Cuando se llega a situaciones al límite (de vida o muerte; de guerra o paz) surgen siempre preguntas que llegan a la más profunda de las raíces. Una de ellas es si se debe actuar según los principios o pragmáticamente. 

Para ilustrar, reduzcamos la situación hipotética al clásico dilema del tranvía que viene sin frenos y si sigue derecho atropellará a cinco personas, pero si usted mueve una palanca en los siguientes cinco segundos, se desviará y solo matará a una. Si acciona la palanca optará por el menor daño posible, pero como salvador de los cinco cargará con el peso de ser la concausa de la muerte de una persona. ¿Y si resulta que los cinco son parte de una banda de malandros y el uno era un padre de familia honrado? ¿Interesante dilema, no? 

El dilema del tranvía tiene muchas variantes. En algunas de ellas, el sujeto llamado a mover o no la palanca conoce a alguno de los cinco o estos pertenecen a un grupo específico (étnico, religioso, político, etcétera) por el cual el referido individuo siente algo (positivo o negativo) hacia ese grupo. En fin, que la cosa se complica moralmente. Pero ese dilema es un juego de niños (o, más bien, de gerentes en un seminario sobre recursos humanos) si se le compara con los quebraderos de cabeza que traen consigo los asuntos de la política internacional. 

En concreto, con la jugada de Estados Unidos de venir a Caracas a negociar petróleo y pedir que Venezuela se alinee contra Rusia, en estos momentos el Gobierno nacional –y, más allá todavía: la Revolución Bolivariana y el chavismo como doctrina socialista del siglo XXI– está con la mano en la palanca del tranvía sin frenos. 

La disyuntiva es una que resulta medular en geopolítica y ha sido así a lo largo de los siglos, remontándose hasta el más remoto pasado conocido del género humano: ¿En política exterior se debe actuar de acuerdo a principios o es válido ser pragmáticos? 

Si usted es de los que piensan que en diplomacia deben prevalecer los principios, entonces, sin lugar a dudas, en la actual coyuntura habría que cerrar filas con Rusia y despacharle a los emisarios de EE.UU. el mensaje del comandante Chávez: “¡Váyanse al carajo, yanquis de mierda!». 
 
Pero si es partidario del pragmatismo, preferirá poner eso que llaman «una sonrisa de alcabala» y decir que el diálogo, que la paz, que el respeto, que esto y que lo otro, tratando de obtener el máximo provecho –o, quizá, tal como está el mundo, el menor daño– posible de la coyuntura. 
 
Los diplomáticos profesionales dicen que solo los gobernantes demasiado idealistas o fanáticos ponen los principios ideológicos (de izquierda o derecha) por delante del interés material del país. Pero, claro, esa postura tan “profesional” encuentra enormes objeciones éticas, sobre todo para quienes dicen estar comprometidos con otro mundo posible. 
 
Cuando se profundiza en la historia universal parece que la norma aceptada por todos es que en relaciones exteriores todo el mundo miente y simula, y que las declaraciones de principios son pura apariencia. Las grandes potencias son las peores y mientras más principista parece ser su postura, más falsa es.  

Entonces, esa generalización de la impostura luce como una buena justificación para actuar de la misma manera, sobre todo cuando hablamos de países medianos y pequeños, que a la hora de la verdad no suelen ser más que meras fichas sacrificables de las potencias. 
 
Puntos híbridos: de principios y pragmáticos 

En fin, regresando al tema concreto, ¿qué condiciones debería poner Venezuela para acceder a uno de los puntos que está en negociación: volver a vender petróleo a EE.UU., teniendo en cuenta que fueron ellos quienes optaron por cerrar el grifo con la idea de matarnos de hambre?  

Parece que hay puntos que son a la vez de principios y de interés pragmático, como serían, entre muchos otros, la devolución de Citgo, de la gasolina pirateada  en alta mar y de decenas de cuentas bancarias del Estado venezolano arbitrariamente confiscadas, es decir, los saqueos perpetrados directamente por los cara de tabla que ahora vienen a solicitar petróleo y otros favores y a exigir solidaridades.  

En ese mismo sentido, EE.UU. podría ordenarles a aliados-lacayos devolver a Venezuela el oro depositado en Inglaterra y la empresa Monómeros, robada en Colombia, pues esos otros ladrones actuaron imitando a la gran potencia imperial y bajo su amparo.  

Tendrían también la potencia imperial y sus secuaces que levantar todas las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo. 
 
