John Bolton, alias “Doctor Chapatín”, pide que le reconozcan el sudor de su frente: montar un golpe de Estado no será tan duro como echar pico y pala al borde de una carretera en Arizona, pero ¡cómo cansa!

El exconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos se mantiene en la órbita de sinceridad ramplona que últimamente exhiben los exfuncionarios gringos. Les preguntan si planificaron derrocamientos, invasiones, magnicidios, sabotajes y demás métodos del repertorio de ese país tan democrático y dicen que sí sin rubores, sin que les tiemble un ojo. Y hasta quieren que los aplaudan por ser tan afanosos trabajadores.

Lo del “Doctor Chapatín” no es nuevo, pues escribió todo un libro acerca de los desafueros de su jefe Trump, quien hirió su orgullo al despedirlo, como el magnate anaranjado se acostumbró a hacerlo: vía Twitter.

Pero es conveniente subrayar que no se trata de un comportamiento individual, sino de un patrón.

Tal vez sean psicópatas (quién es uno para dudar del dictamen especializado del psiquiatra Jorge Rodríguez), pero lo más seguro es que en la etapa de retrogradación histórica que vivimos, las fuerzas imperialistas hegemónicas del norte global han asumido la franqueza como un (otro) mecanismo de dominación.

Actúan como el jefe mafioso que quiere mantenerse en la cresta de la pirámide y para lograrlo no oculta su carácter sanguinario, sino que lo exhibe y hasta lo exagera para que le tengan mucho, mucho miedo.

No es necesario fingir o siquiera maquillar sus procederes. Antes bien, lo necesario es gritar a los cuatro vientos que son unos malandros capaces de cualquier monstruosidad, porque en el temor infundido se basa ese poder que -a pasos acelerados- están perdiendo.

Y entonces hay quien se pregunta si no le temen al castigo, a que les abran un juicio en su país o en un tribunal internacional, pues sus declaraciones son, en esencia, confesiones y delaciones. Pero, la respuesta es que no, no abrigan ese temor porque saben que el imperialismo tiene montado un sistema global que incluye una red de gobiernos cómplices, organismos internacionales bajo su control, las ONG y la maquinaria mediática generosamente financiadas. Así que los funcionarios y exfuncionarios pueden admitir que han cometido o están cometiendo toda clase de delitos, incluso de lesa humanidad, y estar seguros de que no van a ser castigados.

Al soltar públicamente esas confesiones, trabajan para lograr la meta de que ese sistema en declive, pero aún dominante, legitime todas las tropelías cometidas.

Es también una manera de estimular a los que ahora ejercen los cargos a que sigan haciendo lo mismo. El mensaje es que cualquier conducta, hasta las más depravadas, será admitida y aplaudida si favorece al statu quo mundial amenazado por la emergencia de nuevos polos de poder.

Incluso los que hace muchos años habían dicho o perpetrado atrocidades que se mantuvieron ocultas, ahora parecen tener la pulsión de contarlas, para que nadie vaya a pensar que eran menos echados para adelante. Por ejemplo el líder polaco Lech Walesa, premio Nobel de la Paz, ha confesado recientemente que propuso dividir a Rusia y reducir su población a 50 millones de personas, es decir, eliminar a dos tercios de los rusos, más o menos, vaya usted a saber cómo.

Walesa, por cierto, fue pieza clave para acabar con el bloque comunista, actuando bajo el camuflaje sindical en Polonia, en lo que puede considerarse una de las primeras revoluciones de colores orquestadas por la CIA.

Pero, hay que subrayar algo importante: esto de ponerse toscamente explícito en la revelación de canalladas no es algo exclusivo de los viejos feos. Así tenemos a la exsubsecretaria de Estado para Cuba y Venezuela, Carrie Filipetti, quien desde el punto de vista de la imagen es todo lo contrario a Bolton y a otros de los exjerarcas zafios y patanes de la política exterior estadounidense de la Era Trump (Mike “Pedro Picapiedra” Pompeo o Elliott “Gargamel” Abrahms, por ejemplo). Carrie luce como la protagonista de una comedia romántica al estilo de Mujer bonita, pero la tipa es igual de rata que ellos (perdonen, pero tal parece que la onda de la sinceridad ofensiva es contagiosa).

