Unos jugadores profesionales de béisbol se dedicaron unos gestos ofensivos y, luego de eso, se cayeron a pelotazos y trompadas, o se ofrecieron dichos golpes en pleno campo, delante del público presente y “en vivo y directo” a través de la televisión. 

Lo normal en estos casos es que “se vacíen las bancas”, es decir que todos los integrantes de los dos equipos enfrentados salten al terreno y hagan al menos el amague de estar peleando. El que no lo haga corre el riesgo de ser considerado un cobarde y hasta de ser multado por el mánager. Pero en este caso ocurrió algo especial: también saltaron al diamante de la opinión pública los sabios analistas de los aspectos sociológicos, psiquiátricos y politológicos. Es decir, que se vaciaron las dugouts de los opinadores de oficio, tanto los grandeligas, como los de categorías menores y hasta los amateurs. 

Entonces, en medio de refriegas intelectuales (o intelectualoides) se ha forjado toda una serie de teorías acerca de si el así llamado “perreo” (el beisbolístico, no el reguetonero) es un subproducto de la degradación chavista o, por el contrario, una manifestación de escualidismo rampante. 

Aclaremos, solo para los que no están al día en este tema, que el “perreo” es la denominación que se le ha dado a las expresiones de euforia de los bateadores cuando conectan un batazo clave en el juego (principalmente, un jonrón) o de los pitchers al dominar al contrario (en particular cuando lo ponchan). Se supone que es algo natural, producto de la adrenalina de la competencia, pero en algún punto deja de ser una simple expresión de alegría por el éxito propio y pasa a ser una burla para el adversario, con lo cual se pisa el ámbito de lo antideportivo. 

En este sentido, los conocedores del beisbol están divididos: unos dicen que no tiene nada de malo regodearse en los propios méritos, incluso si se acompaña de un poco de mofa para el rival, mientras otros opinan que es censurable y hasta ridículo. 

Claro que no voy yo a deliberar sobre el aspecto propiamente deportivo porque lo máximo que llegué a jugar alguna vez fue pelotica de goma (y bastante mal, por cierto). Las que quiero analizar son las lucubraciones de los analistas antes mencionados: los sociológicos-psiquiátricos-politológicos. Veamos. 

La negación de la historia

Una parte de dichos estudiosos del comportamiento individual y social ha decretado que el “perreo” de bateadores y pitchers es “culpe’Chave”.  

Bueno, ¿cuándo no es pascua en diciembre?, se preguntará cualquiera que haya estado en Venezuela en los últimos veinte y tantos años.  

La conexión del comandante y, por extensión, de Maduro, de Diosdado o de Iris Varela (insigne lanzadora de pescozadas) con lo que haga uno de esos muchachos en el cajón de bateo o en el morrito de lanzamiento es, para estos opináticos, indudable y clara. Resulta que la agresividad contra los oponentes vendría a ser algo que Chávez inventó y, malvadamente, implantó en un país que, según este modo de ver las cosas, jamás de los jamases había tenido tendencia alguna a la violencia. 

Por supuesto que ese enfoque negador de nuestra historia de sangre y camorra no es algo que surja ahora, a propósito de una tángana peloteril. Ya se viene aplicando en casi todos los ámbitos, desde la diatriba política propiamente dicha, hasta las peleas entre vecinos en una junta de condominio. En todos los casos surge la versión edulcorada de que “antes de Chávez esto no pasaba”, todo se resolvía por las buenas, éramos felices y comíamos perdices, pues. 

En lo personal (y sé que muchos se sentirán representados) creo que esta manera de recordar la historia larga y reciente es bastante limitada y muy lacerante para las víctimas, porque si algo hemos tenido por estos lados es mucha violencia, especialmente la aplicada por los poderosos contra los débiles. 

Sin remontarnos a los aspectos cruentos de la Conquista, a la terrible guerra de Independencia, a los conflictos civiles del siglo XIX y a las dictaduras de la pasada centuria, podemos aterrizar en los años de la democracia ejemplar, la que llegó a disparar primero y averiguar después; la de la Digepol y la Disip, el SIFA y la DIM; la de Cantaura, Yumare y El Amparo; y la de las matanzas del 27F, para ya parar de contar. 

Todo eso ha sido borrado de la memoria por quienes sostienen que Venezuela era un crisol de concordia y paz social que, inexplicablemente, dio un giro hacia la izquierda y cayó al vacío. 

