Como todos los monstruos creados por Estados Unidos para imponer su voluntad en otros países, el gobierno autoproclamado de Juan Guaidó fue producto de una operación política, diplomática y mediática. 

Sin el componente de medios de comunicación masivos y redes sociales no hubiese sido posible que algo tan divorciado de las normas constitucionales y del derecho internacional se impusiera y consiguiera saquear al Estado venezolano durante tres años. Hubiese durado apenas unos pocos días para luego pasar al olvido o al archivo de las grandes ridiculeces de la historia contemporánea.

Pero tuvo ese componente, integrado por una gran maquinaria global y local, cuyos engranajes ahora fingen neutralidad, se disfrazan de observadores objetivos y algunos hasta tienen la osadía de  tornarse críticos ante el asunto que antes apoyaron de manera vehemente.

Sucede con la oposición mediática lo mismo que siempre pasa con la oposición partidista: cuando ocurren los fracasos, nadie quiere hacerse responsable, todos apuntan sus dedos acusadores hacia otro lado.

Para desmontar la participación y complicidad mediática en la maniobra del gobierno interino, hay que analizar la actuación de esos factores antes, durante y después de la autoproclamación. Veamos.

Antes: la preparación del terreno

El rol de los medios y de las redes sociales fue clave en crear el clima necesario para que un disparate como la designación de un gobierno encargado pudiera ser  presentado como una jugada legal en el plano internacional y visto como una opción razonable por una parte considerable de la militancia opositora.

Para no remontarse mucho más atrás, recordemos que la maquinaria mediática respaldó el boicot ordenado por Washington al acuerdo político que se iba a firmar en República Dominicana a inicios de 2018, que hubiera permitido darle salida electoral al conflicto que venía gestándose desde 2013 y que había alcanzado su máximo volumen con la violencia guarimbera de 2017.

Esa maquinaria apoyó la descalificación de la convocatoria a Asamblea Nacional Constituyente y estuvo siempre en contra de las decisiones tomadas por este órgano.

Ese aparato fue solidario con los implicados en el intento de magnicidio de 2018, al que, tras fracasar, restaron importancia y trataron de ridiculizar.

La coalición de grandes medios globales, agencias internacionales de noticias  y la “prensa libre” local (financiada por gobiernos extranjeros hostiles) apuntaló la tesis de que la Asamblea Nacional que estaba en vigor en 2019 (aunque declarada en desacato por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia) tenía atribuciones legales para asumir el Poder Ejecutivo, mediante una delirante interpretación de la Carta Magna.

La alianza comunicacional contraria a la Revolución Bolivariana fue una pieza fundamental en la campaña para incentivar a cientos de miles de venezolanas y venezolanos a abandonar el país para así respaldar su propia matriz de crisis humanitaria y migratoria.

El trabajo de deslegitimación del gobierno del presidente Nicolás Maduro fue una de las operaciones mediáticas más intensas y prolongadas de todas cuantas se han realizado en la historia mundial reciente, comparable con la que llevó al magnicidio de Muamar Gadafi y a la destrucción de Libia.

Los registros realizados por estudiosos de la dinámica comunicacional demuestran que cada día el tema de “la crisis de Venezuela” era noticia de primera plana y tema de prime time en una multitud de medios impresos, digitales, radiales y televisivos de todo el planeta, con énfasis en América Latina y España.

Durante: la alfombra roja para el autoproclamado

Si el trabajo mediático fue fundamental en la etapa previa a enero de 2019, cuando se ejecutó la jugada de la autoproclamación, más lo fue a partir de entonces, una etapa en la que todos los integrantes de la perniciosa maquinaria se dedicaron al unísono a darle un aire de legitimidad al supuesto gobierno interino.

Lo hicieron de muchas maneras, todas ellas coordinadas y repetidas hasta el cansancio. Una de las principales fue tratar de hacer creer al país y al mundo que Juan Guaidó era un líder dotado de gran inteligencia, carisma y popularidad.

Sin rubor, se dedicaron a llamarlo “presidente encargado”; le hicieron perfiles heroicos; le construyeron una historia personal épica en la que pretendieron equipararlo con el comandante Hugo Chávez por sus rasgos físicos y el hecho de cumplir años el mismo día (28 de julio). También lo compararon con el afroblanqueado expresidente estadounidense, al calificarlo como “el Obama venezolano”. Las revistas de celebridades le dedicaron reportajes fotográficos haciéndolo posar con camisas arremangadas y accesorios de moda. Los periódicos y las revistas políticas globales y latinoamericanas se empeñaron en inflarle la imagen como el joven opositor que había derrocado técnicamente a Maduro.

Desde un principio, la enorme campaña tropezó con un obstáculo demasiado pesado: el personaje no llenaba las expectativas de nadie, ni siquiera las de algunos periodistas que pretendieron ayudarlo mediante entrevistas en las que demostró que estaba muy lejos de tener los recursos políticos necesarios para desempeñar el rol que le asignaron.

Pese a ello, la maquinaria mediática siguió haciendo de tripas corazón, aunque para ello fuera necesario mentir descaradamente. Un ejemplo de eso fue la manera como los medios globales, venezolanos opositores y colombianos oligárquicos presentaron los hechos del 23 de febrero de 2019 en la frontera, cuando se pretendió meter a la fuerza una supuesta ayuda humanitaria y se acusó al gobierno venezolano de haberla quemado en el puente internacional.

