En días como los que corren siempre me pregunto cómo llamar a esto que se siente cuando termina la temporada de beisbol: ¿es guayabo o síndrome de abstinencia? ¿Es  el trauma de un aborto o la dura depresión posparto?

Tiene, sin duda, algo de guayabo, y aquí vale tanto la acepción venezolana de esa palabra (tristeza por una ruptura sentimental o por la ausencia de alguien amado), como la colombiana (ratón o resaca, luego de una tremenda borrachera).

Los enamorados de este deporte nos pasamos cuatro meses de apasionados encuentros y turbias peleas con una pareja que a veces es maravillosa y otras veces muy tóxica. Cuando se termina la relación, quedamos con un despecho de rockola abrazada.

Los adictos a la pelota caliente vivimos ese puente entre uno y otro año con constantes pases de este alucinógeno. Como sucede con toda droga, cada día necesitamos una dosis más fuerte. Al terminar el torneo, nos damos contra las paredes.

Si la metáfora de la droga dura parece inapropiada, podemos usar la del guayabo a la colombiana. La temporada de beisbol y sobre todo la postemporada, es como una larga curda. Este tiempo que vivimos ahora es el del ratón más terrible.

Es por eso que en días como los que corren se suele oír a los fanáticos diciendo boberías como «no voy a ver más beisbol» o «la temporada que viene no me lo voy a tomar tan a pecho». ¡Puras promesas de borracho!

Tal como le ocurre al bebedor compulsivo, después de estos momentos de arrepentimiento y falsos juramentos sobreviene el síndrome de abstinencia. Es lo que nos pasa esa noche que encendemos el televisor para ver el juego y, ¡Oh, Dios, ya no hay!

Unos días después de aquel último juego puede llegar incluso el delirium tremens. Si usted se sorprende a sí mismo viendo un partido repetido de la final Leones-Tiburones o de la Serie del Caribe, llame de inmediato a su médico. Puede ser fatal.

Cuando el desempeño del equipo ha sido negativo y ha quedado eliminado en diciembre o enero, la sensación es de un embarazo malogrado. Muy duro, desde luego. La única ventaja es que ya para esta época, uno está casi curado.

Cuando el equipo ha llegado hasta las últimas instancias (como La Guaira y Caracas este año), queda la satisfacción del niño sano. Pero nos cae la tristeza de la recién parida: inapetencia, insomnio y hasta rabia hacia el carajito.

Este año, para completar el cuadro clínico, la fiesta terminó en un escenario fabuloso, una especie de sueño hecho realidad. Así que la aflicción se parece a la de la Cenicienta que vuelve sin un zapato y en una carreta con forma de auyama.

Con este recorrido queda claro cuán compleja es esta maraña de sentimientos y sensaciones que deja el cierre de la temporada de beisbol. Ah, y les advierto que no sirven de consuelo las racionalizaciones sociológicas ni de ciencias políticas.

Los enamorados, borrachos, adictos enguayabaos y enratonados sabemos que el beisbol es un negocio muy jugoso, opio del pueblo y hasta circo sin pan. Pero eso no alivia esta cuita.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)