Bueno, no se crean que la cosa carece de su correlato beisbolero. Sí lo tiene porque en materia de pelotazos intencionales, enfrentamientos boxísticos y batallas campales, la Liga Venezolana de Beisbol Profesional tiene también su historia previa a la Revolución. Una historia que ahora muchos pretenden ignorar para sostener su tesis de que el chavismo nos echó a perder. 

Puros niches

Sale a relucir también en los análisis ese síntoma tan propio de nuestras derechas, que es la vergüenza étnica, nacional y social. Es decir, el atribuirle cualquier mala conducta al origen racial, a nuestra nacionalidad o a la extracción social de los individuos. Un terrible complejo de inferioridad que conduce a idealizar todo lo que proceda del norte y a autoflagelarse respecto a lo propio. 

De nuevo, para hacer esta pirueta argumental hay que estar dispuesto a negar las realidades más que tangibles, como por ejemplo, el hecho de que eso de batear un jonrón y burlarse del pitcher (o ponchar al bateador y ridiculizarlo) es moneda corriente en el beisbol de Grandes Ligas, parte del espectáculo de un deporte que mueve miles de millones de dólares.  

Desde luego que cuando los peloteros de todos los colores de piel y nacionalidades hacen esos gestos casi obscenos en Estados Unidos se habla del bat flip, una expresión muy distinguida que le da un aire de país desarrollado. De alguna forma mágica, esa conducta en un estadio de Major League Beisbol es una cosa chic, mientras acá se considera un acto de malandraje. 

Y aquí volvemos a la historia: resulta que el beisbol de las mayores tiene un historial enorme de peleas a puñetazos, bolas tiradas a la cabeza, tánganas monumentales y enemistades surgidas de esos altercados. Pero se nos pretende hacer creer que acá hacemos esas cosas porque somos puros niches, tanto en el terreno de juego como en las tribunas. Endorracismo, le dicen a eso.  

Es más o menos lo mismo que pasa con esos connacionales de cierto estrato socioeconómico (real o aspiracional) que tienen algún tiempo en Estados Unidos y andan molestos porque últimamente estaban llegando allá también los venezolanos pobres, los tukis, los care’culpables. 

¿Y si son cosas del capitalismo exacerbado?

Por supuesto que en el zafarrancho analítico nadie quiere quedarse fuera porque también lo pueden señalar como cobarde o tibio. Así que vale exponer acá la hipótesis de que este asunto del “perreo” y el bat flip son típicas cosas del capitalismo. 

Los estudiosos del modelo de negocios del beisbol vienen alertando hace tiempo que este deporte está perdiendo fanáticos en Estados Unidos porque es lento y llega a ser aburrido. No lo dicen expresamente, pero también han notado que es poco violento, si se le compara con el fútbol americano o el hockey sobre hielo, donde las superestrellas se miden en huesos fracturados y dientes sacados. Entonces, los expertos en marketing han tratado de “ponerle emoción” y el perreo es una manera de hacerlo porque siempre hay el riesgo de que se arme una buena trifulca que saque a la gente de sus bostezos. 

Y, claro, como todo lo que hace el capitalismo en el centro se replica en la periferia, en nuestra pelota local hemos adoptado esas modalidades, aunque, la verdad sea dicha, en los juegos de la liga venezolana eso es innecesario, porque las emociones siempre están a flor de piel. 

Lo irónico es que algunas organizaciones de MLB dicen estar preocupadas por esos actos violentos que ocurren en este trópico porque puede salir lesionado alguno de sus obreros millonarios. 

Llevando el asunto a la escala sociológica-politológica, es el mismo cuento de la élite política de Estados Unidos criticando y sancionando a nuestros pueblos porque sus gobernantes son salvajes y violentos, mientras ordenan invadir y bombardear a otros países; mientras su propia gente se mata entre sí con armas de alta potencia por quítame estas pajas. 

Y, para meternos también en la tángana de los opinadores, se puede aventurar otra hipótesis:  

Muchos de nuestros peloteros, poseedores de un enorme talento, se convierten de la noche a la mañana en multimillonarios a un nivel tal que no saben qué hacer con tanto dinero. Y en ese estado de alucinación llegan a creer que están por encima de cualquiera, una conducta que puede derivar de la notoria impunidad de la que gozan las personas con recursos económicos en nuestra desigual justicia, algo que, después de casi un cuarto de siglo de Revolución, todavía no estamos cerca de superar.  

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)