Con dos décadas de retraso respecto al resto de América Latina le llegó a Colombia la hora de un gobierno de izquierda, popular, progresista, no oligárquico o como quiera llamársele: el senador Gustavo Petro ha logrado la proeza de derrotar a una de las derechas más recalcitrantes del mundo, en un país enclave de Estados Unidos en el hemisferio y con la que tal vez sea la maquinaria mediática más perversa del continente (lo que es mucho decir).

Predecir los desempeños de los gobernantes que ganan de esta manera ha demostrado ser una tarea con mucho riesgo de fracaso, así que no puede vaticinarse si Petro, con su carismática vicepresidenta, Francia Márquez, lograrán honrar el titánico compromiso que han asumido con el sufrido pueblo neogranadino, pero el solo hecho de haberle ganado unas elecciones a las élites que han gobernado Colombia a lo largo de su vida republicana entera es, de por sí, un hito histórico.

En este sentido fue un gran acierto la escogencia del nombre de la coalición que, finalmente, logró la hazaña: Pacto Histórico. Es histórico porque de la trascendencia de este acontecimiento solo pueden tener dudas los propagandistas de la opción derrotada o los ignorantes del devenir colombiano. Es un pacto  porque fue necesario forjar una alianza muy amplia, con renuncia a los dogmas y las rencillas y con visión de presente y de futuro para presentar una propuesta capaz de movilizar a un electorado anestesiado y atemorizado, cuando no apático y desengañado de las iniciativas políticas.

“Este triunfo nos lo merecíamos”, dijo Gloria Elena Castaño, historiadora y epistemóloga, dirigente feminista que llegó a la alianza por el lado de Francia Márquez. Ella, en entrevista con LaIguana.TV en  la semana previa había asegurado que el triunfo de la llave Petro-Márquez era algo que se respiraba en las calles con un aroma inconfundible a pueblo llano. Los resultados le han dado la razón.

Cuando se difundieron los primeros boletines, y ante la solicitud de su evaluación de lo ocurrido, dijo: “Sí, pero primero debo secarme las lágrimas”. En verdad, esa frase ya fue, en sí misma, un reflejo de lo que está pasando en Colombia, incluso, en el caso de ella, en Medellín, la capital de Antioquia, el enclave más duro del uribismo.

“Nosotros también estamos en territorio apache, es decir, ellos son mayoría, pero acá la gente igual está muy emocionada”, expresó por su parte Karen Dávila, activista del Pacto Histórico en Venezuela e integrante de la iniciativa comunicacional Comunidad Latinoamericana Revolucionaria Bolivariana (Colarebo).

Los colombianos residentes en Venezuela interesados en votar, debieron traspasar la línea limítrofe hasta Cúcuta y otras localidades fronterizas. Personas como Dávila lo hicieron dos veces, una para cada vuelta electoral.

La celebración que se ha desatado en toda Colombia y, por extensión, en amplios segmentos de Latinoamérica está más que justificada. Pero el reto que se avecina es descomunal. Petro y Márquez recibirán un país carcomido por la violencia armada en el que las masacres y los asesinatos de líderes sociales son cotidianos; las cifras de desplazados internos son de marca mundial; el narcotráfico controla un amplio espectro de la clase política y las desigualdades sociales son insoportables. La nación viene de tres años en los que las calamidades se han turnado: en 2019 se produjo la ola de protestas salvajemente reprimidas por el gobierno de Iván Duque. La erupción social fue apenas detenida por el confinamiento del covid-19 en 2020, pero ya en 2021 reaparecieron las acciones de calle de la población y también la violenta respuesta del  gobierno.

Todos los desafueros del gobierno de Duque, así como sus yerros y negligencias en el manejo de la pandemia, fueron disfrazados y legitimados por el aparato mediático propiedad de la oligarquía y por los organismos internacionales controlados por el poder hegemónico global. Pero el electorado guardó bien la factura y la pasó en la primera vuelta de las presidenciales, al relegar al candidato abiertamente uribista, Federico “Fico” Gutiérrez, a un lejano tercer lugar.

El statu quo intentó entonces asirse a la tabla de salvación de Rodolfo Hernández, un abanderado aparentemente independiente y con una imagen caricaturesca. Apostaron todo lo que les quedaba a dicha opción, pero no fue suficiente para derrotar a Petro.

Otros grandes escollos que enfrentará el presidente electo cuando inicie su gobierno, en agosto próximo, será manejar un Estado minado de fichas del uribismo, incluyendo en este campo a las Fuerzas Armadas, algunos de cuyos cuadros más altos se han mostrado anticipadamente en rebelión.

En resumen, a la victoria electoral histórica de este domingo tendrá que sucederle un tiempo de gobierno también histórico para que se haga efectivo el eslogan de cambio que llevó a la izquierda, el progresismo, el movimiento popular, la clase política no oligárquica -o como quiera que se le llame- por primera vez a la Casa de Nariño. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)