Para el periodista y escritor estadounidense Robert Bridge, ni Estados Unidos ni ningún otro país de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha sido sancionado por iniciar guerras y bombardear países porque sistemáticamente han apelado a la hipocresía, a las mentiras mediáticas y a los dobles raseros para justificar sus actuaciones.

En un artículo escrito para RT en inglés, apunta que «la postura extrema» que ha asumido este bloque contra Rusia por sus acciones en Ucrania, «expone un alto grado de hipocresía considerando que las guerras en el extranjero lideradas por Estados Unidos nunca recibieron la respuesta punitiva que merecían».

«Si los acontecimientos actuales en Ucrania han demostrado algo, es que Estados Unidos y sus socios transatlánticos son capaces de pisotear un planeta azotado por las bombas —en Afganistán, Irak, Libia y Siria, por nombrar algunos de los puntos críticos— con impunidad casi total. Mientras tanto, Rusia y Vladimir Putin están siendo retratados en casi todas las publicaciones de los principales medios de comunicación hoy como la segunda venida de la Alemania nazi por sus acciones en Ucrania», detalla.

Bridge aclara que en ningún caso la hipocresía y los dobles raseros justifican el inicio de acciones hostiles de un país contra otro, sean los que fueren. Dicho de otro modo: el que la OTAN haya bombardeado países indiscriminadamente desde hace dos décadas «sin consecuencias graves», no da patente de corso ni «licencia moral» a Rusia o a cualquier país para hacer lo propio.

A su parecer, para que las acciones bélicas puedan tener algún asidero, debe existir lo que denomina «una razón convincente» que ampare el uso de la fuerza en el marco de «una guerra justa». Así las cosas, se pregunta: «¿Pueden las acciones de Rusia hoy ser consideradas ‘justas’ o, al menos, comprensibles?». Y aunque advierte que la respuesta quedará «al mejor juicio del lector», refiere «algunos detalles importantes», que sin pretender ser excusa, permiten comprender el porqué de esta controvertida decisión del Kremlin.

Un primer aspecto que no pasa desapercibido para el periodista estadounidense es que Moscú tiene más de una década «advirtiendo sobre la expansión de la OTAN» hacia sus fronteras. Una demostración de esto es el conocido discurso del presidente Vladimir Putin en la Conferencia de Seguridad de Munich, donde preguntó a los líderes globales por qué era necesario «poner infraestructura militar» en las fronteras rusas durante esa fase expansiva de la Alianza Atlántica.  Luego señaló que tal expansionismo «no está relacionado de ninguna manera con las opciones democráticas de los Estados individuales».

Entonces, lo expresado por Putin no solo cayó en saco roto, sino que posteriormente la OTAN admitió en su seno a cuatro naciones más: Albania, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte. «Como un experimento mental que incluso un idiota podría realizar, imagine la reacción de Washington si Moscú estuviera construyendo un bloque militar en continua expansión en América del Sur, por ejemplo», ilustra Bridge.

No obstante, a su juicio, no fueron estas inclusiones las que encendieron las alarmas del gobierno ruso, sino el hecho de que Estados Unidos y el resto de países de la OTAN comenzaron «a inundar a la vecina Ucrania con una deslumbrante variedad de armamento sofisticado en medio de los llamados a la membresía en el bloque militar», lo que hizo que el Kremlin comenzara a considerar a Ucrania como «una amenaza existencial para Rusia».

Así llegamos a diciembre de 2021, cuando claramente «al límite de su paciencia», el gobierno de Vladimir Putin presentó su propuesta de estrategia de seguridad para Europa, en la que se exigía que la Alianza Atlántica abandonara su expansión hacia el este con la adhesión no solo de Ucrania, sino de cualquier otro Estado.

En el texto se explicitaba que la OTAN  «no llevará a cabo ninguna actividad militar en el territorio de Ucrania u otros estados de Europa del Este, el sur del Cáucaso y Asia Central», pero nuevamente, subraya Bridge, «las propuestas de Rusia fueron recibidas con arrogancia e indiferencia por parte de los líderes occidentales».

Por ello, en su opinión, más allá de los pareceres individuales sobre las decisiones tomadas por el gobierno ruso, es claro que no pueden tacharse de sobrevenidas y tampoco Occidente puede alegar que no había sido advertido.

Siempre siguiendo su línea de razonamiento, lo antes expuesto permite decir que «se podría argumentar que Rusia se preocupaba por su propia seguridad como justificación de sus acciones», pero no cabe lo mismo –o cuando mínimo puede resultar mucho más difícil de sostener– «de los Estados Unidos y sus secuaces de la OTAN con respecto a su comportamiento beligerante en el transcurso de las últimas dos décadas».

