“En este libro encontrarán el enigma y el misterio del Caribe, narrativas barrocas, llenas de imaginación, de exageraciones, de mundos colaterales insinuados apenas, de momentos de locura y delirios, pero hilvanados siempre en una temática existencial directa, inquietante, acusatoria, esa acusación que nos hace el espejo cada vez que nos miramos en él”, expresó Luis Britto García durante la presentación del libro de cuentos Los espejos no escogen a quien mirar, de Miguel Ángel Pérez Pirela, durante la 18ava Feria Internacional del Libro de Venezuela.  

La obra es una coedición del nuevo sello editorial La Iguana Ediciones y Fundarte. 

“El espejo es una especie de Dorian Grey, que a medida que avanza la edad y la introspección nos va dando mensajes cada vez más terribles. Los relatos de Miguel Ángel le plantean al lector esa introspección porque estás leyendo una historia sobre otro que quizá es sobre ti mismo -dijo el connotado escritor-. Así que recomiendo agarrar este libro por el mango y contemplarse en él, seguros de que van a ver una imagen no sé si más bella (aquí hay mujeres tan bellas que el espejo no las puede mejorar, ni que sea un espejito mágico), pero sí una imagen más verdadera, de nuestro verdadero yo: caribeño, orgiástico, sensorial, sensitivo, romántico, gozón, multifacético, pletórico, follante, celebrante… toda la extraordinaria explosión de tonos y de riquezas de la caribeñidad y del yo colectivo de los venezolanos y los latinoamericanos”. 

A juicio de Britto García, la literatura de Pérez Pirela representa esa caribeñidad, a la que define como “una cosa que llevamos dentro, nuestro ser, nuestro inconsciente y que a veces lo reprimimos”. 

Literatura danzable

Al iniciar sus palabras, Britto García hizo referencia a la apertura musical que estuvo a cargo del maestro Manuel Barrios con su obra Alborada, dedicada a La Iguana Ediciones, interpretada con saxofón soprano. A partir de ese pie sonoro hizo una disertación muy amena acerca de la relación entre las letras, la música y el Caribe. 

“La maravillosa introducción de Manuel Barrios me aclaró, finalmente, qué era lo que tenía que decir yo aquí, sin necesidad de explicarlo. Federico Nietzsche afirmó que ‘la vida humana sin música sería un error’. Y eso me ha llevado a pensar que los escritores somos, en realidad, músicos frustrados. Oímos una melodía, pero como no sabemos llevar el compás, así que traducimos las cosas a palabras”.  

“Los géneros y las épocas literarias las podríamos cotejar con una taxonomía de géneros musicales. Yo hice una sobre Caracas: las casitas de Prados del Este son estilo Trío Los Panchos: ‘Ya yo tengo la casita que tanto te prometí’ –afirmó, tarareando-. La arquitectura de las avenidas de Pérez Jiménez es bossa nova; y los barrios son Pérez Prado, el Mambo número 7, Patricia y todo eso. Entonces, hay que completar esa taxonomía refiriéndola a la literatura, pero es un trabajo demasiado abrumador. Elliot decía que la poesía comienza a perder el pie cuando se aleja de la música y la música empieza a perder el pie cuando se aleja de la danza. Quien no escribe una literatura danzable, está perdido, es decir, que escribe para el aburrimiento, para el tormento, para esas lecturas que les obligan a hacer a los niños. Esta serie de dislates tienen que ver con Miguel Ángel y con el entorno que él representa de una manera excelente, y que es, ni más ni menos que el Caribe. Es una cosa que llevamos dentro, que es nuestro ser, nuestro inconsciente, pero que a veces reprimimos porque pensamos que somos caraqueños o somos franceses frustrados, somos funcionalistas o quién sabe qué cosa, todo menos la caribeñidad, que es nuestro demonio interior, nuestro ello”.  

