¿Por qué a ciertos personajes de la oposición venezolana les amarga tanto la muy peculiar recuperación económica del país? 

En la respuesta a esta pregunta hay un manojo de claves acerca de los tiempos por venir en la política nacional. Así que es pertinente tratar de responderla. 

Precisemos en primer lugar el alcance de la tan comentada recuperación. Hay una fuerte controversia al respecto porque una parte de la gente (difícil saber qué tanta) piensa que es una gran impostura. Alegan que se trata de una burbuja de prosperidad en un país con masas populares cada vez más empobrecidas. Dicen que es una cuestión de bodegones sifrinos y restaurantes caros, algo de lo que solo disfrutan las élites burguesas de vieja y nueva data. 

No obstante, la observación directa de la actividad cotidiana desde hace meses y, sobre todo, en tiempos navideños (al menos en Caracas la cosa va de Petare a Propatria, de Macarao a El Hatillo; de Coche a La Pastora) luce suficiente para opinar que muchas personas no pertenecientes ni de lejos a tales élites se las han arreglado para tener mayor poder adquisitivo, por lo que predomina la percepción de que, como se dice coloquialmente, «hay plata en la calle». 

Desde luego, para un gobierno revolucionario que ha luchado contra un imperio con la proclamada finalidad de no ser arrastrado al neoliberalismo, eso de sentirse feliz porque el país vive una nueva ola de consumo desbocado (en buena medida de cosas que no necesita) no es precisamente un buen motivo de orgullo. Pero, obviamente, es un ambiente mucho mejor que los desdichados días de la escasez generalizada, la hiperinflación y el cierre masivo de fuentes de empleo, que han caracterizado al país en los años precedentes. 

En todo caso, más allá de lo que cada grupo de opinión estime que son las causas de este fenómeno o su significado, no hay duda de que proyecta una imagen de reactivación, de superación de momentos críticos. Y ya sabemos que en política a veces la imagen termina siendo más importante que la esencia. 

Bajo esa premisa, una de las razones por las cuales a ciertos sectores antichavistas les amarga esa realidad (o esa imagen) es porque han apostado todo su capital político al expediente de la ruina económica, la parálisis productiva, el cierre masivo de empresas, la decadencia, la desolación y la miseria. Cualquier señal en sentido contrario a eso es una derrota simbólica para ese segmento de la sociedad. 

El mecanismo argumental ha sido que todas esas calamidades son consecuencia del modelo socialista o, al menos, del intento de instaurarlo, aunque es obvio que los referidos males se agudizaron mucho después de que ese intento comenzó. Específicamente, alcanzaron toda su potencia, entre 2015 y 2020, es decir, los años del decreto de Barack Obama tildando a Venezuela como amenaza para Estados Unidos; de las medidas coercitivas unilaterales, del bloqueo y del saqueo de Citgo, Monómeros y el oro depositado en Inglaterra. 

Hasta hace relativamente poco, ese relato funcionaba. Era fácil atender a una conexión aparentemente tan irrefutable: por andar comunisteando no teníamos pan canilla ni papel de baño y había que hacer cola para todo. Y la conclusión consecuente era que solo cuando se abandonase la pendejada utópica de un gobierno de izquierda, volvería la prosperidad al país. 

Entonces, esta recuperación, por más dudas que genere y por mucho que sea ilusión o burbuja, rompe esa lógica del desmadre causado por el socialismo; hace muy cuesta arriba la tarea de transmitir pesimismo, malas vibraciones, desánimo y tristeza. Y sin esos sentimientos dominando el clima político y socioeconómico, el discurso opositor se queda prácticamente sin sustento y la amargura de sus promotores se reactiva tanto como las ventas decembrinas. 

¿La clase media claudicó? 

El otro motivo para el disgusto de los personajes de la derecha partidista y mediática es la convicción de que una recuperación que tiene como epicentro a la clase media es directamente proporcional a la erosión de su base política.  

Desde 1999 ha estado claro que la oposición venezolana ha sido un movimiento centralmente pequeñoburgués. La estrategia para consolidarlo ha consistido en alimentar los miedos de la clase media a perder privilegios (reales o aspiracionales), a ver afectado su derecho a la propiedad privada (aunque muchos no tengan ninguna) y su libertad de decidir sobre el uso de su dinero (aunque muchos carezcan de fortuna). Estas amenazas no se hicieron realidad mientras la Revolución avanzaba en la instauración de su modelo alternativo, sino -en una paradoja solo aparente- cuando el capitalismo hegemónico empezó a aplicar la estrategia de asfixiar la economía del país mediante sabotaje petrolero, guerra empresarial, bloqueos y medidas unilaterales. Ese fue el tiempo del descontento en su grado máximo, expresado en votos en contra del chavismo (2015), en violencia callejera (2017) y en toda clase de aventuras inconstitucionales (2018-2021). 

