Mucha gente se ríe porque un tribunal supremo de pacotilla ratificó la decisión de una asamblea nacional caduca de extender el mandato de un presidente encargado de fantasía. 

Pero, aunque nos den ataques de risa, debemos reconocer que esas «decisiones», por más ilegítimas y trastornadas que sean, tienen efectos reales perversos para el Estado venezolano, para la institucionalidad constitucional del país y, de un modo menos abstracto, para la población, para la gente.

Uno puede comentar, entre carcajadas, que los fulanos pseudomagistrados son unos abogados «muy conocidos en su casa, a la hora del almuerzo», como solía decir en su programa Alberto Nolia [por cierto, ¿dónde está Nolia… alguien sabe?]; también puede decir, muerto de risa, que los exdiputados que se invistieron a sí mismos como parlamentarios plenipotenciarios por tiempo indefinido no tienen poder alguno y que varios de ellos fueron nulos en su performance política incluso durante los cinco años de su mandato; y, desde luego, igualmente uno puede decir, a mandíbula batiente, que el exdiputado Guaidó, pese a ser un sujeto de la más recalcitrante ultraderecha, tiene el valor  típico del cero a la izquierda. 

Cierto, todo eso es estricta verdad. Pero también son de verdad el dinero, el oro y las empresas del Estado venezolano que ese presidente de mentira, esa AN vencida y ese tribunal fantoche se han robado, en complicidad con (o, para mayor precisión, bajo las órdenes de) las élites de Estados Unidos, la Unión Europea y sus lacayos latinoamericanos, cabecillas de esta gran operación de saqueo y despojo. 

En ese sentido, la ratificación del tribunal chimbo de la decisión de la asamblea extinta, que mantiene en su cargo ficticio al autoproclamado no es un hecho político jocoso, sino la clara revelación de lo determinados que están los integrantes de esta comparsa a seguir esquilmando el patrimonio público.

Mientras se lo permitan, todos estos usurpadores de cargos van a continuar desempeñando sus papeles en beneficio de las potencias extranjeras que dirigen la estrategia, y en favor de sus propios bolsillos, tal como, incluso, lo han admitido algunos de los dirigentes opositores que se han rasgado las vestiduras últimamente, en unos actos tan hipócritas que también dan algo de amarga risa.

Y así llegamos a una de las claves del problema: la impunidad es causa de la contumacia delictiva. Si el ladrón no es castigado, ¿por qué razón habría de poner fin a sus fechorías?

En tiempos de la IV República, uno de sus más egregios líderes, Gonzalo Barrios, suerte de oráculo de la adequidad reinante, dio una declaración que hizo historia: «En Venezuela se roba porque no hay razones para no robar». 

Pues bien, es evidente que durante la V República, muchos altos funcionarios le han dado la razón a Barrios y ahora, con este asunto del gobierno pelele, la asamblea zombi y el tribunal de marionetas, la cosa se pone todavía peor. Esa banda empezó a  robar porque es su naturaleza y ha seguido robando porque las autoridades no les han dado ninguna razón para dejar de hacerlo.

Nadie puede negar que ha tenido éxito político la estrategia gubernamental (obviamente secundada por otros poderes públicos) de acusar reiteradamente, pero no sancionar al impostor ni a sus principales secuaces. 

Ese éxito se expresa justamente en el hecho de que Guaidó dé risa. No debería ser motivo de chanza, pues este ciudadano ha sido el rostro de un plan de derrocamiento muy serio, perpetrado por tipos tan malhumorados como Donald Trump, tan tétricos como John Bolton, tan sanguinarios como el genocida en serie Elliott Abrams, tan desalmados como Mike Pompeo, tan paracos como la llave Uribe-Duque y tan odiosos como Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera y el resto de los del alicaído Cartel de Lima.

Hay un gran mérito, sin duda en la estrategia que redujo tan grande amenaza a una bufonada, a un hazmerreír. Pero, la contrapartida de ese logro es la erosión enorme que la impunidad causa en la moral pública. Una impunidad que se potencia ahora al constatar cómo gente acusada de tan graves delitos nos dicen, sin sonrojarse siquiera, que van a seguir cometiéndolos en 2022.

Perdonen a los que andan por ahí contando esto como chiste, pero, en verdad, no da risa.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)