En el terreno de los principios –aunque con un ancho cariz pragmático– está la posición de Venezuela respecto a Rusia, pues mientras EE.UU. y el vecindario bajo su control nos atacaban en cayapa (como decimos por estos lares), incluso en medio de la peor etapa de la pandemia, fue Rusia quien tendió la mano. Ese tipo de gestos, en el ámbito de los principios, se pagan con reciprocidad en los momentos clave.  

Ya, en el campo de lo más pragmático entre lo pragmático, que es el tema de la defensa, Venezuela no puede dejar de lado el hecho de que su musculatura militar, construida con armas rusas, es uno de los factores que ha impedido que la derecha continental obsecuente y canalla se atreva a concretar sus rimbombantes planes de invasión con una fuerza “multinacional”.  

De principio también es la libertad de Álex Saab y la eliminación de las infamantes órdenes de captura con ofertas de recompensa que pesan sobre el presidente Maduro y varios otros funcionarios y sus familiares.  
 
En un mundo justo, EE.UU. no solo debería hacer todo esto, sino que también estaría obligado a pagar una milmillonaria indemnización por todos los daños y perjuicios que nos ha causado, muchos de ellos, por cierto, irreparables.  

En un mundo ideal, debería, además, disculparse formalmente por los intentos de magnicidio, invasión, golpe de Estado y sabotaje que se han perpetrado bajo su égida. 
 
Es obvio que muy poco de eso va a ocurrir. En términos de realpolitik y siendo EE.UU.un imperio (en declive, pero aún imperio) deberíamos tener unas expectativas más de pies puestos en la tierra.  
 
Ya con la visita de los emisarios y con las reacciones desmelenadas de algunos opositores de aquí y de allá, los revolucionarios y hasta los opositores moderados han (valga la ironía) gozado un imperio. Pero, más allá de ese “fresquito” que hemos sentido muchos, hay que debatir con seriedad si a esta Venezuela atormentada durante más de un lustro por una potencia imperial obviamente hostil, le conviene o no reconciliarse con sus verdugos y aprovechar la oportunidad para recuperarse y hasta soñar con un tiempo de despegue económico y bonanza general. 

Para quienes no han vivido estos años por acá hay que detallar un poco. Ha sido un tiempo de guerra económica, ataques a la moneda nacional, medidas coercitivas unilaterales, bloqueo, saqueo de activos, intentos de desestabilización y golpe de Estado, sabotajes eléctricos, estimulación primero de la migración masiva y luego de la xenofobia contra los migrantes, negativa de vacunas en plena pandemia y hasta robo de cargamentos de gasolina en altamar, al estilo del pirata Morgan.  

O sea, pues, que no se trata de que la pareja tuvo “una noche de copas, una noche loca”, debido a la cual cometió algún desliz o exceso y luego vino a pedir perdón y a buscar sexo de reconciliación. No. Ha sido un largo período de esfuerzo continuado, sistemático e inclemente por causar el mayor daño posible, para lo cual la pandilla que gobierna EE.UU. se procuró el apoyo no solo de una coalición de países aliados-lacayos, sino también puso en marcha una de las campañas mediáticas más ruines entre la muchas que pueden encontrarse en la historia de ese país, sobre todo desde que devino en imperio. 

Frente a todas y cada una de las barbaridades perpetradas –supuestamente contra ciertas personas, pero que afectaron a propios y extraños y principalmente a los más pobres–, el pueblo venezolano, sin caer en nacionalismos cursis, se mantuvo erguido, trabajando, luchando y hasta haciendo humor de su tragedia, como es característico. 

Ahora, vienen los autores de todas esas acciones ilegales e inmorales, ya no con el cartel de “wanted” ni con los andares sigilosos del cazarrecompensas, sino en buena onda y tal, a decirnos que vamos a ser “amiguis”.  

¿Qué haría usted si fuera Nicolás Maduro Moros?, es una pregunta tan dilemática como la del ejemplo del tranvía porque todo lo que “los gringos” (demócratas, republicanos, demorrepublicanos o republimócratas; blancos, anaranjados o afrodescendientes; jóvenes dinámicos o ancianitos con principio de Alzheimer) nos hicieron y siguen haciendo ha costado no una vida ni tampoco cinco, sino miles, según cifras de la poca gente seria que queda en la ONU. Es decir, que no estamos hablando de un tranvía que perdió los frenos por accidente, sino de uno que de manera intencional, premeditada, alevosa, con ventaja y mala fe nos pasó ya por encima. Y ahora vienen a pedirnos ayuda para que el aparato en cuestión pueda seguir rodando, sin garantía alguna –por si alguien no lo tiene claro– de que a la vuelta de un tiempo intente de nuevo atropellarnos. 

