En la semana de la libertad de prensa, los farsantes que dicen defenderla recibieron lo suyo. Eso es para festejar, en verdad, porque resulta un exceso de cinismo político que quienes pisotean sistemática y estructuralmente un derecho aparezcan públicamente como sus paladines.

Parece que es otro síntoma del gran reacomodo global de la multipolaridad que avanza. Pero, sea por lo que sea, es un hecho muy esperanzador que Estados Unidos y la Vieja Europa no puedan ya montar sus obras de teatro mediático para denunciar la falta de libertad de prensa en las otras potencias y en los países que no siguen al pie de la letra sus dictados, mientras ocultan sus propias miserias y las de sus aliados.

Las fuerzas imperiales hegemónicas tenían todo planificado para volver a desarrollar el mismo guion de cada año: que si los atropellos a la prensa libre en Rusia, China e Irán; que si las barbaridades en Cuba, Nicaragua y Venezuela. En diferentes escenarios aparecieron los voceros de esa cantaleta, con caritas de preocupación, haciendo pucheros y pidiendo libertad para comunicadores presos o perseguidos. Pero en cada una de esas ceremonias repetitivas aparecieron atrevidos activistas de la verdadera libertad de prensa o reporteros no autocensurados y les echaron a perder el show.

Blinken al descubierto

Por ejemplo, el secretario de Estado, Antony Blinken, estaba en lo suyo, hablando de libertad de prensa en un acto organizado por el periódico The Washington Post, cuando Medea Benjamin y Tighe Barry, activistas del grupo Code Pink, irrumpieron para exigir la liberación de Julián Assange.

La escena siguiente es harto significativa: a la mujer que portaba un cartel la sometieron por la fuerza los funcionarios de seguridad de Blinken y la sacaron a empellones del lugar, mientras el audio de la entrevista fue cortado. Mejor alegoría de la libertad de prensa a la manera estadounidense, imposible.

Lo mismo le ocurrió a Barry,  un “Marine Rosa” que  ha participado en protestas contra las guerras estadounidenses. Antes de ser expulsado de la sala, gritó: “Dos horas hablando y ni una palabra sobre la periodista Shireen Abu-Akleh, asesinada por las fuerzas de ocupación israelíes en Palestina, y ni una palabra sobre Julián Assange».

El episodio fue demostrativo de la raigal hipocresía de las élites de Estados Unidos sobre este tema, pues la situación de Assange es, por mucho, el caso más escandaloso de violación de la libertad de información que se ha producido a escala mundial en las últimas décadas. El hombre estuvo varios años asilado en la embajada de Ecuador en Londres, de donde fue sacado gracias a la actitud vergonzosamente obsecuente de Lenin Moreno, y ahora se encuentra en prisión en Reino Unido a la espera de una extradición a Estados Unidos que significará para él, en el mejor de los casos, cadena perpetua.

Assange, creador de la página WikiLeaks, publicó información sobre los desmanes de Estados Unidos en sus “guerras” contra Irak, Afganistán, Libia y otras naciones. Esa información llegó a sus manos debido a filtraciones en los cuerpos de seguridad de Estados Unidos y él hizo lo que puede –y debe- hacer todo periodista en un sistema de prensa libre: publicarla. Por hacerlo, ha perdido ya su libertad personal y podría ser incluso condenado a muerte por delitos de espionaje.

Con semejante expediente, ningún agente estadounidense debería atreverse a disertar sobre libertad de prensa. El país, como un todo, carece de autoridad moral para ello. Pero los actuales funcionarios (igual que lo hicieron sus antecesores) discursean al respecto con su cara bien lavada, sin sonrojos, sin que les tiemble un ojo.

La secre quedó muda

Otra a la que la abofetearon con preguntas que no puede responder fue la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre. En su intercambio con los reporteros acreditados en la sede del gobierno imperial, el corresponsal de la cadena CBS News, Steven Portnoy, le hizo la pregunta precisa y justa, y ella se negó a responderla.

Portnoy comentó que en Twitter tomaba fuerza la opinión de que Estados Unidos habla críticamente sobre cómo el periodista Evan Gershkovich está detenido en Rusia por cargos de espionaje… mientras hace lo mismo con Assange.

Jean-Pierre quiso “hacerse la loca”  preguntando “¿cuál es la crítica?”, y el periodista le explicó que Assange es un periodista que se dedicó a la publicación de documentos del gobierno y por eso se le acusa de espionaje. “Por lo tanto, Estados Unidos está perdiendo el terreno moral cuando se trata de la cuestión de si un periodista participa en espionaje en función de su trabajo. ¿Puede responder a eso?», insistió Portnoy.

«Mire, no voy a hablar de Julián Assange y de ese caso desde aquí», dijo la secretaria de Prensa, en otra magnífica muestra del extraño sentido de libertad de expresión que tienen los gringos.

Luego de huir de esa pregunta, Jean-Pierre (que se mercadea como un signo vanguardista del gobierno  por ser afroestadounidense, descendiente de haitianos y de género queer) no tuvo problemas para responder a una de otro periodista sobre la libertad de prensa… en China. Dijo que la administración Biden «hará rendir cuentas a los autócratas y a quienes los apoyan, que siguen reprimiendo a unos medios de comunicación libres e independientes». Un superhéroe, pues.

Hablando de Biden, en su discurso en una cena con los corresponsales de la Casa Blanca, afirmó que «el periodismo no es un crimen», pero se pregunta la aguerrida periodista Caitlin Johnstone, “¿cómo puede calificarse la persecución judicial de Assange sino como una manera deliberadamente diseñada para criminalizar el periodismo?”.

