El 5 de marzo de 2013 fue, a no dudarlo, uno de los días más tristes para los condenados de la tierra. A las 4:25 p.m., hora de Venezuela, recibimos la infausta noticia de que Hugo Chávez había muerto. En 20 años de vida pública, su relativamente breve liderazgo emergió con la fuerza de un huracán para cambiar la política dentro y fuera de Venezuela. Fue, sin quererlo, un parteaguas de la historia.

En un país donde nadie asumía la responsabilidad por nada, el 4 de febrero de 1992, el entonces teniente coronel de 37 años hizo exactamente lo opuesto que hacía la clase política de entonces y su «por ahora» abrió la senda de la esperanza en el seno de un pueblo que todavía se lamía las heridas de la represión desatada en El Caracazo y de un creciente neoliberalismo que amenazaba con arrebatar lo poco que quedaba del ya menguado Estado de bienestar.

Su estancia en prisión solo sirvió para engrandecer su nombre, que ya se había sembrado en el corazón del pueblo venezolano más desposeído y sistemáticamente olvidado, ese que nunca aparecía en las vitrinas mediáticas que mostraban a Venezuela como la democracia modelo de la región y como un país de abundancia y riqueza para todos.

El liderazgo de entonces creyó que liberándolo, podía salvar un sistema político que no daba para más. Erraron estrepitosamente. En menos de un lustro, en la calle, con la gente, empezó a construirse un mito político de inmensas proporciones, que ofrecía lo que parecía imposible: una Asamblea Nacional Constituyente para cambiar el Estado venezolano desde sus cimientos a partir de las ideas de Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Simón Rodríguez.

En 1998, esa promesa le dio su primera victoria electoral. En correspondencia con lo que luego se hizo costumbre, cumplió. Y lo hizo con creces, porque en la medida en que su liderazgo se desplegaba, en la misma proporción empezaron a aparecer leyes e iniciativas de gestión de clara orientación popular, que iban a contrapelo del beneficio de las castas político-económicas criollas.

Su enfoque popular, su cercanía con el líder cubano Fidel Castro y un discurso cada vez más abiertamente antiimperialista, lo convirtieron en el blanco del gobierno de los Estados Unidos, que intentó derrocarlo en varias oportunidades y a través de diversos métodos, que siembre tuvieron como soporte campañas mediáticas de descrédito sobre su supuesto talante autoritario y antidemocrático.

En abril 2002, casi lo lograron. Pero no contaron con que 47 horas después, Hugo Chávez regresaría a su posición, gracias a una inédita presión popular, que hizo retroceder asustados a los golpistas e incluso al Departamento de Estado, que optó por dejar que las aguas se calmaran en Venezuela antes de intentar meses más tarde un paro-sabotaje petrolero que también acabó en fracaso.

Tras estos ataques, lejos de atemperar su discurso, Chávez se radicalizó hacia la izquierda, se proclamó abiertamente socialista y emprendió un amplio programa de reformas y políticas públicas, que aunadas a un reparto más equitativo de los ingresos del petróleo, hicieron que en pocos años los venezolanos alcanzaran estándares de vida nunca vistos.

Su esfuerzo le mereció el reconocimiento en el sistema de Naciones Unidas como ejemplo de buena gobernanza, pues en menos de una década, el país alcanzó el 100 % de alfabetismo, se redujo significativamente la pobreza, se mejoró el acceso a los alimentos de alta calidad nutricional, se democratizó el acceso a la educación superior, se ampliaron los derechos laborales, se implementó un ambicioso plan de viviendas financiadas por el Estado, se redujeron la mortalidad infantil y la mortalidad materna y se incrementó la esperanza de vida.

En paralelo, el mandatario logró ser uno de los protagonistas más destacados de lo que se ha dado a llamar el primer ciclo progresista de América Latina. Durante la siguiente década, coincidió con figuras como Fidel Castro, Luiz Inácio Lula da Silva, Evo Morales, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Tabaré Vásquez, Fernando Lugo, Manuel Zelaya o Ralph Gonsalves y aprovechó esos lazos para impulsar proyectos de integración regionales orientados a disminuir la dependencia de América Latina y el Caribe de los dictámenes estadounidenses.

Sin sus esfuerzos, habría sido difícil consolidar iniciativas como la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) –contrafaz del Tratado de Libre Comercio de las Américas promovido por Estados Unidos–, Petrocaribe, Unasur y, muy especialmente, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, acaso su aporte más decisivo en la materia.