Para el también escritor, el caso paradigmático que ilustra el doble rasero de Estados Unidos y la OTAN es la invasión de Irak en 2003, porque «representa uno de los actos más atroces de agresión no provocada en la historia reciente». Como se recordará, Washington acusó a Saddam Hussein de tener «armas de destrucción masiva». A posteriori, la falsa especie fue despachada con la frase «fallo de inteligencia», aún cuando había causado miles de muertos y millones de desplazados. 

Entonces, puntualiza, lejos de promover la verificación en campo de la especie con los inspectores de la ONU que ya estaban en Irak, Estados Unidos acompañado de fuerzas de países como el Reino Unido, Australia y Polonia, bombardeó inmisericordemente a la población iraquí. «En un abrir y cerrar de ojos, más de un millón de iraquíes inocentes sufrieron la muerte, lesiones o el desplazamiento por esta flagrante violación del derecho internacional», recuerda.

Según un reporte elaborado por el Centro para la Integridad Pública, la administración del entonces presidente George Bush «hizo más de 900 declaraciones falsas entre 2001 y 2003 sobre la supuesta amenaza de Irak a Estados Unidos y sus aliados», cuyo fin era únicamente propagandístico.

Bridge cuestiona que «sin embargo, de alguna manera los medios de comunicación occidentales, que sin excepción se han convertido en los más rabiosos proliferadores de agresiones militares, no lograron encontrar ninguna falla en el argumento a favor de la guerra, es decir, hasta después de que las botas y la sangre estuvieran en el suelo, por supuesto».

Así las cosas, «en un mundo más perfecto» cabría esperar que Estados Unidos y sus aliados rindieran cuentas y «estuvieran sujetos a sanciones a raíz de este ‘error’ prolongado por ocho años», pero no fue eso lo que sucedió. Antes bien, el analista recuerda que el país sancionado fue Francia, que junto con Alemania, se negó a participar de «participar en el baño de sangre iraquí», pues «la hiperpotencia global no está acostumbrada a tal rechazo, especialmente de sus supuestos amigos».

Comparativamente, si bien «los políticos estadounidenses, seguros de sí mismos en su excepcionalismo divino», las sanciones impuestas a Francia no pasaron del boicot a unos ciertos productos como los vinos, el agua embotellado o las papas fritas, lo que naturalmente no es comparable a las que ahora se imponen a Rusia, que claramente tiene la justicia en contra.

«Independientemente de lo que una persona pueda pensar sobre el conflicto que ahora se libra entre Rusia y Ucrania, no se puede negar que la hipocresía y el doble rasero que sus perennes detractores lanzan contra Rusia es tan impactante como predecible. La diferencia hoy, sin embargo, es que las bombas están explotando», alega el periodista estadounidense.

De este modo, a las duras sanciones impuestas a personas, entidades y a la economía rusa en general –descritas cínicamente por el ministro de economía francés, quien aseguró que su país se asegurará de librar «una guerra económica y financiera total contra Rusia», se añade lo que Bridge califica como «un esfuerzo profundamente inquietante para silenciar las noticias y la información procedente de esas fuentes rusas que podrían dar al público occidental la opción de ver las motivaciones de Moscú», cuya primera expresión fue bloquear del espacio comunitario europeo de los canales de RT y Sputnik en todas las plataformas.

La consecuencia de esto, apunta, es que «el mundo occidental» logró apoderarse «de otra parte de la narrativa global», que no es poca cosa si se consideran los vilipendios a los que ha sido sometida Rusia por el «imperio de las mentiras», como señalara Putin, en donde se estima merecido que Moscú esté recibiendo continuamente amenazas.

Empero, el especialista advierte que «de hecho, nada podría estar más lejos de la verdad. Este tipo de fanfarronería global, que se asemeja a una especie de campaña sin sentido de señalización de virtudes ahora tan popular en las capitales liberales, además de inflamar innecesariamente una situación ya volátil, asume que Rusia está totalmente equivocada, punto».

Este enfoque es, a su parecer «imprudente», porque «no deja espacio para el debate, ni espacio para la discusión, ni espacio para ver el lado de Rusia en esta situación extremadamente compleja» y «solo garantiza más enfrentamientos, si no una guerra global en toda regla, más adelante».

Antes de concluir sus reflexiones, Robert Bridge se permite una advertencia: «A menos que Occidente esté buscando activamente el estallido de la Tercera Guerra Mundial, sería recomendable detener la horrible hipocresía y el doble rasero contra Rusia y escuchar pacientemente sus opiniones y versión de los hechos (incluso las presentadas por medios extranjeros). No es tan increíble como algunas personas pueden desear creer».

(LaIguana.TV)