El relato que quedó establecido para la historia es ese: que Maduro ordenó quemar los alimentos y medicinas que “la comunidad internacional” pretendía hacer llegar a los venezolanos al borde de la hambruna. Los medios conocieron lo que realmente ocurrió, pero se mantuvieron unidos en la estrategia falaz acordada para criminalizar al gobierno constitucional y justificar una invasión armada a través del acomodaticio argumento de la Responsabilidad de Proteger, algo similar a lo que hizo en Libia.

Solo un mes después y porque así “lo dictaminó” el diario The New York Times, otros medios aceptaron, a regañadientes, que los camiones se incendiaron por las bombas molotov lanzadas por opositores desde el lado colombiano. Lo que no admitieron es que ellos engañaron a toda la humanidad con su versión falsa.

La maquinaria mediática fue también protagonista durante los grandes apagones nacionales de 2019, actuando como propagadores de rumores alarmistas y pronósticos catastróficos. Varios medios internacionales, incluyendo periódicos colombianos, aseguraron que Venezuela quedaría a oscuras en su totalidad y de manera permanente en pocos días.

Los cómplices mediáticos intentaron animar el intento de golpe de Estado del 30 de abril de 2019, aunque el suceso fue tan efímero que no les dio oportunidad de hacerlo. Sin embargo, se dedicaron a victimizar a los cabecillas que corrieron a las embajadas a pedir asilo y procuraron convertir en héroe al exdirector del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) Manuel Cristopher Figuera, que hasta entonces había sido constante blanco de las denuncias opositoras sobre violaciones a los derechos humanos de detenidos políticos.

La comparsa mediática apoyó a Guaidó en su primer intento de reelegirse como presidente de la AN, en enero de 2020 (cuando ocurrió la célebre escena de él tratando de entrar al Palacio Federal Legislativo trepando las rejas), y se sumó a la campaña de descalificación de los diputados que se alzaron contra el supuesto “presidente encargado de la República”. A partir de ese momento, los medios declararon que la AN legítima era la que presidía Guaidó, que ya no funcionaba en el recinto oficial, sino en plazas, salones de fiesta e, incluso, en la sede de uno de los más radicales periódicos opositores.

Después: Mantener la ficción como sea

Las piezas de la maquinaria mediática apoyaron al autoproclamado incluso cuando protagonizó el evento más claramente contrario a la paz y la democracia de todo su prontuario: el intento de invasión de mercenarios y desertores de mayo de 2020.

Los medios, periodistas e influencers trataron de restarle credibilidad a las revelaciones que hizo el gobierno de los escabrosos detalles de esa maquinación que pudo haber generado una guerra civil.

También respaldaron las conspiraciones de Guaidó y su combo para despojar al Estado venezolano del control de Citgo, Monómeros, las reservas de oro depositadas en el Banco de Inglaterra y otra lista de activos y bienes nacionales, dando por buena la tesis de que el propósito era proteger la integridad de esos recursos.

Esos órganos “periodísticos” cohonestaron las gestiones del “gobierno encargado” para que el país fuera sometido a cada vez más medidas coercitivas unilaterales y bloqueo, suscribiendo el discurso según el cual estaban dirigidas contra “el dictador y los altos funcionarios de la tiranía”.

Cuando comenzaron a surgir las denuncias acerca del festín de corrupción que estaban encabezando el autoproclamado, su partido, Voluntad Popular, y los otros tres que formaron el llamado G4 (Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia),  los medios trataron de mirar para otro lado. No pudieron porque más pronto que tarde, fueron figuras también opositoras las que llevaron a cabo esas acusaciones.

El desafecto semántico

Algunos medios y agencias de noticias marcaron cierta distancia de Guaidó luego de su fallida reelección como presidente de la AN en 2020. Otros lo hicieron tras la derrota de Donald Trump, padrino de la criatura del gobierno interino; un tercer grupo se separó cuando entró en funciones la nueva Asamblea Nacional, electa a finales de 2020.

Pero casi todos esos fueron distanciamientos sutiles, expresiones de un desafecto semántico, disfrazado de objetividad periodística. Dejaron de referirse al autoproclamado como “presidente encargado” para llamarlo de otras maneras: líder de la oposición venezolana, dirigente opositor o diputado. Pero, en general mantuvieron en vigor la invención del interinato.

Igual que la oposición partidista, la oposición mediática se fracturó. De un lado quedaron los medios e individualidades que participaron en el reparto del “botín” del falso gobierno; por el otro, los excluidos, transformados convenientemente en denunciantes de hechos de corrupción.

Durante buena parte de 2022 se escenificó este fuego cruzado entre medios antichavistas  favorecidos y desfavorecidos por el mamotreto de Guaidó. Tras la defenestración de este por parte del ahora llamado G3, hasta los del primer grupo le han quitado el apoyo y han comenzado a emitir análisis según los cuales todo fue un error o que una iniciativa bienintencionada se desvió y perdió todo su sentido.

Mientras tanto, los medios y periodistas del grupo que se habían perfilado antes como críticos del “gobierno encargado”  asumen la decisión contra Guaidó como un éxito propio, a pesar de que (valga reiterarlo para que quede asentado) apoyaron la tramoya durante buena parte de su recorrido.

Más allá de esas discrepancias  (motivadas por el control del poder y del dinero), ningún engranaje importante del componente mediático dirigido por Estados Unidos puede declararse libre de culpa de todo lo ocurrido alrededor del gobierno encargado.  Sin su participación hubiese sido imposible darle vida a semejante engendro.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)