Cuando se escriba la historia postrera del imperio estadounidense (es decir, la que se haga después, cuando ya no sea imperio) quedará claro que se trata de una sociedad corrupta hasta el tuétano de sus huesos. Tan pero tan corrupta que se autoproclama la más honesta del universo y se autoasigna el derecho a juzgar moralmente al resto de los países. El colmo de la corrupción.

Y es que el gran truco de las élites profundamente corruptas y corruptoras de Estados Unidos es  hacerles creer a los ciudadanos de ese país y al resto del mundo que son, muy por el contrario, la referencia mundial de la honestidad.

Una revisión superficial ya da indicios de esa gran mentira. Estados Unidos es gobernado por las corporaciones más poderosas a través de un duopolio partidista que ejerce el poder desde la fundación del país, en 1776. Como era demasiado molesto actuar por debajo de cuerda, se dejaron de boberías y crearon la figura del lobby, que es la corrupción legal. Cada empresa o grupo de ellas les paga a unos tipos cuyo trabajo es trajinar con los políticos para hacer grandes negocios con el dinero público y para evitar que se hagan investigaciones (en el Congreso) o juicios (en los tribunales) sobre las tropelías que cometen los conglomerados capitalistas.

Los lobbys compran las conciencias de los políticos y funcionarios pagándoles sus campañas electorales y estos compensan el favor otorgando contratos jugosos, reduciendo impuestos y tomando medidas favorables a sus mecenas y casi siempre contrarias a los intereses de las mayorías. ¿No es eso lo que define a la corrupción en cualquier otro lugar del mundo? En Estados Unidos, esas sinvergüenzuras están barnizadas de legalidad.

El tema viene a cuento por la detención en Venezuela de Leonard Glenn Francis, apodado “Fat Leonard” (en castellano, “el Gordo Leonard”) a quien se acusa de ser el promotor de lo que pomposamente se califica como “el mayor escándalo de corrupción en la historia de la Marina estadounidense”.

Es la típica jugada de una élite corrupta para escurrir el bulto, para evitar el análisis estructural y dirigir los fuegos hacia un chivo expiatorio, una individualidad que, en rigor, no es sino una expresión más de la podredumbre generalizada.

Se pretende hacer ver que antes del “Gordo” la institución militar estadounidense era un recinto de beatos consagrados a la oración .

Lo primero que hay que dudar es de que el caso en el que Fat Leonard fue el agente pervertidor sea, en verdad, “el mayor escándalo… y bla, bla, bla”. Todo hace sospechar que es, en realidad, un guiso que salió mal y, como no pudieron, no quisieron o no supieron cómo taparearlo, el sistema decidió arrojar a sus protagonistas a los depredadores para que calmen el apetito.

Como Fat Leonard han de existir decenas, cientos, tal vez miles de crápulas vestidos a la última moda y perfumados, prestos a envilecer a cualquier oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos que tenga hasta la más pequeña posibilidad de decidir sobre los siempre suculentos negocios del complejo industrial-militar.

Pero, vamos más allá: esos militares saben muy bien cuál es su función fáctica en ese aparataje diabólico de la guerra, así que muchos de ellos han de estar prestos a que los corrompan. Todos los sacrificios que hacen en los primeros años de su carrera castrense tienen la compensación de ingresar más adelante a los círculos más exclusivos, donde se dirimen los grandes negocios, y muchos entienden que las prebendas y las coimas son parte de sus privilegios. Y otro de esos fueros es tener una imagen inmaculada sostenida por la maquinaria mediática y de entretenimiento del imperialismo, esa en cuyas historias –reales o ficticias- los oficiales estadounidenses siempre son los buenos, suerte de superhéroes que luchan por los pobres y desamparados, contra los villanos de todas partes del mundo.

A través de los negocios de la guerra es como esta superpotencia en corrupción drena la mayor parte de los fondos estatales hacia los integrantes del llamado “Estado profundo”, es decir, de la pandilla de multimillonarios que realmente gobierna Estados Unidos. Y los militares en puestos clave son los ejecutores de ese trasvase de recursos. Los tipos como “el Gordo Leonard” son apenas unas bisagras, unos secuaces menores del gran negocio. Y cumplen otra función, bastante evidente en el caso del ahora famoso personaje: pagar los platos rotos para que los cabecillas de la mafia sigan impunes.

