En su más reciente edición del Jueves de Filosofía, el comunicador, filósofo y analista político Miguel Ángel Pérez Pirela tuvo como invitada a la investigadora y docente Alba Cumes Simón.

Cumes pertenece a la nación Maya-Kaqchikel de Guatemala y cuenta con un doctorado en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México, así como con un diplomado en estudios de Género y Feminismo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una maestría en Ciencias Sociales de la FLACSO/Guatemala.

Es cofundadora de la Comunidad de Estudios Mayas y ha sido editora y coeditora de publicaciones especializadas en esa área desde un enfoque de género. Además, es autora de múltiples artículos en revistas especializadas publicadas dentro y fuera de Guatemala.

La especialista ha dirigido sus mayores esfuerzos intelectuales a la lucha contra el colonialismo y el patriarcado, dos sistemas de dominación que, en su criterio, transversalizan la historia de su país y de la América Latina entera.

A modo de introducción, Pérez Pirela destacó que durante los últimos meses, el espacio había estado dedicado a relativizar conceptos y categorías heredadas de la tradición filosófica occidental, en términos de las realidades culturales de América Latina, en términos de la ruta que proponen los pensadores descoloniales.

El patriarcado, el capitalismo y el colonialismo que llegaron a América Latina

Para entrar en materia, la profesora Cumes destacó que no es posible hablar de ningún concepto si este no se ubica históricamente. En el caso del capitalismo, apuntó que es un sistema de dominación que surge al interior de Europa que procura la mercantilización de todo, es decir, extraer ganancias de todo, aun de lo vivo.

En su criterio, está muy enlazado con la forma particular del patriarcado europeo de ese tiempo porque desestructuró la vida colectiva que giraba en torno a la explotación de la tierra e impuso separaciones entre hombres y mujeres y por clase social, para garantizarse máximos beneficios.

En la práctica, explicó, esto permitió a los capitalistas apropiarse de las tierras que otrora fueran colectivas y salarizar solamente el trabajo masculino, aunque este efectivamente se soporta en el trabajo colectivo de toda la unidad familiar.

Para ella, esto puede resumirse en que el capitalismo que se cimentaba en Europa antes de la colonización, impuso como norma el despojo de muchos a cambio del pago del salario de una sola persona.

Por otro lado, la investigadora enfatizó que no es posible imponer ningún sistema de dominación sin recurrir a la violencia y el patriarcado no es la excepción. Así, en los tiempos previos a la conquista, uno de los mecanismos a los que este recurrió fue a la persecución de las mujeres, que derivó en la llamada «caza de brujas».

En su paroxismo implicó el diseño de instrumentos de tortura específicos para las mujeres, castigos públicos barbáricos que perseguían una intención ejemplarizante y la quema de mujeres en la hoguera, detalló.

De esta manera, la resulta de estas operaciones fue que se definieron un lugar y unos comportamientos apropiados para las mujeres, que se exportaron e impusieron al otro lado del océano a través del colonialismo, lo que, a no dudarlo, supuso importantes diferencias entre los modos en que estos se implementaron, en función del sujeto al que estuvieran dirigidos.

A modo de contexto mencionó que en los siglos XV y XVI, Europa –y de manera muy especial, España– vivía tiempos aciagos caracterizados por guerras, persecución de mujeres, expulsión de «moros» y judíos y otras situaciones difíciles, por lo que no puede dejarse de lado que muchos de los que se aventuraron en cruzar el océano, lo hicieron para escapar de esa forma de vida espantosa.

Empero, matizó que al llegar a suelo americano, acaso el recurso más importante que tuvieron los colonizadores para imponer su dominio, fue el uso del Dios católico como argumento teleológico tras sus acciones.

En últimas, estas formas de dominación que habían sido implementadas en Europa, fueron impuestas a las poblaciones colonizadas, a las que se les asignó un lugar de inferioridad amparado en sus creencias religiosas.

A su juicio, es por esta razón que en la actual América Latina, el capitalismo venido de Europa se constituyó atravesado por el racismo, que se ejerció tanto sobre poblaciones originarias como sobre esclavizados, que se compraban y vendían como que si de una mercancía más se tratase.

De regreso al relato principal, la profesora Cumes resaltó que si bien es verdad que todas las mujeres sufrieron la violencia patriarcal colonial, no todas las padecieron de la misma manera, puesto que las mujeres blancas venidas de la metrópoli fueron resignificadas en su papel de cuidadoras y mantenedoras de la pureza de sangre, el destino de las mujeres indígenas corrió por una senda enteramente diferente, signada por las violaciones y por su intercambio en pactos suscritos entre colonizadores.

Desde entonces, aseguró, las mujeres indígenas han sido usadas para someter a los pueblos y desde esos tiempos se comete «genocidio continuado contra los cuerpos de las mujeres».

