaciones a los derechos humanos. Y uno, de nuevo, se pregunta: ¿No hay una nación con algo más de autoridad moral para tocar esos temas? ¡Híjole, si serán, si serán…!,  como solía decir Don Ramón en el mexicanísimo programa El Chavo.

Por supuesto que los seres más admirados por la oposición venezolana, los grandes prohombres, son los de Estados Unidos. Hasta venden lo que les queda de alma para lograr una audiencia con alguno de esos funcionarios del gobierno o del Congreso. Los presentan acá como si esos tipos (y tipas) fueran unos Martín Luther King de las luchas por la democracia mundial. Allá todo el mundo sabe que son ejecutivos o agentes de las principales corporaciones, vendedores de armas, negociantes de préstamos bancarios, perros de la guerra. 

En Europa es la misma tónica. Los aliados españoles disertan sobre elecciones libres en un país que pasó de un caudillo sanguinario a un rey de copas y luego a las manos de un heredero que recuerda el cuento del Diente Roto. Unos aliados que hablan de respeto a los derechos humanos mientras echan a la calle a ancianas de 80 años en nombre del libre mercado. Unos aliados que hablan de libertad de expresión y meten preso a raperos y tuiteros por el honor de la monarquía.

Los compinches de los organismos multilaterales son otros de los predilectos de los opositores. En este caso, el «prestigio» del cargo o del organismo es el mecanismo perfecto para convertir a cualquier rufián en un honorable y excelentísimo señor. De Luis Almagro ya no es necesario abundar en este sentido, pues ha olvidado todas sus responsabilidades como secretario de la OEA y se ha consagrado a la tarea de derrocar a Maduro.

 

Un individuo fascinante para los opositores es  Zeid Ra ad Al Hussein, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. En la prensa de la derecha lo pintan como una especie de juez imparcial, más allá del bien y del mal. Pero, en realidad es un príncipe de la monarquía de Jordania, el país árabe más progringo, junto a Arabia Saudita, con un feo expediente en materia de trato a la disidencia. Al Hussein es todo un patiquín occidentalizado, casado con una norteamericana de familia petrolera, alto pana del ala pirómana de la oposición venezolana.  Y sus curruñas ni siquiera guardan las apariencias porque tienen el Facebook lleno de fotos con el príncipe.

La engañosa reputación de los cargos y de los organismos internacionales se puso en evidencia también con el encuentro que sostuvo esta semana la exfiscal Luisa Ortega Díaz con el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani. Tanto ella como los medios opositores se refirieron al hombre como si fuera un apóstol, un señor que nos hace el gran favor de estar preocupado por Venezuela. En verdad, Tajani no es más que un lugarteniente del desvergonzado Silvio Berlusconi, emblema de lo peor de la clase política italiana, que es equivalente a hablar del capo di tutti capi. Bueno, no se puede perder la oportunidad de decir que Dios los cría y ellos se juntan.

 

(Clodovaldo Hernández / Twitter: @clodoher)