Pero, al bajar el nivel de deterioro económico y al recuperar la clase media algunos de sus privilegios (actuales o potenciales, verdaderos o ilusorios), el discurso antigobierno pierde contundencia y deriva en una revisión, consciente o no, de la actitud de muchos opositores. Algunos parecen haber decidido abandonar (al menos de momento) la vacua idea macartista de que la culpa de todo la tiene un comunismo o un socialismo que cada vez se aprecia menos en la realidad. Otros han dejado de pensar en política y, de un modo tal vez hedonista, han decidido gozar el momento, rumbearse los reales que les están ingresando por sus negocios, por sus emprendedurías, por sus hijos emigrantes o vaya usted a saber por qué. 

A ciertos grupos e individualidades les ha indignado particularmente la actitud de los empresarios que han decidido invertir, abrir nuevas compañías, contratar gente, hacer publicidad, ponerle lucecitas navideñas a sus locales. Lo entienden como una terrible traición. No pueden comprender que esos señores y esas señoras se cansaron de esperar la caída del rrrégimen para volver a ganar dinero, cuando es claro que pueden ganarlo ya, y -¡vaya si no!- a manos llenas. 

También ha causado urticaria el cambio de conducta de los «artistas» (quítele usted las comillas, si le parece pertinente), tanto venezolanos como de otras nacionalidades, que participaron en conciertos “benéficos” (esto sí con comillas obligatorias), dieron declaraciones rotundas contra el Gobierno venezolano y juraron que solo volverían al país cuando hubiese terminado «la dictadura»‘, pero que ahora resulta -¡oh sorpresa!- que volvieron ostensiblemente antes de que eso haya ocurrido. Es más, lo hicieron cuando ese hipotético cambio político parece estar más lejos que en cualquier otro momento de los últimos seis años. ¿O será precisamente por eso que modificaron su postura aparentemente principista?  

En este aspecto se unen los dos puntos previos: el del nicho político de la clase media y el de los «artistas» militantes, pues estos han organizado sus conciertos (a unos precios que hacen pensar en los Rolling Stones contratados para una fiesta privada) y la clase media acudió sin escatimar, demostrando, de paso, que está percibiendo mucho más dinero de lo que intentan hacer ver en sus quejas plañideras sobre un país en ruinas. 

Es, en cierto modo, otro efecto de tiro por la culata para la dirigencia opositora que se la jugó con esta estrategia disolvente. Algo parecido a lo que ha ocurrido con el éxodo que propiciaron con el propósito de internacionalizar la crisis interna venezolana, convirtiéndola en una crisis migratoria. 

Instigaron a cientos de miles a marcharse del país, incluso sin tener recursos para el viaje ni adónde llegar, bajo el argumento de que Venezuela era el más horrible de todos los países, por lo que cualquier otro sería mejor, pero resultó que la llamada “diáspora” ha terminado por ser un factor de mitigación de las dificultades económicas, por la vía de las remesas.  

Adicionalmente, lo admitan o no, muchos de los que se fueron han podido comprobar de la manera más dura y triste que el cuento de los paraísos neoliberales del sur es tan falso como en sueño americano del norte. 

Dimensión global 

La recuperación económica de Venezuela (póngale usted comillas si cree que las necesita) es un asunto que va más allá de la ya cansona confrontación doméstica entre chavismo y antichavismo. Como todo lo que tiene que ver con Venezuela, para bien o para mal, adquiere dimensión global.  

El capitalismo hegemónico necesita que a Venezuela le vaya cada vez peor para demostrar que “otro mundo NO es posible”, para justificar sus matrices de opinión sobre la necesidad de ayuda humanitaria, la peor crisis migratoria en la historia de la humanidad, la hambruna y su corolario de Estado fallido y narcodictadura.  

Ese relato, repetido día tras día por miles de medios convencionales y digitales y por otra buena cantidad de influencers a sueldo y replicado por bots de toda laya, ha sido uno de los argumentos fundamentales de campaña de los candidatos de las derechas y ultraderechas en todo el continente y en algunos países de Europa.   

Personajes nefastos como Iván Duque, Jair Bolsonaro, Guillermo Lasso, Alejandro Giammattei e Isabel Díaz Ayuso les deben, en parte, sus cargos al argumento de «no ser como Venezuela».  

[Por otro lado, los candidatos progresistas que han logrado ganar, a pesar de la guerra sucia, se han visto obligados (o al menos eso dicen) a sumarse a la campaña antichavista y asumir posturas tibias y ambivalentes, con la esperanza -bastante idiota- de que eso los ponga a salvo del odio de las derechas y de los castigos imperiales… Tales son los casos de Alberto Fernández, Pedro Castillo, Laurentino Cortizo y, el más recientemente electo, Gabriel Boric. Pero este es otro tema]. 

