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Cuando se aproxima el Día Nacional del Periodista, que este año tiene el brillo especial de ser el 200 aniversario de la fundación del Correo del Orinoco, quiero hacer una pregunta sobre la profesión: ¿por qué el periodismo de investigación venezolano se paraliza, trastabilla y balbucea cuando aparecen en la pantalla del radar personajes de la derecha?

La cosa funciona más o menos así: ciertos periodistas y ciertos medios arman una gran alharaca cuando explota un escándalo multinacional de corrupción, dando a entender que aparecerán embarrados hasta la coronilla importantes funcionarios del gobierno. Luego de que han creado tales expectativas, cuando fluye la información, no solo no aparecen esos funcionarios, sino que salen a relucir nombres de gente opositora, incluyendo líderes políticos, empresarios, aliados extranjeros de la contrarrevolución y exchavistas  que han saltado la talanquera. Entonces, los periodistas de investigación empiezan a encontrar excusas para abandonar el caso y dedicarse a crear nueva expectativas sobre el siguiente escándalo, en el que, esta vez sí, pescarán a los bandidos rojos.

¿Es eso periodismo de investigación, en el sentido estricto de la expresión? Bueno, me temo que no, porque según los ortodoxos de la especialidad, lo correcto es presentar al público los resultados de las indagaciones, nos gusten o no.

Hace unos meses tuvimos el caso de los Papeles de Panamá, en el que supuestamente iba a quedar ensartado medio gabinete de Nicolás Maduro y cuidado si hasta él mismo, pero más  bien aparecieron sujetos vinculados  al empresariado depredador venezolano y a diversas instancias de la oposición, entre los cuales uno de los más prominentes terminó siendo el pastor Javier Bertucci, lo que no impidió que fuese candidato presidencial. Hasta allí llegó el interés de los sabuesos periodísticos locales acerca de los Papeles.

Más recientemente, en el seguimiento del caso Odebrecht, en Brasil, se tocó el capítulo de Venezuela. Los medios ultraopositores habían creado la expectativa de que Maduro caería de la misma manera que había caído Pedro Pablo Kuczynski, el expresidente de Perú y exjefe del Grupo de Lima. Pero los apellidos que quedaron expuestos fueron otros: Capriles, Ledezma, Ocariz, Rosales… Y allí vimos los gestos raros de los acuciosos investigadores. Dijeron que era necesario abrir un debate acerca de la legitimidad del financiamiento privado de los políticos y sus partidos, que llegó la hora de legislar sobre ese tema y un sonoro blablablá. De acuerdo, que se haga el debate, pero ¿entonces, estos caballeros dirigentes opositores recibieron o no dinero de Odebrecht? ¿Acaso no era ese el punto que se estaba investigando?

 

Una sola cosa está clara. Si los echados al pajón en Panamá o en Brasil hubiesen sido personajes del gobierno, ya el periodismo de investigación los hubiese juzgado, sentenciado y ejecutado en el paredón de la opinión publicada.

Aquí viene una segunda pregunta: ¿antes de que lo declararan los delatores allá en Brasil, sabían acaso los periodistas investigadores venezolanos del caso Odebrecht que esos señores opositores iban a aparecer involucrados? Si no lo sabían, con el debido respeto, sus virtudes como investigadores estarían en tela de juicio. Y si lo sabían o si tenían indicios y no siguieron profundizando en ellos, lo que estaría en tela de juicio sería su ética.

El rastro del dinero

Quizá el problema no sea específico del periodismo de investigación venezolano, sino un mal generalizado. 

Las fuerzas de la derecha han creado un entramado de agencias gubernamentales, falsas ONG, instituciones académicas, fundaciones y corporaciones para domesticar al periodismo de investigación y hacer que solo se dedique a averiguar asuntos en los que puedan aparecer involucrados funcionarios públicos de gobiernos que no sean amigos.

Esto se logra, en buena medida, por el reclutamiento de profesionales adoctrinados políticamente. Gente de derecha de nacimiento, formada en escuelas primarias, liceos y universidades controlados por el pensamiento burgués. O también por cuadros conversos, viejos periodistas que han abjurado de sus ideas progresistas para sumarse a la derecha más recalcitrante. Los incentivos no son precisamente platos de lentejas, aunque cumplen la misma función bíblica:  son viajes, premios, publicaciones y contribuciones generosas a un micromecenazgo que a veces no es tan micro.

 

Y es que el otro mecanismo es el control del financiamiento, lo cual no deja de ser una paradoja, pues el  periodismo de investigación tiene como una de sus reglas fundamentales seguirle la pista al dinero. Esa es la clave para desenmarañar los casos de corrupción, lavado de activos, tráfico de personas, de armas y cualquier otra barbaridad. Los manuales de investigación periodística repiten la frase «sigue el rastro del dinero» como la operación fundamental en casi todo los casos. Viene siendo una adaptación del «cherchez la femme», una expresión francesa clásica de la literatura policial, que indica que en los casos de crímenes misteriosos en los que el sospechoso es varón, casi siempre hay que «buscar a la mujer».

Todo parece indicar que para garantizar la objetividad de las investigaciones también sería  justo seguirle el rastro al dinero que sustenta a los medios  que se asumen como paladines de la investigación. Seguro que nos encontraríamos con datos muy reveladores.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)