Se pregunta ¿qué es la caribeñidad?, y se responde: “André Pieyre de Mandiargues describió el Caribe de una manera extraordinaria. Dijo: ‘amo el Caribe porque es el espacio geográfico más próximo a la alucinación’. Eso es: el resultado de hecatombes inconcebibles, sanguinarias, acumulaciones de muertes sobre muertes, esclavitudes, sufrimientos, de lo que ha surgido una cosa única, múltiple, que hace ese milagro de unir la música, la palabra y la vida. Yo tengo una teoría del Gran Caribe. Lo primero es que en Venezuela no nos asumimos como caribeños, ¿cómo que no? Maracaibo es más que caribeño y tiene una especie de mar interno, salobre, el lago de Maracaibo, pero toda nuestra costa es Caribe, y no sea agota allí, sigue por toda la costa colombiana, pasa el istmo de Panamá y se extiende hacia el Pacífico. Panamá es una ciudad caribeña, por más que esté en la costa del Pacífico; no hay ciudad más caribeña que Cali donde escribió Andrés Caicedo Qué viva la música, aunque también está en el Pacífico”.  

Y continúa: “El Caribe abarca todo el espacio entre los dos trópicos (Cáncer y Capricornio), es la herencia de nuestros antepasados caribe. Yo tengo una abuelita caribe, de Caripe El Guácharo. El Caribe va desde la Florida hasta el sur del Amazonas, en el Xingú, era una gran civilización y todavía lo es de una manera escondida, remota, clandestina. No tuvo un gobierno, pero tuvo una cultura, una mitología compartida. Cuando los fugitivos de la esclavitud buscaban cobijo, se unían con los caribes y así nació una nación nueva, la de los caribes negros y un idioma nuevo, el garifuna, una palabra que se compone de gari, por caribe, y funa, por las voces africanas. Por eso he encontrado caribes en la costa de Nicaragua, en Florida, en Trinidad, una fusión maravillosa de lo caribe y lo negro. En esa fusión se ha dado, a la perfección, esa especie de goce de la vida que es el mestizaje. No hay cosa más divina que la conjunción, que abrirse al mundo sin filtros excesivos y estar dispuestos a escoger todo lo que haya de bueno, de gozoso, de libidinoso, de extraordinario en el mundo y en la vida. Eso es el Caribe y esta disquisición viene porque Maracaibo es una de las sedes perfectas del Caribe, por el mar, por el lago, por la emotividad, por la musicalidad, por la efusividad zuliana, que es la perfecta demostración de la caribeñidad. Y lo importante es que todas esas tendencias, más la cultura europea que trató de destruir al Caribe, pero no pudo, están representadas en Miguel Ángel, que ha estudiado a todos los grandes filósofos, sin dejar de ser zuliano, cosa sumamente meritoria y extraordinaria”. 

“Miguel Ángel, según los chismes, fue niño cantor –prosiguió Britto García en el acto celebrado en la Galería de Arte Nacional de Caracas-. Eso me da envidia porque soy un músico frustrado, soy un melómano extraordinario, pero nunca he llegado a tocar ni pito. Empiezo a cantar en la ducha y se corta el agua. Por eso he escrito tantos libros, tratando de encontrar una música, pero todavía me falta un poquito de ritmo. Además, Miguel Ángel tiene un apellido que remite a ‘el Bolerista de América’ (Felipe Pirela), un hombre que vivió una vida apasionada y perfecta por su inesperada muerte violenta, en plena juventud. Dicen que aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes. Por otro lado, el autor se llama Miguel Ángel, que es un nombre al que uno le provoca pedir prestado. ¿Cuál es el resultado de esta mezcla? Algo tan propio del Caribe, donde nace el coctel y por eso hay las variedades más extrañas de guarapitas, ronquitos y lo que sea”.  