Adicionalmente, Chávez sacó del foso de la irrelevancia a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), al considerar que los hidrocarburos son recursos estratégicos que pueden y deben usarse en la arena geopolítica, al tiempo que priorizó las relaciones con actores como China, Rusia o Irán, así como con naciones africanas y asiáticas, que antes de su arribo al poder eran consideradas de escaso interés para el país.

Dotado de un carisma inigualable, Hugo Chávez aprovechó su amplísima proyección internacional para denunciar las guerras de la OTAN con Estados Unidos a la cabeza, los vejámenes de Israel contra el pueblo palestino, las inhumanas sanciones y bloqueos contra Cuba, la voracidad financiera y ambiental del capitalismo y, en general, para protestar toda situación que implicara el perjuicio de las mayorías populares.

A lo interno, no tenía que fingir ser como el pueblo: era pueblo y eso se notaba, desde su apariencia física hasta en su hablar campechano, en su capacidad para hilvanar una historia con otra, en reírse incluso de sí mismo. Era tan venezolano como cualquiera y esa autenticidad posibilitó que se estableciera una conexión genuina, casi familiar, entre él y la gente común.

Contrariamente a lo que aseguraban sus detractores internos y externos, ni era un militar «gorila» –es decir, represor–, ni poco dotado intelectualmente, ni un líder autoritario. Ciertos agentes trataron durante años de vender esas especies. La mayor parte del pueblo nunca les creyó.

Al contrario: Chávez fue un verdadero campeón de la democracia. No solo venció electoralmente a su oposición en prácticamente todas las contiendas en las que él y su partido compitieron, sino que siempre inconforme, siempre creyendo que podía hacerse más y mejor, promovió instancias inéditas de consulta popular para que la democracia se ejerciera desde las bases y sirviera para resolver problemas cotidianos.

Chávez parecía imparable, pero mediados de 2011, el corazón de muchos se paró por un instante cuando anunció que tenía cáncer. El hasta ahora invencible titán de los pueblos del sur no estaba siendo derrotado en las urnas, como tanto fantaseaban quienes se le oponían, sino por el cuerpo. Fiel a sí mismo, asumió con entereza e incluso con buen humor el desafío y se embarcó en su última y muy recordada campaña electoral, bajo el eslogan «Chávez corazón del pueblo».

En contraste con lo que ya es norma, la frase no era un producto del marketing político sino una verdad que resonaba por los cuatro costados: Chávez estaba en el corazón del pueblo venezolano hace mucho y no iba a salir de allí fácilmente.

Lamentablemente, no pudo remontar la cuesta, pero aunque Hugo Chávez ya no está entre los vivos, no está muerto, enterrado y olvidado en el pozo de la historia. A despecho de sus adversarios, no fue un simple «líder populista», sino un ejemplo de trabajo denodado por el bienestar de la mayoría excluida, algo que hoy reconocen incluso algunos de sus más enconados opositores.

La partida de Chávez causó un inmenso dolor. En los días que siguieron al 5 de marzo de 2013, centenas de miles de personas se concentraron en Caracas y marcharon hasta la Academia Militar, donde se organizaron unos funerales públicos para que la población presentara sus respetos a un hombre que fue, sin dudas, mucho más amado que adversado u odiado.

Allende las fronteras, las muestras de aflicción se multiplicaron, incluso en algunos enclaves del norte global y numerosos líderes de los cinco continentes acudieron a la capital venezolana para despedirse. Un cuarto de siglo antes, nadie habría podido imaginar el tamaño de su trascendencia.

Aunque es inevitable no extrañarlo, en lugar de ceder a las lágrimas, acaso la mejor forma de recordar y honrar la memoria de un personaje tan impar como Hugo Chávez, es hacerlo como propusiera en una reciente alocución el presidente Nicolás Maduro: trabajando, estudiando y tomándolo como modelo de ética y honestidad en el ejercicio de la función pública, que siempre concibió como un compromiso para mejorar la calidad de vida del pueblo venezolano.

A propósito del décimo aniversario de su deceso, la fundación que lleva su nombre organizó en el Cuartel de la Montaña (Caracas) la exposición Hugo Chávez: hombre, soldado y luchador venezolano (1954-1998).

Según detalló el organismo en las redes sociales, la muestra estará exhibida entre el 5 y el 15 de marzo entre las 9:00 am y las 4:25 pm y los interesados dispondrán de una ruta especial de transporte desde la estación Agua Salud del Metro de Caracas hasta el mausoleo.

(LaIguana.TV)