La diplomacia pragmática 

La pregunta sobre principios o pragmatismo nos pone a reflexionar sobre lo que hacen los otros países, en especial los que tienen cancillerías consideradas históricamente como de alto vuelo. Cuando se investiga acerca de la diplomacia pragmática, el primer nombre que sale a relucir es, curiosamente, el de China, el país que es comunista por dentro y ultracapitalista por fuera.  

Y es que los chinos, que tienen una trayectoria milenaria, fama de sabios y un halo de misterio para el resto del planeta, son formalmente el país comunista más importante de estas últimas décadas, pero al mismo tiempo son la primera potencia capitalista del momento y el principal socio comercial de casi cuatro quintas partes de las otras naciones. ¿Será que los podemos considerar buenos diplomáticos? 

Luego de escuchar la versión del presidente Nicolás Maduro acerca de la reunión con los enviados de Biden; y luego de ver a la vicepresidenta, Delcy Rodríguez, y al canciller, Félix Plascencia, reunidos con el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Seguéi Lavrov, aumenta la confianza en que estamos jugando inteligentemente, a lo chino. 

No es sorprendente, pues Maduro se forjó precisamente en la candela de la Cancillería no de cualquier gobierno, sino en el de Hugo Chávez, que tuvo un papel estelar en la geopolítica de los primeros doce años del siglo, digan lo que digan los más connotados sabihondos de la diplomacia teórica.  

Y es, además, un presidente al que le ha tocado –ya en ausencia del comandante Chávez– sortear todas las vicisitudes, ataques e injerencias externas antes descritas, lo que no habría sido una tarea nada fácil para nadie. 

No hace falta tener una desbordada imaginación para saber lo que estaría pasando si tuviéramos en el palacio de Gobierno a un pelele como el que quiso imponer Donald Trump, o si en ese cargo estuviera uno de los “ultracomecandela-más-chavistas-que-Chávez” que, por fortuna están –igual que este servidor– confinados al teclado.  

Veremos cómo termina resolviéndose este inesperado capítulo de la historia viva en la que, una vez más están en juego los principios y las cuestiones prácticas. ¿Usted qué haría? 

Reflexión mediática: la censura sin censura

La maquinaria mediática al servicio del capitalismo hegemónico occidental siempre ha censurado, manipulado y mentido. Pero en condiciones de normalidad lo hace con cierto estilo, con determinados límites, con respeto a algunas apariencias. En cambio, cuando se trata de una situación límite, como ocurre ahora con el conflicto OTAN-Rusia, los medios que integran este aparato llegan al llegadero y hasta se pasan de él. Haciendo un juego de palabras, están practicando una censura sin censura. 

No solo han difundido miles de noticias falsas. No solo han ocultado todo lo relativo a las causas estructurales y a las reales incidencias del conflicto de Ucrania. No solo han utilizado cualquier cosa, incluso imágenes de videojuegos, para simular ataques rusos. Aparte de eso han bloqueado la labor de cualquier medio o individuo que haya procurado presentar una visión alternativa de lo que está pasando. 

El colmo –por ahora, ya vendrán actos peores– ha sido la cancelación de los canales en Youtube de la cadena de noticias rusa RT, y del popular programa Ahí les va, de la periodista rusa Inna Afinogenova, así como las cuentas de tantos otros medios y comunicadores menos célebres.  

Otra barbaridad es la “flexibilización” de las normas sobre lenguaje de odio en las redes sociales para permitir que se usen, siempre y cuando sean contra Rusia.  

Por cierto, no es nada nuevo, solo que esta vez ocurre a escala planetaria. Es el mismo formato del 11 de abril de 2002, cuando una poderosa coalición de televisoras, radios y periódicos privados orquestaron el golpe de Estado y luego, no conformes con haber creado una historia falsa, se lanzaron también a “dejar fuera del aire” a cualquier medio público o alternativo, bajo el argumento de que eran “basura”.  

Y pensar que EE.UU., sus aliados-lacayos y sus medios han invadido países, derrocado gobiernos, bombardeado ciudades y perpetrado genocidios en nombre del derecho a pensar distinto.  

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)