Un hombre del siglo XXII

“Esas combinaciones son ideales porque el mestizaje es el mecanismo mediante el cual la evolución se inmuniza contra la muerte. La separación de los géneros entre hombre y mujer, además de ser deliciosa, es un juego de la especie para echar al azar los dados de la variación y la mutación, creando especies dispuestas a sobrevivir contra lo que venga. La asombrosa variedad de la vida es un conjunto de apuestas que ha hecho la naturaleza para la perduración de la vida en un universo mutable e imprevisible. En ese elemento es donde vivimos y en el que hace su obra Pérez Pirela, quien nace predestinado por la música, por los antepasados, por la zulianidad, pero, además, está en el cogollo de toda la contemporaneidad porque hay una provincialidad que se refugia en los huevos chimbos, en La Chinita y otras cosas muy respetables, pero que se resiste a pasar del siglo XIX. Pérez Pirela, en cambio, está no solo en el XXI, sino que ya se pasó para el XXII. Por ejemplo, inventó la forma de tener un canal de televisión sin disponer de un enorme edificio y cámaras mastodónticas, sino con dos celulares con los que ha llevado adelante una de las aventuras comunicacionales más interesantes de Venezuela y diría yo que del mundo (LaIguana.TV). He grabado entrevistas con él mientras vamos en una camioneta”. 

“Obviamente, toda esta formación cultural, musical, tecnológica tiene como destino el vicio de la literatura, que es una sustancia peligrosa. Cuando me preguntan qué se debe hacer para fomentar la lectura, yo respondo que hay que prohibirla porque la gente quiere probar todo lo prohibido, pues parte de la idea de que debe ser buenísimo y por eso se montan industrias criminales tremendas, hay espantosos gánsteres y no hay manera de impedirlo. También el amor y la sensualidad están prohibidos y por eso es tan bueno y no hay forma de acabarlos. La literatura se ubica allí también”, agregó. 

Al referirse a las obras previas de Pérez Pirela, expresó: 

“Miguel Ángel tiene una primera novela que se llama Pueblo y que cuenta la historia de un pueblo a orillas de un cuerpo de agua estático, aparentemente es un mar, nunca se dice, pero para mí es una representación simbólica del lago de Maracaibo. Es una novela llena de dislates, de disparates, con un tirano extrañísimo porque es un tirano acabado por el amor. La única inspiración de su vida es un amor imposible. Es terrible porque creemos que la tiranía nos podría ofrecer todo, pero no hay poder en el mundo que haga que nos ame una mujer de quien nos enamoramos. Para mí, en esa contradicción está todo el nervio de esa novela que se extiende a través de juegos barrocos, enumeraciones, multiplicaciones, formas de clasificación de las moscas y de los instantes, pero todo es una gran celebración de esa cosa tan terrible que es el amor no correspondido, con el que tiene que ver toda la bolerística y toda la poesía mundial. Por eso es que a esos bichos se les llama clásicos, con la idea de que no los vuelvan a leer, pero siempre llega alguien y escribe una novela sobre el mismo tema, que lo actualiza”.  

Abordó entonces la temática específica del libro de cuentos: 

“Un poco de eso hay en Los espejos no escogen a quien mirar. Siempre se dice que los invasores europeos vinieron a cambiarnos oro por espejitos, y que eso era una gran injusticia. Pero Pedro León Zapata, un hombre muy inteligente, decía que no era tan raro porque aquí una pepita de oro se conseguía en cualquier lado, pero espejitos no había en toda América. Era un tronco de negocio comprarse un espejito con una pepita de oro. Entonces, los europeos nos trajeron el misterio de los espejos. No hay cosa más importante que un espejo porque trata de hacernos conocer qué somos y este libro es una indagación sobre lo que somos, pero en un tono de celebración, de festividad y de tragedia. Parece contradicción, pero en realidad no es distinta la celebración de la tragedia. Por eso los velorios son el desborde de todos los cuentos hilarantes, las anécdotas y los chismes y por eso en algunos casos se ríen tanto los parientes del difunto que tienen que contratar plañideras para que lloren. No sé si eso sigue siendo una tradición en el Zulia, que hay plañideras profesionales, que van a llorar un muerto que no es el de ellos porque solo se puede soportar la muerte de un amigo o del pariente querido, riéndose. Si no nos reímos, nos vamos con él ante de que sea el momento”. 

