No sé si es por puro prejuicio, pero tengo la convicción de que el presidente colombiano, Gustavo Petro, se volverá aún más amigo del gobierno constitucional de su homólogo Nicolás Maduro luego de haber pasado por la experiencia psicotomimética de conocer de cerca a los variados ejemplares de la oposición venezolana. ¡Huy!

Para quien no lo sepa, la palabra psicotomimética (que he tomado prestada, sin permiso, de la prosa del gran periodista y teatrero Armando Carías) se refiere a ciertas sustancias que producen en quien las consume efectos parecidos a la psicosis.

Y ese, no me queda duda, es uno de los síntomas que experimentan quienes entran en contacto con el oposicionismo nacional, sobre todo si lo hacen en escala de sobredosis como le ha tocado, según la agenda prevista, al mandatario colombiano este fin de semana.

Claro, es posible que Petro tenga suficiente resistencia a este tipo de tóxicos, y no lo digo porque sea colombiano, pues eso sería llevar la ironía al grado de infamia. Lo sospecho porque los rivales internos con los que el actual mandatario lleva años lidiando en su país no son precisamente pan integral con leche descremada. Un señor que haya tenido que enfrentar al ubérrimo capo de los genocidas en serie debe estar más que capacitado para aguantar el trance de escuchar los “argumentos” de personajes que, después de todo, no son más que malas imitaciones del célebre Matarife.

Sin embargo, no hay que subestimar la “alta nota” que puede generar el grupo opositor venezolano, pues ya han dejado con taquicardias, temblores y graves secuelas mentales a varios gobiernos imperiales y europeos y a todos los latinoamericanos que formaron el Grupo de Lima.

Cumpliendo a cabalidad su rol de canciller, Álvaro Leyva ya le ha advertido a Petro que este esfuerzo de oír a todos los sectores de la derecha venezolana tendrá visos de mal viaje, pues ni siquiera ha resultado cómoda la tarea de poner de acuerdo a los diferentes “líderes” y partidos. Tan es así que tuvieron que organizar dos tandas de diálogo. “Hemos visto que no es fácil ponerlos de acuerdo para que asistan todos el mismo día”, dijo el ministro. Saque usted la cuenta: ni ellos mismos se soportan.

Por fortuna para Petro, algunos de los elementos más estupefacientes del elenco no van a ir a Bogotá porque, en su extrema adicción a la droga dura del antichavismo, están convencidos de que el presidente colombiano es un lugarteniente de Maduro.

Para que tenga el panorama completo (y no solo el ya de por sí atáxico mapa dibujado por los asistentes a las dos reuniones), el mandatario neogranadino debe tener en cuenta que aquí hay gente que, por citar un caso, se declara partidaria de sacar por la fuerza a Maduro, mientras hace campaña para unas elecciones primarias.

Y también debe añadir que destacados partidarios de la transparencia electoral afirman muy convencidos que un requisito para ello es que no se usen máquinas de votación ni captahuellas y que el material electoral se queme inmediatamente después del conteo en mesa. ¿Dígame usted, señor presidente Petro, si no da la impresión que esta gente se fumó una lumpia?

Es necesario precisar que no todos los convocados a esa especie de fiesta rave bogotana son venezolanos. Cabe suponer que por allí estará el embajador James Story, una alucinación diplomática viviente, un “pinche gringo puñetero” (como diría Molotov), que se ha juntado demasiado con los opositores más huelepega y ha terminado igual que ellos, con “alteraciones de la sensación, la percepción, el estado de ánimo y el nivel de consciencia”, dicho en jerga científica.

Conocedores de la fauna opositora venezolana se preocupan por la salud de Petro. Le recomiendan que las reuniones sean breves, pues dicen que andar demasiado con esos especímenes puede traer severos cuadros de irritabilidad y ansiedad.

Paradójicamente, tampoco es infrecuente que ocasionen episodios de narcolepsia, es decir somnolencia diurna y súbitos ataques de sueño. Tal vez sean cosas de los enemigos internos, pero es fama que esto ocurre a menudo con Gerardo Blyde y Stalin González. Parece que hasta algunos integrantes de las mesas de diálogo han quedado roncando, de manera súbita, mientras escuchaban sus disertaciones.