El sistema legal y policial de Estados Unidos, al que la misma maquinaria mediática y de entretenimiento presenta como paradigma internacional, responde al poder económico de los involucrados en procesos jurídicos del mismo modo que lo hacen los tribunales y cuerpos de seguridad en los países que Washington cuestiona a menudo por esas mismas razones.  Solo así se explica que un sujeto acusado de delitos tan graves como lo es Fat Leonard haya estado en casa por cárcel y haya logrado despojarse de la tobillera electrónica y huido del país, como un Antonio Ledezma cualquiera. El dinero aceita todos los engranajes en una sociedad que muchos ilusos en el resto del mundo consideran ejemplar.

El caso de “el Gordo Leonard” es tan demostrativo que parece hecho a la medida para que hasta los más fanático progringos se desengañen.

Entre los detalles significativos está el hecho de que uno de sus amigotes uniformados es nada menos que el almirante Craig Faller, exjefe del Comando Sur, brazo armado (el oficial, tienen otros oficiosos y extraoficiales) del injerencismo estadounidense desde el río Bravo hasta la Patagonia.

La derecha y sus medios de comunicación pintaban a Faller como el ejemplo de lo que debía ser un militar. Con su uniforme impecable, su colección de condecoraciones, su postura erguida de orden cerrado y sus discursos sobre democracia, derechos humanos y ¡lucha contra la corrupción.

Sí, el almirante dedicó varias de sus incursiones en el “patio trasero” bajo su supervisión a dar lecciones de transparencia y a cuestionar a los gobiernos latinoamericanos por su falta de virtud administrativa.

Visto ahora, se entiende que la preocupación de Faller era porque en los países donde antes reinaba Estados Unidos, hay funcionarios aceptando regalos de los chinos para contratar obras o comprar cachivaches.

En 2019 Faller declaró expresamente: “La corrupción es una inquietud de seguridad nacional en el hemisferio”, y en 2021 agregó que “la corrupción y la crisis en Venezuela son dos de los principales desafíos que afronta Suramérica” y añadió que “hay organizaciones criminales transnacionales que operan en toda la región y prosperan con la corrupción».

Ahora sabemos que mientras recibía aplausos, vítores  y suspiros enamorados de la derecha latinoamericana, el almirante hacía negocios y acudía a las bacanales organizadas por el “Gordo Leonard”. Así son, para todo, los integrantes de la pandilla que gobierna Estados Unidos.

La gandola como símbolo

La confrontación política actual tiene un alto componente simbólico porque estamos en tiempos de guerra cognitiva. Así que hay que celebrar el tino de quienes decidieron usar gandolas vestidas con los colores de la bandera para registrar gráficamente la reapertura de las fronteras colombo-venezolanas.

Fue un acierto porque ese mismo tipo de vehículo pesado fue usado en 2019 por las fuerzas oscuras que intentaban invadir Venezuela desde Colombia, con el subterfugio de la ayuda humanitaria.

En ese entonces, los sujetos violentos que se encontraban en el lado colombiano arrojaron bombas molotov hacia Venezuela y provocaron el incendio de tres de los camiones que supuestamente transportaban la ayuda internacional para una Venezuela al borde de la hambruna.

Ese incendio fue utilizado (y sigue siendo, porque los desmentidos y aclaratorias no funcionan del todo) para afirmar que “el dictador Maduro ordenó quemar los camiones con ayuda humanitaria, lo que constituye un crimen de lesa humanidad”.

Esa fake news ha sido sostenida hasta el sol de hoy por los gobiernos que estaban detrás de la tramoya, por la dirigencia opositora venezolana y por la maquinaria mediática, pese a que fue un diario estadounidense, The New York Times, el que desenmascaró oficialmente la noticia falsa.

Ahora, las gandolas engalanadas con las banderas, han empezado la difícil tarea de pasar la página de aquellas infamias que ojalá no ocurran nunca más.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)