¿Es o no es?

También fue acorralado por una pregunta sobre Assange el vocero adjunto del Departamento de Estado, Vedant Patel, esta vez por el periodista de la agencia Asociated Press Matt Lee, quien simplemente quiso saber si ese despacho considera o no a Assange como un periodista. Una pregunta sencillita.

El portavoz intentó evadir la pregunta, diciendo que Assange es un acusado de delitos graves de espionaje. El reportero le hizo ver que es el mismo caso de Gershkovich, acusado en Rusia de ese tipo de delitos. Lo curioso es que, para defender al colaborador de The Wall Street Journal, el Departamento de Estado alega que esta persona es periodista.

Patel no pudo responder porque Assange es también un periodista o, al menos, hizo lo típico del periodismo: difundir datos de interés general  a través de medios masivos de comunicación.

Entrevistado respondón

No solo los funcionarios fueron confrontados. También algunos periodistas de medios muy importantes de la maquinaria comunicacional hegemónica, como la BBC de Reino Unido, recibieron dosis de su misma medicina.

La reportera Orla Guierin, que entrevistó al presidente de Azerbaiyán, Iljam Alíev, estaba desarrollando el típico discurso de denuncia de periodistas presos y medios censurados cuando el mandatario pidió hacer él algunas preguntas: “¿Cómo valora usted lo que le ha pasado a Assange? ¿Es un reflejo de la libertad de prensa en su país?” Y luego de ese giro retórico, añadió: “Por su actividad periodística, ustedes mantuvieron a esa persona como rehén, matándolo moral y físicamente. Lo hicieron ustedes, no nosotros, y ahora está en la cárcel, así que no tienen moral para hablar de libertad de prensa”.

Un asunto estructural

Si se quiere saber lo que ocurre en el mundo respecto a la libertad de prensa y no se toma en consideración la propiedad de los medios, sino solo el comportamiento de los gobiernos respecto a la idea liberal (y falsa) del periodismo, se está apenas contemplando la superficie. Quien pretenda profundizar en las causas estructurales de la escasez global de esta libertad tiene que analizar a quién pertenece el negocio de la comunicación masiva.

Aquí, no por casualidad, todo vuelve a Estados Unidos: cinco poderosos conglomerados económicos del país imperial controlan alrededor de 70 % de los mensajes que circulan en buena parte del mundo: Time Warner, Disney, News Corporation, NBC Universal y ViacomCBS. Algunos estudios indican que estas corporaciones poseen unos mil quinientos periódicos, más de mil revistas, dos mil cuatrocientas editoriales, nueve mil emisoras de radio y mil quinientas cadenas de televisión.

La concentración de la propiedad mediática en tan pocas y millonarias manos ya es motivo para dudar de que exista en el ahora llamado Occidente colectivo algo como libertad de prensa. Pero el asunto se pone más turbio cuando se revisa la composición accionaria de esas corporaciones oligopólicas.

Los dueños de las empresas -que, a su vez, son dueñas de la libertad de prensa- son los mismos señores feudales de los grandes negocios del planeta: armas, energía, alimentos, medicamentos, comercio, banca y, de manera creciente, los propietarios de las plataformas de internet y las redes sociales.

En los casos en que no hay propiedad directa, existe una influencia decisiva a través de la publicidad que sostiene a esos medios. Bajo cualquiera de las dos modalidades, es natural que esos órganos de difusión masiva, supuestamente libres e independientes, estén –de manera abierta o encubierta- al servicio de los intereses de los sectores que los poseen. Y esos intereses son todos contrarios a los de los pueblos que reciben la “información”: la guerra, la explotación sin medida de los recursos naturales, los sistemas sanitarios costosos, el consumismo desenfrenado, la especulación financiera y la idiotez digital.

El beso de la muerte

Solo para cerrar esta reflexión, volvamos a la escena inicial, en la que Antony Blinken diserta sobre el Día Mundial de la Libertad de Prensa y entran los activistas de Code Pink a aguarle la fiesta. Pues bien, ese acto fue organizado por The Washington Post, propiedad desde 2013 del billonario Jeff Bezos, el dueño de Amazon, uno de los seres humanos más acaudalados del mundo.

[Por cierto, hace apenas unos meses, corrían rumores muy fuertes de que Bezos iba a vender su “juguete”, ese periódico emblemático de la capital de Estados Unidos, artífice del caso Watergate, que “derrocó” a Richard Nixon. Entre los supuestos compradores estaba otro gran ricachón, Mike Bloomberg. Bezos se presentó en la sede del “WaPo” dizque para tranquilizar a la Redacción, donde bullían temores de despidos masivos. Allí dio un discurso acerca de su compromiso con el “buen periodismo”. La tranquilidad no duró mucho porque a los cuatro días de su visita, efectivamente, botaron a unos veinte periodistas. Pero esto es apenas un detalle anecdótico].

Dejemos solo una pregunta: ¿Pueden los periodistas de The Washington Post tratar con algo de neutralidad los asuntos en los que el señor Bezos tenga algún negocio o interés, que son tantos y tan universales como su emporio digital? No parece razonable creerlo.

¿Entonces, de qué libertad hablamos en un mundo en el que los medios de comunicación son controlados por la plutocracia? ¿Será, como dijo un célebre comunicólogo, la libertad del libre zorro para entrar libremente al libre corral de las libres gallinas?

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)