“Lo interesante de este libro es que el primer relato se refiere a un tema que nos toca a todos, el del 11 de abril, esa masacre que es de nuevo revisada. Yo trabajé en ella con un guion que todavía estamos esperando para filmar porque el maestro Román Chalbaud está aquejado y él era el que siempre me filmaba esas cosas. Espero que en 90 o 110 años se filme. En este libro está el 11 de abril desde la mirada de las víctimas que iban cayendo segados por balazos que no se sabía de dónde venían; de la mujer que veía a su hombre allí tendido en la calle y que ya no era un ser viviente y que era arrastrado de un lado a otro, no sé hacia dónde. Ese relato, que es el más largo del libro, tiene una correlación con el siguiente, más breve, que es también una cosa pungente, la historia de un muerto que, por el rigor mortis, alza un brazo con un dedo que apunta no se sabe adónde, pero apunta y la pregunta es a quién señala ese dedo acusador: ¿a sus parientes, al gobierno, a la oposición, a los que no lo quisieron, a los que sí lo quisieron, a nosotros, al lector? ¿Quién es el responsable de esa muerte, que apunta, señala, responsabiliza, que no es anónima aunque nunca sepamos el nombre de la víctima? Es un relato escalofriante e interesante porque no se trata solo de los muertos de ese día. Toda muerte, en alguna forma, nos acusa a la vez que nos redime. Hay ese verso de John Donne que dice: ‘No preguntes por quién doblan las campanas, que están doblando por ti’”. 

Explicó que leyó el texto en formato Word y hubiera querido tener antes el libro impreso para leer algunos párrafos en la presentación, “Pero quizá el recuerdo es más interesante. Otro de los cuentos extraordinarios es sobre un niño que está haciendo un castillito de arena e intuye su fragilidad, sabe que, como todos nosotros, está construyendo algo que va a ser demolido y por eso pone un pequeño rótulo que dice: ‘Por favor, no deshacer este castillo’. A lo mejor eso es algo que hacen todos los escritores porque nuestros castillos van a ser demolidos por el viento. Ese niño somos todos nosotros”. 

“Otro cuento es sobre una joven bellísima a quien la vida siempre le había dicho sí. Es sobre el narcisismo. Yo trabajé esa tónica también en un relato llamado Miss, donde trato de entrar a uno de los mitos de la venezolanidad que es el de las misses. Este personaje de Pérez Pirela está muy bien caracterizado: a ella todo le sale bien, todos se enamoran de ella, todos la consienten, hasta que mete la pata por un asunto de extorsión, que nunca se aclara, pero que termina con la fiesta. Y entonces, ¿cómo hace una persona a quien la vida siempre le ha dicho sí, cuando se le aparece el primer no? Es una tensión dramática insoportable en la que entran el narcisismo, la belleza, la desesperación, que se traduce en una fijación por los zapatos, comprar millares de zapatos de los modelos más escandalosos. Algo que tal vez tiene que ver con la frustración nacional de la época del consumismo, cuando sublimábamos nuestro vacío interior comprando zapatos o cualquier cosa: electrodomésticos, autobuses, orquestas sinfónicas, lo que fuera. Había que comprar cualquier cosa para no enfrentarnos a ese no de la vida”. 

Cerró sus palabras invitando a los presentes a convertirse en lectores, tomando el libro-espejo por el mango y mirándose en él: 

“Hay otro conjunto de relatos extraordinarios sobre la muerte, tema ineludible en toda literatura; y sobre la música y los amores contrariados, pero no les voy a sabotear la delicia de leer este libro contándoles el final, como aquel acomodador de cine que está molesto porque no le dan propina y, en venganza, le dice al espectador: ‘el asesino es el mayordomo’. No, les dejo a ustedes todo el enigma y el misterio del Caribe, estas narrativas barrocas, llenas de imaginación, de exageraciones, mundos colaterales insinuados apenas, de momentos de locura y delirios, pero hilvanados siempre en una temática existencial directa, inquietante, acusatoria, esa acusación que nos hace el espejo cada vez que nos miramos en él. A lo mejor este muerto que acusa o esta mujer narcisista o este niño que teme que le desbaraten el castillo, todas estas criaturas desamparadas, entristecidas, enloquecidas, que creen tener el infinito asido en la mano, pero no es así, son meramente imágenes del lector que se mira al espejo universal de la literatura”.  

(LaIguana.TV)