La polémica sobre las señales de reactivación cae a menudo en el surrealismo, como ha ocurrido con el asunto de si un local de Las Mercedes es o no un auténtico café Starbucks y, si, en caso de serlo, es una señal de que Venezuela avanza. 

¿Qué pasará? 

Los síntomas de recuperación, según ciertos analistas, seguirán en 2022, pues no se trata solo de una cuestión estacional de fin de año, sino de un sostenido movimiento del sector privado con el visto bueno (y la vista gorda) oficial. Otros creen que la ilusión se apagará en enero, cual adornos navideños. 

Desde el punto de vista geopolítico, pueden ocurrir dos situaciones opuestas: 

  • El capitalismo hegemónico abandona su empeño de destruir a Venezuela y se suma –de manera ya frontal- a las oportunidades de negocios que el país ha demostrado ofrecer, incluso bloqueado, sometido a represalias ilegales, saqueado y asaltado por piratas. En tal escenario, la recuperación se elevará a quien sabe qué potencia y la viabilidad política de la Revolución alcanzará niveles solo experimentados durante los mejores años del comandante Chávez. 
  • El capitalismo hegemónico determinará que no puede permitir que se recupere un país castigado por pretender ser socialista porque si eso ocurre, ¿cómo quedaría la autoridad del gobierno imperial y sus aliados y lacayos? ¿Quién se sentirá amedrentado con los bloqueos y medidas coercitivas unilaterales si un país como Venezuela se sobrepone a tales penalidades? En consecuencia, reforzarán las acciones en contra de la economía venezolana para hacer sufrir aún más a la población en general. 

Conociendo los procederes de ese poder y, sobre todo, sabiendo que Estados Unidos está en graves problemas, con su condición de potencia principal ya muy comprometida, luce más factible el segundo escenario. 

En cualquier caso, todo parece indicar que “viviremos tiempos interesantes”, como dice el proverbio chino. 

Tributo a Earle, el poeta  

Earle Herrera le pidió a Simón Herrera Venegas, su hijo periodista, que cuando ya no estuviera por estos lados y le preguntaran por su padre, dijera que “Earle Herrera fue un poeta”. Luego de tantos merecidos tributos que el gran comunicador, cronista, profesor y político ha recibido en estos días de su partida física, Simón solicitó honrar ese deseo suyo de ser reivindicado como cultor de la poesía. 

Y es que el profesor Earle fue tan brillante en todos los otros campos en los que se desempeñó, que se hizo sombra a sí mismo en su rol predilecto, el de orfebre de la palabra. 

El inicuo mundo, el impulsivo país, la aporreada universidad, su aguda conciencia sobre todos esos temas siempre actuales e ingentes, lo obligaron muchas veces a fundir los metales de sus versos para hacer balas discursivas y forjar lanzas humorísticas destinadas al combate sin cuartel de la política y el periodismo. 

Pero siempre fue capaz –de alguna forma, en secreto- de refundir esas armas y proyectiles para escribir más poemas. Por ello deja una obra que aún está por conocerse y otra que, si bien ya ha sido publicada, requiere una nueva lectura, ahora que su autor ya no estará en el fragor de la batalla cotidiana. 

En nuestra biblioteca, mi esposa y yo tenemos la artillería pesada de Earle: El reportaje, el ensayo, ¿Por qué se ha reducido el territorio venezolano? (su tesis de grado), La magia de la crónica, El que se robó el periodismo, que lo devuelva y otras de sus balas y lanzas. Pero también tenemos ese pequeño libro llamado Penúltima tarde en el que escribió un poema titulado “Ausencias”, cuyo texto dice: “Presientes la llegada / de otra ausencia / la palpas / te lacera / te da miedo / y no puedes huirle / porque adentro la llevas / porque nadie se ausenta / de su propio vacío”. 

Allí también está “El deseo de los pájaros”, un diálogo onírico de alto vuelo: “De nuevo / de las más hondas brumas / volvió orgulloso el pájaro a mi sueño / y me dijo / Soy el fusilado de Granada / y le dije / Eso desearías / y me dijo / Soy aquel de un patio de Sevilla / y le dije / Eso desearías / y me dijo/ Soy el que cultivó la rosa blanca / y le dije / Eso desearías / y me dijo / Y tú quién eres/ y le dije / Ninguno de ellos. Un pájaro / nomás con el deseo / de todos los pájaros”. 

Así de luminosa es (en tiempo presente) la dimensión poética de Earle, esa que su misma genialidad dejó en la penumbra. ¿Verdad que vale la pena conocerla? 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)