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El cartero siempre llama dos veces, pero los gobiernos lo hacen una sola vez, si tienes suerte. Ojalá el enunciado de James M. Cain, en su novela y en el cine, se cumpliera en la realidad burocrática-administrativa. Eso, sin embargo, es algo tan lejano como los olmos que prodigan peras. En algunos casos, los gobiernos nunca llaman (ni escriben), como le ocurrió al veterano coronel de García Márquez.

 

El del viejo militar de montoneras no es caso único. En Venezuela, hay una llamada que nunca llega: la segunda. En su espera, pueden ocurrir muchas cosas, incluso, la partida definitiva del desengañado destinatario. He sido testigo de esas esperas y de su clausura por el viejo Caronte, aquel capitán del barco fantasma que en la Divina Comedia llevaba las almas al Más Allá. Uno se pone clásico para evadir juezas de ocasión que te acusarán de saltatalanquera, mínimo.

 

El camarada que llega al alto cargo no te olvida. Tú molestas por otros que lo necesitan y a ti acuden. El alto funcionario toma los nombres, anota los casos (de trabajo, vivienda, salud, ay de salud, así se fue mi hermana), toma datos y te promete que llamarán al solicitante. Y de verdad lo llaman, pero hasta allí. El subalterno le dirá al jefe “ya lo llamamos” y “misión cumplida”. La gente celebra, se alegra y espera la siguiente llamada. Esa nunca llegará.

 

En estos 18 años tengo una abultada colección de segundas llamadas, esas que jamás se hicieron y alguien siempre esperó. A veces miro pasar al alcalde socialista, escucho al ministro socialista, veo la caravana del gobernador socialista y me pregunto: “¿Recordará que me prometió llamar a este o aquel necesitado?” La joven maestra Mireya murió esperando su cargo fijo, Luis Tamoi siguió sus pasos sin techo propio. A ambos lo llamaron una vez, pero la burocracia nunca llama dos veces.

 

Un dolor socialista me lacera leyendo el ensayo del Che contra el burocratismo. Cuando la segunda llamada deje de ser una quimera y se haga cotidiana, tendremos socialismo. Tú entiendes por qué lo digo, tú sabes a quién le escribo. En la próxima siembra de uno de los que esperaron la segunda llamada, te lo diré. No sé por qué lo haré, pues ya será tarde. Y a la tarde, caro amigo, le sigue la noche.

 

Por: Earle Herrera

 

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