[Algunos periodistas que han intentado obtener respuestas contundentes de ellos en entrevistas afirman que sufrieron “una pálida”, como las que sobrevienen por un exceso de chimó. Pero es mejor no creerles, pues son gente adicta a la posverdad. Además, ese (el del chimó) es otro tema].

Por cierto, muchos de los opositores van a Bogotá a denunciar ante Petro que aquí hay una narcodictadura y que funciona el Cartel de los Soles, pero resulta que son uribistas hasta los tuétanos, es decir, que idolatran al autor intelectual de los 6 mil asesinatos de los falsos positivos, al doctor Varito, al narco 82, bajo cuyos mandatos florecieron la narcopolítica y el paramilitarismo. ¿Son o no una élite alucinógena, psicodisléptica, psicodélica y psicotomimética?

En fin, pues, que al presidente Petro habrá que agradecerle mucho por todas las gestiones que ha realizado desde que asumió el cargo para normalizar las relaciones con Venezuela; por haber ido a Estados Unidos a tratar de convencer a Biden de que suavice las sanciones y -por si todo eso fuera poco- por haberse “fumado” a esa gente infumable.

Falta ahora ver lo que va a ocurrir en la Conferencia Internacional sobre Venezuela, que Petro ha convocado y de la que es posible que surjan algunos cambios, aunque sea cosméticos, en la actitud de Estados Unidos y de su mentada “comunidad internacional” (los países con gobiernos obsecuentes a Washington) respecto a esta patria de Bolívar. Sin embargo, por acá tenemos una cautelosa expectativa, pues, en honor a la verdad, un cese del bloqueo o un alivio de las medidas coercitivas unilaterales son ilusiones bastante extravagantes, propias más bien de hippies consumidores de ayahuasca.

Particularmente riesgoso podría resultar el que el gobierno bolivariano acepte la propuesta de Petro de solicitar su regreso a la Organización de Estados Americanos, una idea que de solo pensarla, a muchos chavistas les produce los síntomas de eso que llaman “una voladora”, como ataques de paranoia, dilatación de pupilas, náuseas, mareos, vómitos, sudoración fría y diarrea, en especial mientras el Ministerio de Colonias siga a cargo de ese individuo de ropa elegante, pero con pinta de “piedrero”, llamado Almagro.

Con mi nota acostumbrada (perdonen ustedes), diré que coincido con quienes afirman que la intención de ese retorno a la OEA es forzar a Venezuela a aceptar las muy cuestionables misiones de observación electoral, que son como delegaciones mal encubiertas de la CIA cuyo propósito es intervenir en los procesos electorales para dinamitarlos y cuestionar los resultados, en caso de salir perdedores los candidatos imperiales.

Ya lo hemos visto tantas veces que hasta aburre hablar de eso, pero debe quedar constancia de que esas injerencias “diplomáticas” no son inocentes jugadas políticas. Son asaltos ejecutados con la burundanga del mandato multilateral, que resultan muy costosos tanto en vidas humanas, como en estabilidad política y en efectos económicos, tal como quedó demostrado en el golpe de Estado contra Evo Morales, en 2019, que devolvió a Bolivia, matanzas mediante, a sus peores tiempos de dictaduras sangrientas.

Para cerrar esta revisión del tema de los encuentros con la plantilla opositora, nos vemos obligados a lanzar un alerta (aunque ya, tal vez, sea tarde) a los encargados del protocolo en el Palacio de Nariño, al canciller Leyva y al embajador Benedetti: Es posible que el ala pirómana de la derecha venezolana, malvadamente, haya planeado emboscar al presidente Petro, haciendo que se tome fotos con la Pava Lilian, su arma mortal, su dosis de fentanilo, esa droga de diseño que deja a las víctimas dobladas, convertidas en zombies. Por su bien, no lo permitan: Colombia y Venezuela lo necesitan bueno y sano.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)