Anticipándose a posibles críticas, la antropóloga indicó que no existe evidencia de que las situaciones antes descritas hayan ocurrido antes de la llegada de los españoles –lo que descarta la idea de un patriarcado indígena a la manera europea– y tampoco de que ese «genocidio continuado contra los cuerpos de las mujeres» haya surgido a posteriori.

En suma, apunta que la esclavitud y la servidumbre de las mujeres de los pueblos originarios se estableció como norma impuesta por los colonizadores y en el caso de Guatemala, se les encerró para que hicieran vistosos tejidos, se les secuestró cuando acababan de parir para que fueran las nodrizas de los hijos de los colonos en desmedro de los propios y se les obligó a trabajar en el campo, entre otros vejámenes.

En paralelo –y para destruir las tramas relacionales en las que participaban las mujeres–, se aplicaron mecanismos inquisitoriales a la realidad local y los colonos comenzaron a perseguir a sanadoras, hueseras y a cualquier otra mujer que ostentara una posición de saber dentro de su comunidad, y como lo hicieran en Europa, las torturaron y las quemaron bajo acusaciones de hechicería.

Cumo destaca que en ningún caso se sometió a las mujeres blancas a semejantes tratos, un punto que, para ella, marca el inicio de una distinción irremontable que se extiende hacia el llamado feminismo blanco: en la colonia, no por ser todas mujeres estaban en la misma situación.

A su parecer, lamentablemente el feminismo clásico suele creer que las mujeres de las poblaciones originarias viven en unas condiciones precarias, inferiores a las de sus antepasadas, por lo que necesitan «ser salvadas».

Este enfoque, afirmó, entraña el ejercicio de una violencia epistemológica hacia las mujeres indígenas, pues las llamadas feministas clásicas no consideran las cruciales diferencias culturales presentes en el pasado y en el presente e ignoran abiertamente la historia de resistencia de las mujeres indígenas en América Latina, que en muchos casos se superpone con el relato de las también importantes luchas que se sucedían en Europa.

Raza, sexo y clase: tres dimensiones del despojo hacia los pueblos originarios

La profesora Aura Cumes defiende que el origen de los problemas de los pueblos originarios y de las mujeres indígenas en particular, no es la discriminación de género, como se sugiere en las academias y en aforos internacionales; un criterio que solamente sería válido si en las sociedades no está presente el racismo.

En su lugar, apuntó, el problema central de las mujeres indígenas es el despojo, que además de la mano de obra, implica la apropiación de la vida entera de sus familias a través del control de recursos materiales como el agua o la tierra, pero también simbólicos, como sus epistemes.

Otro aspecto que se suma a este despojo multidimensional es la anulación de la potencia política de los cuerpos, lo que supone que a las poblaciones indígenas se les piense siempre como masas colectivas de servidumbre al servicio de los intereses de los Estados republicanos, todo ello sin negar la existencia de la discriminación de género, que evidentemente está presente, pero que se imbrica de modo indisociable con otros rasgos de dominación.

«Decimos que somos indígenas en un sistema de dominación colonial, mujeres en un sistema patriarcal y pobres en el sistema capitalista. Estos rasgos están imbricados y no pueden separarse», sintetizó.

De lo anterior se desprende que el sexismo, el racismo y la clase social siempre van juntos en el caso de las mujeres indígenas o afrodescendientes, puesto que «el recurso del colonialismo es la raza, el del patriarcado es el sexismo y el del capitalismo es la clase social», enfatizó.

Así, explicó se concreta la exclusión desde al menos tres lugares distintos, pues la situación puede agravarse si se suman otras condiciones, como el hecho de ser desplazada o ser una niña.

En términos concretos, refirió que una mujer indígena a menudo es concebida socialmente como servidumbre doméstica, al tiempo que a los hombres indígenas, se les asume como trabajadores de fincas.

Tal consideración hace que, por ejemplo, una mujer indígena con educación superior y no pobre, reciba con frecuencia ofertas para ejercer servidumbre doméstica aunque no lo haya solicitado y, lo que es todavía peor: que una mujer indígena pobre y sin educación formal vea restringidas sus posibilidades laborales al trabajo doméstico para una familia blanca o mestiza.

En el mismo orden aseguró que en Guatemala, de cada 10 mujeres violadas, nueve son indígenas, pobres y residen en zonas rurales, por lo que más que violarlas el perpetrador concreto –el vecino, el marido, etcétera–, las viola el Estado guatemalteco. «Se trata de algo concreto, materializado en los cuerpos individuales y colectivos», destacó.

Por ello, la investigadora asevera que el patriarcado no es solo una imposición material sino epistemológica, que en el caso de los hombres indígenas, se traduce en un hacerles creer que, aún en medio de su miseria, son superiores a las mujeres indígenas.

