El presidente de EE.UU fue grabado leyendo las instrucciones del teleprompter durante un discurso para reivindicar a las mujeres que se opusieron a la prohibición del derecho al aborto en EE.UU; Boris Johnson dimitió como Primer Ministro de Reino Unido tras una serie de escándalos en torno a su gestión y la de otros funcionarios británicos, y el Ex Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, fue asesinado en un evento público. Todo esto ocurrió luego de la reunión de un G7 que culminó con estas figuras asegurando que detendrán o frenarán el supuesto plan de Rusia para generar hambre.  

El G7, que cuenta ahora con un Japón deshinibido para actuar militarmente, aseguró que buscarán la manera de desbloquear los puertos del Mar Negro y de frenar el alza de los precios del crudo para revertir o resolver de alguna manera la crisis alimentaria. Sólo eso están dispuestos a hacer, de ninguna manera modificarán sus políticas para soportar soportar a sus poblaciones en medio del impacto de las sanciones búmeran que han elevado contra Rusia, tampoco revertirán políticas agrícolas y económicas viciadas, mucho menos reflexionarán sobre sus pilares de comercio injusto y de desarrollo  insostenible que impiden la redistribución de ingresos y de alimentos.

Sin usar a Rusia como chivo expiatorio ¿qué le queda a la opinión pública mundial a la hora de identificar responsables de lo que será la próxima pandemia? ¿Quiénes evitan tocar este tema por ser los arquitectos históricos de esta realidad? Sólo por nombrar algunos: La Organización Mundial de Comercio, el Programa Mundial de Alimentos, la Alianza por la Revolución Verde en África, el Departamento de agricultura de EE.UU,  las transnacionales Yara Fertilizer, Cargill, Syngenta, Dupont y Monsanto, entre otros.

En un nuevo capítulo de Entre Líneas, la investigadora y comunicadora Naile Manjarrés señala con detenimiento diversos argumentos que desmontan el mito del G7 y la OTAN y medios de comunicación que les sirven acerca de una inminente crisis alimentaria y hambruna “por culpa de Rusia”, entre estos, la postura del propio Banco Mundial que en junio de 2022 destacó “incluso antes de que la covid-19 redujera los ingresos e interrumpiera las cadenas de suministro, el hambre crónica y el hambre aguda estaban aumentando por diversos factores como los conflictos, las condiciones socioeconómicas, los peligros naturales, el cambio climático y las plagas. El impacto de la guerra en Ucrania añade riesgos a la seguridad alimentaria global y podría empujar a millones de personas más a la inseguridad alimentaria aguda”. 

¿Quiénes sí están haciendo algo al respecto para revertir o frenar el curso de los acontecimientos? las comunidades campesinas alrededor del mundo que protegen sus semillas originarias, que diversifican sus cosechas, que protegen sus tierras y pelean hasta la muerte por preservar la calidad del agua, mientras en las ciudades se consume embotellada.

Antes de señalar a Rusia, y aún sin eximir a Moscú del problema, se toma en cuenta que la asistencia alimentaria en el mundo está monopolizada desde hace una década por cuatro compañías que controlan el 84% de su transporte y distribución y que el 50 al 90% de la asistencia está condicionado por Tratados de Libre Comercio aparentemente incuestionables e inmodificables. Un ejemplo del grado de responsabilidad de ciertos miembros de G7 en la crisis actual y por venir es que  la USAID de cara a los países que reciben alimentos en forma de ayuda humanitaria impone aceptar granos genéticamente modificados  o transgénicos, de reconocido perjuicio para la salud. Y Sólo en 2007 el 99.3% de la asistencia alimentaria de EE.UU fue proporcionada “en grano”. La trampa, escasez y precariedad no la impuso hace 5 meses Rusia en Ucrania.

(LaIguana.TV)