Filipetti se lamentó de que el gobierno de Trump, sus funcionarios y enviados especiales se hayan tragado los cuentos de Guaidó y su combo acerca de los apoyos de alto nivel (civiles y militares) con el que supuestamente contaban para dar un golpe de Estado, invadir el país o matar al presidente.

Las expresiones de la exsubsecretaria traslucen el bajo concepto que la pandilla gobernante de Estados Unidos (independientemente del factor generacional) tiene acerca de los militares latinoamericanos. También prueban que subestimaron al comandante Hugo Chávez, siguieron subestimando al presidente Nicolás Maduro y sobreestimaron escandalosamente a los “líderes democráticos” que han querido imponerle al país.

A medio camino entre Pretty Woman y el Doctor Chapatín (es decir, entre Julia Roberts y Chespirito), la jefa en funciones del Comando Sur, generala Laura Richardson, sigue el mismo patrón de ser groseramente franca, ya no sobre el pasado, sino respecto a los propósitos injerencistas actuales y futuros de Estados Unidos en la región. La oficial dice que a los militares de su país les preocupan las inversiones chinas y rusas en América Latina y también la labor de medios de comunicación vinculados a esas potencias rivales, como Sputnik Mundo y RT en Español. Con esa declaración admite abiertamente que la élite de la que forma parte no cree ni en la libertad de comercio ni en la globalización ni en la libertad de prensa.

[Es el mismo país que se inventó el cuento de que los militares no deben participar en asuntos políticos ni civiles, relato que repiten como loros los gringolovers de América Latina. Pero ese es otro tema].

Como toda línea maestra imperial, la moda de ser groseramente francos se extiende por Europa (siempre a la cola de Estados Unidos) y la asumen los fachos latinoamericanos, a quienes les viene como traje a la medida. Así se retitar (para quien no lo haya entendido todavía) que la derecha mundial no se anda con cuentos. Ha matado, secuestrado, extorsionado y robado y planea seguir haciéndolo sin remordimientos porque lo considera legal, legítimo y aceptable. Tanto que exigen que se les premie por el duro “trabajo” que hacen.

Reflexiones mediáticas


Victoria que duele.
El sector de izquierda del periodismo venezolano logró una victoria electoral que hasta hace poco solo aparecía en las ilusiones más locas de algunos comeflor: alcanzar un puesto, en el renglón de los egresados, en el Consejo de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, esa que alguna vez fue rabiosamente ñángara, pero que en las últimas décadas ha sido rabiosamente escuálida.

Fue una victoria limitada, que solo se replicó en las escuelas de Historia y Educación, de la misma Facultad de Humanidades y Educación; y en las de Economía y Sociología, que pertenecen a la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales.

A pesar de ese reducido radio, a la contraparte le ha dolido mucho, si se juzga por las reacciones plañideras en redes sociales. Y tiene lógica que sea así porque se han acostumbrado a considerar a la UCV como una especie de país independiente y libre de chavismo y, en el caso específico, porque Comunicación Social es un enclave muy simbólico.

El dolor deriva de que para muchos opositores, cualquier resultado diferente a la hegemonía absoluta de la derecha puede considerarse una fe derrota.

Provoca cierta gracia que los periodistas que laboran en los medios de comunicación opositores y muchos comunicadores sociales que ostentan categoría de influencers hayan tratado de relativizar el resultado, diciendo que el chavismo solo obtuvo puestos en una de 11 facultades y en cinco de 49 escuelas. Es gracioso porque fueron justamente los periodistas de esos medios y algunos de esos influencers (entre quienes también hay sociólogos, economistas, educadores e historiadores) los que resultaron directamente derrotados en una batalla que se libró en territorio carapálida y bajo sus normas, sin que puedan acusar a Tibisay Lucena de nada, salvo de ir a votar como egresada.

Esos medios e influencers se pusieron de acuerdo para lamerse las heridas y hablar del intento del “oficialismo” por tomar el control de la UCV. Solo que, si lo analizamos desde el punto de vista de la autonomía y de la historia reciente universitaria, en ese ámbito el oficialismo no es el chavismo, sino el más furibundo de los antichavismos, el que encarna la rectora vitalicia Cecilia García-Arocha.

Bueno, como orgulloso ucevista graduado en los años 80, les regaló mis congratulaciones a los egresados opositores por su contundente victoria general (¡relájense, caramba, sean felices!), y también felicito a los egresados revolucionarios, por nuestro pequeño pero urticante triunfo.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)