Esta idea, insistió, no existía antes de la colonización y una prueba de ello es que cuando secuestraban a sus hijas o compañeras para ser nodrizas, para ser esclavas o para violarlas, los hombres no tenían la posibilidad de reclamarle al patriarca colonial la propiedad sobre el cuerpo robado.

En contraste, aseguró, el patriarca colonial tenía poder sobre el cuerpo de todos los demás: hombres y mujeres indígenas, niños, esclavizados, recursos naturales, instituciones, capital y, por supuesto, de sus propias mujeres.

En su opinión, un proceso similar siguió el racismo colonial, que hizo creer a los mestizos del continente –más allá de su apariencia física–, que eran superiores a los indígenas, incluso independientemente de su estatus económico o social.

En síntesis, los hombres indígenas reproducen el patriarcado, porque al haber sido despojados de todo lo demás, es el único poder que el sistema colonial les permitía ejercer.

Nuevos horizontes epistemológicos más allá del feminismo

Aura Cumes es enfática cuando asegura que no es feminista y si bien reconoce que hay mujeres de otros pueblos indígenas que se asumen de ese modo y que hay entre las feministas «aliadas importantes», remarca que su lugar de enunciación no es ese, sino las epistemologías originarias, con las que se siente más libre para avanzar en sus reflexiones, sin invertir tiempo a un debate que, en su opinión, no ha resultado del todo constructivo.

Por ello, en atención a sus luchas, destaca que cuando se habla de los modos en los que se construye el despojo, en realidad se habla de una condición que no permite existir, pero aunque pudiera resultar desconcertante, esta situación no ha impedido que las mujeres indígena hayan estado en una lucha permanente contra las distintas formas que este adopta.

A este respecto, resalta que lo que han aportado las ancestras indígenas es una lucha mayor antes que monista, pues han luchado por la vida, por la tierra, por el agua, por la dominación ejercida sobre los hombres.

Ella, de su parte, se ha enfocado en las luchas epistemológicas y en ese sentido, contrasta que mientras el centro de la epistemología occidental es el uno –un idioma, una cultura, un Dios, un sexo superior que domina todo; la epistemología maya se fundamenta en el par complementario, que al ponerse de acuerdo son capaces de crear y expandirse hacia la colectividad, de cara a la construcción de un nuevo horizonte político.

El Estado guatemalteco, genocida de mujeres indígenas

Para cerrar la emisión, la experta se refirió a la reciente sentencia que recibieran cinco miembros de las Patrullas de Autodefensa Civil –agrupación paramilitar creada por el Ejército–, quienes por instrucciones del Estado guatemalteco sometieron a violencia sexual continuada a casi 40 mujeres indígenas en la década de 1980, el contexto de la guerra civil que azotó al país por más de tres décadas.

Cumes relató que mujeres de la etnia achí residentes del municipio Rabinal fueron violadas en repetidas ocasiones en un destacamento militar, en sus casas, en las calles, así como en las montañas y ríos cercanos.

El grupo estableció como centro de operaciones una comunidad aledaña, que por su relativo nivel económico, se había aliado con el Estado y con el Ejército desde los años 30 del siglo pasado, a cambio de algunos beneficios de infraestructura y otras prebendas para los Patrulleros de Autodefensa, detalló.

Posteriormente, dijo, se demostró que el Estado hizo de esa comunidad un foco para perseguir y exterminar a otras comunidades acusadas de estar aliadas con las guerrillas de orientación izquierdista.

En el caso de las mujeres achí, mencionó la violencia sexual continuada implicó además exigencias del cumplimiento de turnos para ser violadas, así como para ejercer labores de vigilancia en la muy cercada comunidad, de la que era prácticamente imposible escapar, aseguró la experta.

Aún así, algunas lograron escapar de sus agresores y los denunciaron. Lamentablemente, apuntó, este es el caso de una de las muchas comunidades donde el Estado usó la violencia sexual como arma de guerra y como mecanismo de genocidio, frente a una eventual amenaza de triunfo del socialismo.

A modo de cierre, recordó que el Estado colonial usó el extremo del patriarcado –violencia sexual, tortura y femicidio– para perseguir y exterminar a los pueblos mayas y aunque las mujeres mestizas también sufrieron violencia sexual, esta no perseguía fines genocidas.

Y en tiempos recientes, fue el capitalismo el que encaminó todos los recursos del Estado para evitar que el socialismo y el comunismo se instalaran como otra forma de hacer política. Así, concluyó, se persiguió a la subversión, pero no solamente se les exterminó a ellos, sino que se exterminó al pueblo maya en su nombre.

(LaIguana.TV)