Miles de noticias falsas difundidas incluso por los medios supuestamente más prestigiosos del mundo occidental; censura descarada a todos los órganos periodísticos cuyas líneas editoriales no tributen a favor de la OTAN; cierre masivo de cuentas en redes sociales; imposición de etiquetas a comunicadores independientes para descalificar sus informaciones y análisis; uso del deporte como escenario de “sanciones morales”. Está claro que el mundo unipolar soñado por Estados Unidos se niega a morir y por ello patalea duro en el terreno mediático, donde sigue teniendo la hegemonía, al menos de este lado del mundo.

Parece evidente, desde hace ya varios años, que el proyecto estadounidense del mundo unipolar ha perdido la fuerza que tuvo luego de 1991, cuando se produjo el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El surgimiento de China como superpotencia económica y el renacer de Rusia, también en lo económico, pero sobre todo en el plano militar, son claras señales de que la preeminencia absoluta de EE.UU., tal como se vislumbró a finales del siglo XX, no será posible. A ello contribuye que el neoliberalismo hizo que EE.UU. cediera por completo su protagonismo industrial, salvo en el campo militar. El llamado imperio americano está en declive y arrastra con él a una servil y obsecuente Europa.

Infraestructura o superestructura

En un análisis materialista-dialéctico puede afirmarse que en términos de la infraestructura, es decir, en la realidad concreta de la economía y la geopolítica, tal proyecto hegemónico ha sido derrotado, aunque es obvio que no se trata (como lo habría querido Marx) de que los nuevos actores pretendan imponer un modo de producción distinto al dominante, sino de confrontaciones intracapitalistas por la supremacía global. 

Ante esa evidente pérdida de terreno en lo infraestructural, las élites estadounidenses, sus socios europeos y sus satélites en el resto del planeta intentan preservar su dominio apelando a las armas de lo que Marx llamó la superestructura, o sea, el andamiaje político, jurídico, ideológico y comunicacional que deriva de la infraestructura del capitalismo neoliberal reinante.

Las medidas coercitivas unilaterales son una de las máximas expresiones de este poder superestructural, basado en interpretaciones muy flexibles del Derecho Internacional que son legitimadas por los organismos internacionales y por la maquinaria mediática, tal como lo hemos sufrido directamente en Venezuela durante los últimos años.

Para ejercer su defensa en el plano superestructural (jurídico, político, ideológico, comunicacional) las fuerzas de la fallida hegemonía estadounidense no dudan en pisotear sus proclamados valores medulares: la democracia liberal, la libertad de comercio, el respeto por la propiedad privada, la competencia regida por el mercado, la globalización económica y la libertad de prensa y de expresión del pensamiento. 

En la andanada contra Rusia, a propósito del conflicto en Ucrania, no ha quedado títere con cabeza en este sentido. Han aupado movimientos fascistas contrarios a la democracia liberal; han maniobrado para impedir que la ciudadanía europea reciba gas ruso y, por ello, deba pagar más caro por el de EE.UU., en violación a la libre competencia; han aplicado “sanciones” no solo contra el Estado ruso, sino también contra empresarios de esa nacionalidad, incurriendo en confiscaciones y expropiaciones ilegales; han roto los sistemas bancarios globalizados; y han prohibido medios de comunicación debido a su enfoque político, algo que contraviene su discurso de toda la vida sobre libertad de expresión.

Este punto de los medios es clave porque al eliminar o reducir las visiones “no occidentales” del conflicto, los medios bajo su control (la inmensa mayoría) pueden tratar de legitimar todo lo demás: la conspiración contra el Nord Stream 2, las medidas coercitivas unilaterales, la expulsión de los bancos rusos del sistema Swift, y la censura misma. 

Lo que está ocurriendo  demuestra que cuando el aparato mediático es exigido por sus dueños para que defiendan los intereses corporativos y geopolíticos que los sustentan, se desembaraza rápidamente de todos sus principios acerca de libertad de prensa, equilibrio informativo, verificación de hechos y fuentes, derecho a réplica y deber de rectificar en caso de error. 

Todos los medios “occidentales” (incluyendo los que aún gozan de prestigio como órganos de prensa serios) se rebajan al nivel de los peores pasquines y de las cadenas noticiosas más desvergonzadas. Mienten sin rubor, publican materiales trucados, se hacen eco de rumores y cohonestan la censura de los otros medios, irónicamente bajo el alegato de que no son observadores objetivos del conflicto.

La pregunta es si las armas superestructurales que se están empleando a fondo en esta etapa de la confrontación OTAN-Rusia podrán revertir lo que luce como un proceso sin retorno del fin de la hegemonía estadounidense (con sus anexos europeos) o si se impondrá la realidad infraestructural de la supremacía económica china y militar rusa. En Ucrania tal vez se resuelva esta incógnita.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)